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Con la Iglesia hemos topado

Leo en la prensa que la Iglesia española se lanza a una campaña contra la eutanasia, para recordar a los creyentes, dicen, que la eutanasia es una forma de homicidio, ya que implica que un hombre mata a otro hombre. Insisten en que esta campaña que ahora comienza no es una acción política sino una acción pastoral, ya que el acto de vivir una vida cristiana tiene implicaciones sociales y políticas.

Anda últimamente muy activa la Iglesia en su enojo contra el Gobierno socialista vencedor en las últimas elecciones, por una serie de medidas tomadas desde el Parlamento democráticamente elegido por el pueblo español, como son la legalización del matrimonio entre homosexuales, una mayor agilización en la tramitación de los divorcios, etc. Mucho me hubiera gustado ese ejercicio de frenética actividad por parte de la Iglesia, que dice ser contraria al homicidio, contra la guerra ilegal de Irak, contra aquella invasión que está costando miles de muertos, máxime cuando, incluso desde el Vaticano, Juan Pablo II se decantó contrario a ella.

Este tipo de beligerantes campañas eclesiales siguen brillando por su ausencia ante sonadas dictaduras, hambrunas, actos de terrorismo o torturas, por hablar tan sólo de unos pocos casos de claro homicidio y crueldad, ante los cuales su silencio se ha mantenido inmisericorde. Pedir a la Iglesia española una enérgica movilización ética ante toda violación de los derechos humanos no sería sino exigir un mínimo sentido de coherencia y decencia moral a una institución religiosa que se supone recoge el testigo evangélico del amor y la tolerancia del Nuevo Testamento.

Pero mucho me temo que, en el peor de los sentidos, "con la Iglesia hemos topado, Sancho", que diría Don Quijote. Y cuando digo en el peor de los sentidos me refiero y distingo dentro de esa Iglesia a una parte de ella, la única salvable, aquella que discreta y verdaderamente sigue los pasos del evangelio y comulga con su espíritu de caridad y servicio a los demás, de esa otra estructurada no por el espíritu sino por los intereses de poder. A esta segunda se refería ya entonces Don Quijote y ya ven ustedes qué poco han cambiado las cosas.

Y tal vez ahora, crecida y animada por el triunfo de la América ultraconservadora de los valores tradicionales, siga sembrando tempestades desde los púlpitos y los medios de comunicación contra el Gobierno socialista. Lamentablemente nada de esto es nuevo ni en nuestro país ni en otros, la historia se repite a escala planetaria.

La perversa utilización de la religión como arma arrojadiza contra el pensamiento progresista tan solo puede ser contrarrestada con un inteligente ejercicio de serenidad y firmeza democrática desde las instituciones políticas libremente elegidas por la sociedad española. Recordando cuantas veces haga falta a la Iglesia la necesidad de respeto a las leyes vigentes y la coherencia moral en sus llamativos y selectivos enojos.

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Julia Otxoa es escritora.

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