Libros y librerías
Partiendo de la base de que el libro no es un artículo de consumo sino una herramienta de futuro, el autor traza en estas líneas una defensa de la red de librerías como medio
Para poner las cosas en su sitio, hay que empezar haciendo una afirmación axiomática, que muchas veces se olvida: ni el libro es un artículo de consumo ni leer es un acto consumista. La lectura es una de las más esenciales actividades del ser humano, base y fundamento de todo su desarrollo cultural. Pretender ubicar esta actividad en el ámbito puro y duro del mercado, a la altura de los yogures, los automóviles o las camisas, es tener una visión bastante roma de la cultura y su función social.
Si lo anterior es cierto, conviene extraer de ello dos consecuencias inmediatas. La primera: que es necesario que cuantos nos movemos en torno a este sector nos conjuremos para dar un impulso decidido al fomento de la lectura. Tenemos que conseguir que nuestra sociedad lea más y mejor, que nuestros niños y jóvenes se conviertan en adictos de las bibliotecas y las librerías. Tenemos que entender que el libro es una herramienta esencial para la construcción del futuro, porque no hay proceso educativo posible sin el soporte del libro.
Los libros son seres frágiles y necesitan un entorno apropiado para sobrevivir
La segunda consecuencia: si el libro es un producto peculiar, que tiene sus propias leyes y sus propios mecanismos, es preciso vincular el fomento de la lectura con la defensa de la red de librerías. La librería no es sólo el lugar natural en el que el libro circula, es también un espacio básico de promoción cultural al frente del cual el librero actúa como agente de dinamización. Disponer de una extensa red de librerías es tanto como garantizar la capilaridad de la difusión cultural por todo el territorio nacional. Debilitar esa red, permitir que, poco a poco, muchas pequeñas librerías de toda España vayan cerrando sus puertas, es mucho más grave de lo que puede parecer a simple vista, porque donde desaparece una librería se avanza un paso más en el proceso de desertización cultural.
Las librerías, los libreros, no lo hemos tenido fácil en estos últimos años. Por una parte, la búsqueda, por parte de los editores, de canales alternativos de distribución, cuando no de el de la venta directa, ha debilitado al canal natural sin haber resuelto tampoco los problemas estructurales que supuestamente se querían resolver. Por otra, la política de descuentos de los libros de texto, autorizada por el Real Decreto-Ley 6/2000, cargaba sobre la espalda de las librerías los magros beneficios que de manera desequilibrada se ofrecían al consumidor. Con estos dos elementos actuando conjuntamente y a pleno rendimiento, a nadie podrá extrañarle que en los últimos cuatro años hayan cerrado sus puertas varios cientos de librerías en todo el territorio nacional.
Bien es verdad que, paralelamente, los libreros españoles nos hemos esforzado en la línea de la adaptación a las realidades tecnológicas y empresariales del momento actual, esenciales tanto para la gestión interna de la librería como para la mejora del servicio al cliente. Gracias a esa voluntad de modernización, hoy contamos en España con una red de librerías actualizada y capaz. Quienes las gestionamos sabemos que los libros, pese a su apariencia sólida y a sus colores llamativos, son seres frágiles que necesitan de un entorno apropiado para sobrevivir. Por nuestra parte, que no quede.
Pero lo importante es que no quede por parte de nadie. En el sector del libro tenemos cosas que decir prácticamente todos: los que vivimos de él -autores, editores, distribuidores, libreros-, los que necesitan de él -maestros, profesores, estudiantes, amantes del ocio y de la cultura- y los poderes públicos que tienen la obligación de velar por su buena salud. Hablemos del libro, por tanto. Hablemos de la nueva Ley del Libro, que últimamente se viene anunciando. La Ley del Libro actualmente vigente data de 1975. Necesita de una evidente puesta al día, en la que se salven aspectos estructurales básicos, como el precio fijo y único, y se introduzcan las novedades de una sociedad que, por fortuna, ya no tiene nada que ver con la de hace treinta años. ¿El objetivo de la nueva ley? No puede haber más que uno: fortalecer el libro, aumentar su difusión, velar por su calidad y diversidad. Y garantizar que su canal natural de distribución, la librería, no se malogre. Es lo que una sociedad como la nuestra necesita.
Fernando Valverde es presidente de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros.
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