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Columna
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Alquimias

No deja de tener cierta gracia que el matrimonio Tony Curtis-Janet Leigh pase a los libros de cine por sus mejores interpretaciones, las moralmente menos ejemplares: una secretaria ladrona que acaba acuchillada en la ducha (Psicosis), y un asesino en serie de ancianas (El estrangulador de Boston). Justicia más que poética, necesaria, para dos ídolos de los años cincuenta cuya presencia todavía está fresca en mi memoria, tanto en lo visual -eran deslumbrantes, los dos- como en lo olfativo, porque me traen el recuerdo de las sesiones dobles en cines de barrio, y el olor a merienda y ropa húmeda. Un tiempo en el que no todos fuimos perdedores, como alguien sigue diciendo por ahí, sino en el que perdieron los que perdieron: los que arrastraban las piedras del Valle de los Caídos, no quienes ordenaban construirlo.

Sin nostalgia, pues, que motivos no hay para añorar aquellas épocas, y no regresaría a ellas ni siquiera bajo promesa alguna, quiero rendir un amable tributo a la dama que, para mi placer, se vistió de antigua en infinidad de películas, asistió a infinidad de torneos medievales y presenció no pocas peleas entre el galán y el malo, todas por su palmito. Y que poseía -lo han comentado todos los necrólogos, y me adhiero- el busto más impresionante que puede lucir una ingenua de cintura de avispa, componiendo una especie de balcón modernista plantado en lo alto de una figura de Giacometti.

Las tetas de Janet Leigh, en mi recuerdo, huelen a pan y chocolate. Y aunque nunca admití que le quitara Scaramouche a la bravía Eleanor Parker, debo decir que adoré sus aspavientos en El príncipe valiente, y sus dengues de señoritinga en Los vikingos. Su busto de pan y chocolate hacía que se lo perdonara todo.

Tiene su encanto pensar que, en la alquimia de la sala oscura del cine de barrio, se fundieran tantas falsedades. La de ellos, en la pantalla: oropel y bondad y amor eterno; la nuestra, en las butacas: habíamos sido salvados de los rojos. En realidad, los actores eran unos golfos sumamente humanos, y nosotros habíamos perdido. No estaría mal que alguien hiciera un programa de televisión combinando aquellas películas con la realidad de entonces, a ver si cesan de almibararla.

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