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La energía nuclear y el cambio climático

El 24 de mayo 2004 el periódico The Independent publicó un artículo de James Lovelock, el conocido autor de la Hipótesis Gaia, con el título La energía nuclear es la única solución ecológica que está teniendo una notable repercusión en los medios de comunicación (este periódico publicó la traducción íntegra el 20 de junio), que han llegado a afirmar que el propio Mikhail Gorbatxov, presidente de Green Cross International, apoyaba las tesis favorables al uso de la energía nuclear. Por dicho motivo, Gorbatxov se vio obligado a realizar una declaración oficial, que fue leída en los Diálogos sobre energía y sostenibilidad celebrados los días 2 y 3 de junio de 2004 en el Fòrum de Barcelona, de la que reproducimos el párrafo inicial:

"Durante los dos últimos días en Barcelona mis declaraciones sobre la energía, y en particular sobre la energía nuclear, han sido gravemente malinterpretadas e incorrectamente presentadas por los medios de comunicación. De hecho, la cita del Dr. Lovelock, el experto en medio ambiente británico, se me atribuyó erróneamente a mí. No respaldo su punto de vista de que el mundo debe adoptar la energía nuclear a causa del cambio climático; solamente lo presenté como un ejemplo de que la situación del cambio climático es tan grave que lleva a un experto en medio ambiente al extremo de sugerir algo así".

La inquietud creada por estas informaciones contradictorias, la indudable ascendencia que James Lovelock tiene en el movimiento ecologista y la importancia del tema nos han llevado a intentar contribuir a clarificar esta problemática, que da lugar a tomas de posición como la de Rafael Blasco en su artículo ¿Nucleares? Quizá sí, gracias, aparecido en este periódico el 24 de julio, en el que reclama "argumentos científicos".

El artículo de Lovelock comienza llamando la atención sobre la gravedad del efecto invernadero y la necesidad de disminuir drástica y urgentemente la emisión de los gases que provocan su incremento, para evitar una catástrofe ambiental sin precedentes. En esto existe un consenso muy general en la comunidad científica: el cambio climático provocado por la actividad humana ha comenzado ya y está relacionado con la modificación tremendamente acelerada de la composición de la atmósfera, debida a las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero. El corolario es bien claro: es preciso establecer urgentemente un nuevo modelo energético que no esté basado en los combustibles fósiles.

Hasta ahí todos de acuerdo. Pero Lovelock muestra un serio desconocimiento del problema energético al proponer la energía nuclear como solución. En primer lugar porque, como es bien sabido, son muy graves los problemas que el uso de este recurso energético genera para el medio ambiente: toneladas de residuos de media y alta actividad, con vidas medias de centenares de años y, en algunos casos, milenios; los peligros asociados al transporte y manipulación de los materiales radiactivos; la posibilidad de accidentes de tremendas consecuencias, como el de Chernobil, o de atentados, cuya prevención (hipotética) requiere costosas medidas de seguridad, etc.

Por otro lado, como Bernard Laponche, especialista en políticas energéticas, recuerda, la contribución de la energía nuclear en el ámbito mundial es tan solo de un 6%. Incluso en países como Francia o Japón, que optaron por la creación de numerosas centrales, el porcentaje de energía de origen nuclear no llega al 20%. Es cierto que a veces se afirma que en Francia este porcentaje es de un 75%, pero, como bien explicó Laponche, se trata de un error: ése es el porcentaje que corresponde a la producción de electricidad. De hecho, el consumo de productos petrolíferos por cápita en Francia es similar al del conjunto de la UE.

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Así pues, apostar por una solución nuclear exigiría crear en todo el mundo miles de centrales, de un coste desorbitado y absolutamente inaccesible a los países del Tercer Mundo. En conclusión: la energía nuclear no representa hoy una alternativa real a los combustibles fósiles, sino un grave problema más, con el que es preciso acabar.

El artículo de Lovelock contiene otro serio error: habla de las energías renovables como de "visionary energy sources". No lo son: los parques eólicos y los paneles fotovoltaicos, por ejemplo, constituyen ya una realidad en fuerte expansión en algunos países, a pesar del escaso impulso que se ha dado hasta aquí a su desarrollo, debido, entre otros, a los intereses de muchas compañías de electricidad y de los grupos de presión petrolíferos. Una realidad por la que se apostó ya en la Cumbre de la Tierra, en Río de Janeiro en 1992, en la de Johannesburgo en 2002 y desde instituciones mundiales como el World Watch Institute o el propio Parlamento Europeo al instar a poner en marcha medidas políticas con plazos precisos para lograr un incremento del porcentaje de energías renovables en el consumo final energético, de forma que representen un 20 % del total en el año 2020. Una alternativa que es preciso y posible desarrollar fuertemente en poco tiempo, como mostraron los expertos del Fòrum 2004, y que tiene la enorme ventaja para los países en desarrollo de su descentralización y facilidad de mantenimiento. Cabe añadir que las críticas habituales a su alto coste y bajo rendimiento son hoy inconsistentes, dados los notables progresos realizados, en ambos aspectos, conforme se extiende su uso.

A dichos análisis e impulso se ha venido a sumar la declaración final de La Conferencia Mundial sobre Energías Renovables, clausurada en Bonn el 4 de junio, con participación de más de 150 países, que se selló con un gran acuerdo de medidas concretas, cuya puesta en práctica será supervisada por Naciones Unidas, para impulsar las energías renovables como la eólica, la mini-hidráulica o la solar, reconociendo su papel crucial en la lucha contra el cambio climático y la pobreza.

Naturalmente, ello no supone afirmar que las energías renovables constituyan hoy la solución para desplazar los combustibles fósiles y evitar el cambio climático. Hemos de reconocer que no existe una solución puramente tecnocientífica. Se precisa todo un entramado de medidas, descritas también por los expertos, que van desde reducciones del consumo de una fracción de la humanidad (lo que exige cambios en sus estilos de vida) a la limitación del crecimiento de la población mundial, pasando por el impulso de la investigación e innovación para el logro de mayor eficiencia energética, etc. Medidas que a su vez precisan de instituciones planetarias plenamente democráticas, con capacidad para evitar la imposición de intereses particulares a corto plazo perjudiciales para otros o para las generaciones venideras. No hay, pues, una solución técnica milagrosa al problema de emergencia planetaria que estamos viviendo.

Y la apuesta por la energía nuclear constituye un buen ejemplo de hacia dónde puede llevarnos (a dónde nos ha llevado ya) el pensar en el "aquí y ahora" sin considerar las consecuencias.

Daniel Gil y Amparo Vílches son doctores en Ciencias Físicas y Ciencias Químicas, respectivamente, en la Universitat de València

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