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Reportaje:Atenas 2004 | VELA: EL GRAN DÍA ESPAÑOL

El éxito de un peso pesado

De ser el peor infantil en la clase 'Optimist' por su exceso de kilos, Rafael Trujillo ha pasado a triunfar como tripulante solitario en 'Finn'

"Detrás de la medalla hay mucho sacrificio", afirma, emocionado, Rafael Trujillo. Gaditano de La Línea de la Concepción, comenzó a navegar a los cinco años, cuando su prima Lorena le llevaba de paquete en su Optimist dando bordos cerca de la playa. "El mar siempre me gustó", asegura, a sus 28 años, después de colgarse la plata en la clase Finn; "navegar, bucear, nadar... Tal vez tenía más físico para el baloncesto que para subirme a un barco porque, a los 14 años, medía 1,84 metros y pesaba 95 kilos. Pero yo sólo quería navegar".

La fiebre de las velas, el sonido del barco al cruzar el agua, el dominio de los vientos..., se convirtió en una obsesión. El reto era complicado. Por culpa de su peso, sus resultados siempre fueron malos en su etapa de formación. "Tengo un año menos que Luis Martínez y la misma edad que Gustavo Martínez Doreste, pero, cuando navegábamos en Optimist, siendo infantiles, ellos me daban siempre una vuelta", sonríe Trujillo; "siempre era el último. Cuando ellos acababan la regata, a mí me quedaba todavía una popa y una ceñida. Mi problema era llegar dentro del tiempo límite. Ellos iban en Optimist y yo en una especie de sumergible por culpa de mi peso".

"¿Mi sistema? Si el que va a mi lado me gana y navega tres días, yo navego siete"
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Aquellas lecciones de humildad no las olvidará nunca porque constituyeron la base fundamental de su filosofía de vida. "Mi sistema de trabajo es muy sencillo. Si el que va a mi lado me gana y navega tres días, yo navego siete", reflexiona. Sin ser un superdotado para ella, la navegación era su única opción para salir a flote. Fue quemando etapas porque el problema que suponía su peso quedó pronto compensado por la fuerza física que podía desplegar. A los 15 años, por ejemplo, fue el regatista más joven que corrió el preolímpico de Barcelona 92 y que colaboró en la regata olímpica.

Después navegó con José Luis Doreste y con José María van den Ploeg, con quien obtuvo un diploma olímpico -fueron octavos- en la clase Star en Sidney 2000, en su primera participación. "Para mí fue muy importante colaborar con todos estos campeones olímpicos", afirma; "iba siempre con los ojos bien abiertos y planchando oreja. Aprendí mucho de ellos. Pero prefiero navegar solo. Mis aciertos o mis errores dependen sólo de mí mismo". Por eso se enroló en la clase Finn, el barco olímpico más grande con un solo tripulante. Es una clase en la que España ha brillado especialmente a lo largo de la historia: José Luis Doreste fue oro en Seúl 88 y Van den Ploeg en Barcelona. Él mismo fue plata en los Mundiales de Cádiz en 2003. "Es muy exigente. En rumbo abierto, no te da descanso. Debes llevar la escota directa: piernas y tren superior a tope. Y, encima, debes pensar", cuenta Trujillo; "como es un barco tan lento y pesado, puedes perder velocidad si no estás atento a las rachas de viento".

Cuando este mes llegó a Atenas, Trujillo había hecho un buen trabajo. Aunque los Finn son barcos iguales, había intentado bajar el centro de gravedad y mejorar algunas flexiones de los palos. Se sentía cómodo en su nave. Y, cuando las regatas olímpicas le obligaron a abrir las velas, llenó su corazón de ilusiones y se lanzó mar adentro. En diez regatas sólo tuvo un fallo: una descalificación en la séptima por una salida falsa. Llegó ayer a la última siendo el segundo y... sufrió. Pero ganó la plata y descansó tranquilo. Toda su historia había valido la pena. Especialmente, las chocolatinas que le regalaba a su hermano pequeño para que le acompañara cuando el entrenador le obligaba a navegar con otro.

Rafael Trujillo, en un gesto expresivo.
Rafael Trujillo, en un gesto expresivo.EFE

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