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Columna
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Nuestra vida y nuestros políticos

Una particularidad española, que acaso provenga de los tiempos de Franco, aunque no estoy seguro, es la enorme presencia informativa que se concede a nuestros políticos. Casi una tercera parte de los telediarios les pertenecen, y no se diga ya de la interminable cantidad de páginas y columnas que les consagran los periódicos de información (llamada) general todos los días del año, todas las primeras planas de su colección.

Los políticos declaran, proponen, afirman, se desenvuelven en España como un especial subgrupo favorito que de continuo tiene las cámaras y los periodistas a su disposición. Cuando el otro día se incendió una subestación eléctrica de Unión Fenosa en el centro de Madrid, que afectó a 40.000 domicilios, sin contar las decenas de miles de habitantes y de comercios o instituciones que sufrieron trastornos, las imágenes principales que difundió TVE se referían a cómo lo estaban pasando entonces los diputados y diputadas dentro del Congreso.

De hecho, el subgrupo político llega a encontrarse tan mimado en sus sedes y subsedes, en el gobierno central o en los gobiernos de las comunidades autónomas, más sus respectivas cámaras y comisiones, que los medios técnicos no dan literalmente abasto. Es suficiente, de hecho, que se forme una Comisión de investigación como la del 11-M, de cuyo asunto ya sabemos todo desde hace tiempo, para que las reuniones se expongan con todos su pormenores y los declarantes aparezcan premiosamente una y otra vez, haya o no noticias nuevas. Lo cabal sería que investigaran y nos informaran de los resultados pero aquí seguimos paso a paso la investigación como si los espectadores fuéramos de la misma comisión y nos jugáramos la salud con sus peripecias.

Los medios nos obligan a vivir con los políticos no sólo contemplando y escuchando lo que hacen o afirman sino convirtiéndolos, a falta de otros temas que Dios sabe donde van a parar, en el asunto central de nuestras charlas de manera que, en estos días de verano, cuando se reúne la gente para comerse unas gambas, es imposible que no salga una conversación sin que aparezcan por medio.

Tal polución existencial se justificaría en tiempos revolucionarios o épocas por el estilo, pero contando con que no ocurre nada de esa categoría y, por lo común, se les ocurren cosas normales, el desajuste es difícil de explicar. Cabría acaso la hipótesis de que, debido a la inercia del glorioso evento democrático de hace 30 años, los hombres y mujeres de la política se vieran todavía como encarnaciones de nuestra libertad, la justicia y el bien común. Es decir, que estuvieran, como ocurre de facto, endiosados y viviendo de las rentas. Porque actuando como actúan, más o menos como los demás políticos del mundo, parezca que no hay nada más valioso en que fijarse y publicar.

Es cierto, también, que cuando el periodismo contrae un determinado vicio tiende fácilmente a hacerlo crónico porque el diario o el telediario se elaboran deprisa y no hay tiempo para corregir la deformación. Existe interés por hacerlo cuanto antes, no cabe duda, y con frecuencia se clama que las cosas no pueden continuar así, regalándole minutos y páginas enteras a la nada con el muchísimo dinero que valen. Pero luego, por lo que sea, no hay tiempo para solventarlo. Como consecuencia, viéndose este subgrupo de electos tan enfocado, iluminado y supertratado, se engola y tiende a convertirse en patrón de casi todas las cosas, sean actos culturales, entrega de premios, recomendación de libros y apoyos futbolísticos.

Los políticos en España son, en definitiva, el no va más. Pero lo que es peor: ocupan tanto sitio en primera fila que, probablemente sin quererlo, impiden que la sociedad, la cultura o el pensamiento, lleguen más lejos.

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