_
_
_
_
_
Reportaje:

"¿Cómo íbamos a no venir?"

Doce familiares de una niña gitana que espera un trasplante viven acampados en un parque

Pocas horas antes de que la ambulancia con Tabita Montoya, de cinco años, llegara al hospital de Vall d'Hebron de Barcelona el pasado miércoles, un coche y una furgoneta habían aparcado en uno de los muchos parques aledaños. En ellos viajaban desde Asturias 12 familiares, 4 colchones, fardos de ropa, una cocina con bombona de butano incluida y demás enseres para pasar una larga temporada. El parque está al lado del hospital y dispone de toboganes para los tres niños, así que ahí se quedaron. Y ahí siguen, nueve días después.

"¿Cómo íbamos a no venir?", responde uno. "Es una ley gitana no escrita: cuando pasa algo, nos unimos todos". Y matiza: "Sólo hemos venido los más importantes".

De los 12 familiares, sólo pueden visitar a Tabita sus padres y la abuela, una concesión del hospital ("se crió conmigo", aclara orgullosa). Los demás se limitan a mirarla a través de la cristalera que aísla la unidad de cuidados intensivos, donde Tabita espera entubada y consciente a que le trasplanten los pulmones por una hipertensión pulmonar primaria. "Sus arterias son tan estrechas que no pasa la sangre", explica José, su padre, de 23 años.

Esta noche será la primera que José, su mujer y su otra hija dormirán en una habitación que les ha encontrado la asistente social del hospital. Hasta ahora lo hacían en el coche. Otro matrimonio ocupaba la furgoneta. Y el resto, al raso, "con todas estas moscas, mosquitos y hormigas que se nos comen", rezando para que no llueva y para que una organización gitana de Cataluña les consiga alojamiento.

Las hamacas las cogieron de la calle, al igual que la tabla sobre la que lavan la ropa con un cepillo. Unos arbustos sirven de tendedero. Obedecieron la sugerencia de ser "discretos" de un guardia urbano cubriendo con una gran lona azul todos los enseres que habían desalojado de la furgoneta para pernoctar.

José aclara que se sienten bien tratados por el vecindario y que los problemas sólo aparecen cuando buscan un piso en alquiler. "No se fían. Nos piden 400.000 pesetas por adelantado, y nosotros somos pobres". Uno de los familiares ha tenido que dejar su labor de chatarrero. "Vivimos de algo que nos pasa la familia", asegura.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Si José no regresa en septiembre a su pueblo, Pola de Siero (Asturias), perderá su trabajo de jardinero en el Ayuntamiento. Lo da por perdido: Tabita entró ayer en la lista de espera y después de la operación deberá estar al menos tres meses ingresada. "No regresaremos hasta que la niña esté bien".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_