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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Pasión y utopía

Ardinghello y las islas afortunadas (1787) es una novela, en parte epistolar, ambientada en la Italia del siglo XVI y pasa por ser la primera Kunstlerroman o "novela de artista" de la literatura alemana. Desconocida en castellano, la editorial Pre-Textos la publica ahora en su cuidada colección de clásicos, traducida con suma elegancia por el veterano Eustaquio Barjau.

El autor, Johann Jakob Wilhelm Heinse (1746-1803), fue contemporáneo de Goethe y Hölderlin; como éstos, profesó un amor exaltado por la Antigüedad clásica y su herencia intelectual, expresada en la cultura del Renacimiento. Después de un viaje a Italia de tres años de duración, Heinse escribió Ardinghello, esta obra tan desigual, entretenida e instructiva, de lenguaje apasionado y tan sintomática de toda una época: Sturm und Drang, Revolución Francesa, prerromanticismo... Heinse fue un provocador, un soñador empedernido y un entusiasta de los nuevos credos antiburgueses que inflamaban los corazones jóvenes y amenazaban la estabilidad social de la vieja Europa. Todo su afán se centró en proclamar los bondadosos efectos de la libertad a ultranza en un mundo plagado de prejuicios que restaban calidad a la vida. Incluso la sacrosanta "Razón", coronada como la reina del siglo, le parecía "un domador tiránico"; en contra de sus dictados, sostenía que el goce sin melindres de lo estimable, la exaltación provocada por la Belleza artística o por la ilusión de amar, las alegrías de la salud, todo lo que la vida ofrece de placentero, debía saborearse sin vacilación, pues la existencia es un naufragio y nosotros "damos tumbos en medio de la cólera de las olas, lanzados de un abismo a otro". Por cierto, Hölderlin, gran admirador del Ardinghello, adoptó esta imagen en uno de sus más hermosos poemas: "La canción del destino de Hiperión".

ARDINGHELLO Y LAS ISLAS AFORTUNADAS

Wilhelm Heinse

Prólogo, traducción y notas

de Eustaquio Barjau

Pre-Textos. Valencia, 2004

444 páginas. 27,45 euros

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A Goethe le disgustó la novela; según él, Heinse sólo pretendía ennoblecer lo que era crudo "sensualismo" con abstrusas lucubraciones estéticas. Y, sin embargo, en Ardinghello hay mucho de Las penas del joven Werther, aunque su protagonista, el noble florentino Frescobaldi, pintor y amante del arte, cuyo seudónimo da nombre a la obra, encarna justo al antípoda del enamorado deprimido y suicida que es Werther, pues el vital Ardinghello consigue lo que anhela: venga la muerte de su padre, pinta como los grandes maestros, atrae a las mujeres, posee a sus amadas y jamás se apoltrona en ninguna parte, viajando y viviendo aventuras sin cesar. Excelente conversador, de vasta cultura, personifica el modelo perfecto de un caballero renacentista: mitad sabio, mitad guerrero. Posteriormente, la obra fascinaría al iconoclasta Heinrich Heine, así como a Wagner.

En Ardinghello se mezclan la aventura folletinesca de capa y espada con exposiciones pedagógicas o ensayísticas sobre la pintura y la arquitectura del Renacimiento. Tiziano, Rafael, Correggio, Palladio son presentados como ideales de talento y genio, seres casi sobrehumanos capaces de dotar de belleza a la materia inerte. Pero también la cosmología y la filosofía antigua ocupan un lugar destacado en las conversaciones de los personajes, que desdeñan la religión convencional, sustituida por la nueva fe en las bondades de la Naturaleza, proclamada por Rousseau.

Ahora bien, el apasionado Ardinghello acabará descubriendo -de la mano de una figura femenina ideal, Fiordimona- que si bien el arte proporciona goces indecibles, tan sólo remite a la realidad de un mundo de sombras e ilusiones; que existe algo más real: la sociedad de personas con las que convivimos. Así que la preocupación por el bienestar y la armonía social terminarán por embargar el corazón del caballero humanista. De ahí las ideas tan "progresistas" esbozadas en Ardinghello, demoledoras para su época. El pintor y un grupo de amigos terminan fundando un Estado: "el mejor", consistente en que sus miembros sean "seres humanos y ciudadanos completos". En su seno no cabían los espectáculos zafios, se castigaba con dureza la violencia de cualquier género y se contemplaba sin ambages la absoluta igualdad de derechos entre la mujer y el hombre, así como el amor libre. Se limitaba la propiedad privada en favor de la comunidad de bienes y sobre todo se ponía especial énfasis en la educación infantil y en la preservación y transmisión de la gran cultura, las artes y la ciencia; y aunque la guerra se consideraba un mal absoluto, también se preparaba a los ciudadanos para ejercer hábilmente el derecho de legítima defensa ante el enemigo agresor.

En suma, el Ardinghello, con su pasión y sus utopías, gustará con seguridad a quienes frecuentan la literatura del siglo XVIII, pero también a los cómplices actuales de aquellos personajes que, desde la Antigüedad, creyeron en la posibilidad de mejorar la existencia ganando espacio para la convivencia y el respeto a la libertad individual.

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