_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

De secretos y mentiras políticas

El tratamiento informativo dado por el último Gobierno del Partido Popular a la masacre del 11-M en Madrid, o antes, la oscura y ya olvidada muerte de Kelly, asesor del ejecutivo de Tony Blair, tras el escándalo de la manipulación del dossier sobre las armas de destrucción masiva en Irak, y, por supuesto, las explicaciones mismas de Bush, el premier británico y José María Aznar sobre los porqués de la guerra, ponen sobre el tapete de la reflexión filosófico-política (precisamente la que debiera hacer el PP en lugar de enrocarse tozudamente en algunas de sus tesis aznaristas), la vieja cuestión de las "mentiras y los secretos de Estado". En la historia, esta cuestión se ha respondido, en términos generales, de dos formas diferentes y no es irrelevante ni el momento ni el contexto político en el que se formulan.

La primera se conoce como el error Maquiavelo, por su autor y porque es incompatible con el sistema democrático, incluso en la versión del florentino que está sustancialmente mejor argumentada que la de sus epígonos contemporáneos que con toda seguridad no le han leído, en concreto sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Esta respuesta podría representarse, de una forma quizá algo solemne -y kantiana- pero en todo caso muy gráfica, del siguiente modo: la Ética y el Derecho doblando su rodilla ante la política. Supone, resumiendo mucho, la legitimación de la mentira política y de los secretos de Estado. Los gobiernos, si consideran que está en juego la salvación de la Patria, están autorizados a mentir en todas sus formas y a guardar secreto, tratando a los ciudadanos como menores de edad. Cuando Aznar -y siento compararlo con Maquiavelo (por el prestigio intelectual del segundo, claro)-, repetía hasta el hartazgo -el único que no le oyó fue nuestro Zaplana- que las armas de destrucción masiva, "razón" principal de la invasión de Irak, iban a aparecer tarde o temprano, o cuando se empeñaba por boca, entre otros, del mismo Zaplana, siempre impertérrito, en la autoría de ETA en contra de las evidencias policiales acerca del atentado brutal de Madrid, de la opinión de la prensa internacional y de toda elemental prudencia, se estaba situando en esta tradición de la supremacía de la lógica política (con minúsculas) sobre la ética y el Derecho. Dicho con otros términos: con estos dos ejemplos, y con algunos otros como el del Prestige o el del accidente aéreo de los militares españoles en Turquía, hemos asistido en los últimos tiempos a una perversión de la ética de la responsabilidad weberiana por parte del gobierno que pretendía incluir el desprecio hacia millones de españoles y de europeos que nos manifestamos, nosotros sí por sentido de la responsabilidad, contra una guerra ilegal e inicua, impúdica, pero también contra la falta de información veraz en las horas y días posteriores al 11-M, hasta la mañana misma de las elecciones. Ellos, y en particular el expresidente Aznar, quisieron ser Churchills revividos, Hombres de Estado, Estadistas de los que la historia sólo nos da uno o dos cada siglo, normalmente incomprendidos por sus coetáneos; nosotros, claro, debíamos pasar, en este grotesco intercambio de papeles y máscaras, por los cobardes que ceden al chantaje terrorista o, en el mejor de los casos, por unos ingenuos demagogos de la paz y de los derechos humanos, incapaces de aprehender el profundo (arcano) sentido de la Razón de Estado, verdaderamente al alcance de muy pocos, casualmente ellos.....

La segunda respuesta podría denominarse como el sueño de Kant vigilado por Rousseau, y es justamente la contraria a la anterior y la única compatible al final con la democracia. Arranca de la Ilustración (con Condorcet a la cabeza) y se desarrolla a lo largo del Siglo XIX en la mejor tradición de liberalismo político que no es naturalmente la del tridente de las Azores, sino la del mismo Kant, la de Mill, la de Bertrand Russell, o incluso la de Kelsen. Es una respuesta que parte del principio de sospecha hacia el poder y que combate la ocultación y la oscuridad de la vida pública (Ilustración significa precisamente luz y transparencia). En un primer momento, podría representarse, por seguir con la imagen dibujada más arriba, como la política doblando su rodilla ante el Derecho y la Moral, aunque hoy se expresa mejor presentando a estas tres instancias normativas de la mano, siempre que la Política sea democrática (no sólo en su origen, sino también en su ejercicio público, deliberativo e igualitario), la ética, laica y plural, y el Derecho, racional y garantista. Es la intuición de Kant, sin duda inspirada en Rousseau, que nos expone hace más de dos siglos en su "artículo secreto" de La Paz Perpetua: "El Derecho de los hombres debe mantenerse como cosa sagrada, por grandes que sean los sacrificios del poder dominante. En este asunto no se puede partir en dos e inventarse la cosa intermedia (entre Derecho y utilidad) de un Derecho condicionado por la práctica; toda política debe doblar su rodilla ante el Derecho, si bien cabe esperar que se llegará a un nivel, aunque lentamente, en que la política brillará con firmeza".

La victoria el pasado 14 de marzo del PSOE y, muy en particular a estos efectos, de Rodríguez Zapatero, quizá tenga mucho que ver con una identificación, consciente o inconsciente, pero poderosa y valiente, de la candidatura socialista con la segunda manera de entender la Política que he recordado en estas líneas, y del PP con la primera. El grito de ¡No nos falles! a Zapatero y su actitud receptiva constituye un aldabonazo de esperanza para la mayoría de los ciudadanos que con estas elecciones han demostrado, en contra de los pesimistas, de los escépticos o de los agoreros, que sueñan todavía con ese brillo propio de la política democrática que no puede entenderse sin la ética y el Derecho.

José Manuel Rodríguez-Uribes es profesor titular de Filosofía del Derecho y miembro del Grupo de Estudios sobre Ciudadanía, Inmigración y Minorías de la Universitat de València.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_