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¿Qué significan los atentados del 11-M para España y el mundo?

La cosa no es como para alegrarse. Un grupo de terroristas internacionales declaró que pretendía influir en el resultado de unas elecciones, y lo consiguió.

¿Son los españoles culpables de aplacar a los terroristas, como sugieren muchos observadores? El hecho de plantearse la pregunta demuestra una extraordinaria ignorancia sobre el carácter de la amenaza terrorista a la que nos enfrentamos. El pueblo español no puede aplacar a Al Qaeda votando a otro partido, yéndose de Irak ni de ninguna otra forma. No debemos tener una imagen romántica de Al Qaeda y sus redes de acólitos nihilistas ni suponer que poseen unos objetivos claros y posibles de alcanzar, o que, si lo intentamos, podemos apaciguarles. Los grupos partidarios de la ideología distópica de Al Qaeda tienen una visión grandiosa, pero ningún objetivo fijo. El propósito de los atentados mortales, tanto o más que horrorizar y amedrentar a las víctimas, consiste en agrupar a sus tropas. Los objetivos cambian sin cesar: obligar a las tropas estadounidenses a retirarse de Arabia Saudí o a las tropas occidentales a retirarse de Irak, dejar al descubierto a Estados Unidos y sus aliados y sembrar la discordia en Occidente, hacer que se enciendan en Irak las tensiones sectarias. Para lograr esos objetivos cambiantes, el movimiento pretende generar no sólo un choque de civilizaciones, sino un choque dentro de las civilizaciones. El objetivo final es "purificar" el mundo, sustituir el nuevo orden mundial por un califato de terror, basado en un pasado imaginario, más simple y puro.

Siempre que sea posible debemos sembrar la discordia en Al Qaeda y sus células
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Cuando Osama Bin Laden anunció su intención de atacar a la población civil de Estados Unidos en febrero de 1996, exigió que las tropas se fueran de Arabia Saudí. A pesar de la decisión estadounidense de retirar a sus soldados (por otras razones que no tenían nada que ver con las demandas de Bin Laden), el líder de Al Qaeda y el movimiento inspirado por él no se dieron por satisfechos. Siguieron siendo una amenaza para todo el mundo. Y cuando los españoles derrotaron en las urnas al PP, no lo hicieron para complacer a Al Qaeda, sino porque pensaron que Aznar y su partido ya no representaban sus intereses.

Por desgracia, da la impresión de que el Gobierno de Aznar reaccionó como lo habrían hecho muchos Gobiernos, apresurándose a atribuir la responsabilidad a los "sospechosos habituales", y luego intentando tapar sus errores. Desde luego, no es la primera vez que unas víctimas del terrorismo suponen que el responsable de un atentado es un grupo conocido y determinado para descubrir después que, en realidad, lo cometió una red misteriosa y enigmática, sin domicilio fijo. Tampoco es la primera vez que un Gobierno tarda en divulgar la verdad sobre los errores de sus servicios de información. De hecho, muchos opinan que es lo que ha ocurrido con la guerra de Irak. Bush y su Administración acusaron a los sospechosos habituales (en ese caso, Sadam) de haber cometido los horrendos atentados del 11 de septiembre, y han tardado un tiempo increíble en reconocer sus errores, tanto de información como de juicio. El Gobierno de Bush todavía no se ha enterado de que, en el mundo actual, los individuos criminales pueden ser más peligrosos que los Estados criminales (cosa que vale tanto para el terrorismo como para la proliferación nuclear). Desgraciadamente, la arremetida contra un enemigo equivocado y en un momento inoportuno ha hecho que el mundo sea un lugar mucho más peligroso para todos, incluidos los españoles.

Durante los seis últimos años he entrevistado a numerosos muyahidin, y una de las cosas más escalofriantes que me han dicho es que la yihad es adictiva. Y, para alimentar el hábito, se vuelve aceptable prácticamente cualquier acción, incluso cooperar con grupos terroristas enemigos y redes criminales, matar a musulmanes inocentes o atacar a fuerzas amigas.

El Gobierno de Bush cometió un grave error cuando, aún bajo la conmoción del 11 de septiembre, decidió desafiar a sus aliados. En vez de dejar que la tragedia del 11 de marzo siembre todavía más discordia entre nosotros, ha llegado el momento de unirnos, por ejemplo en la colaboración para crear un Estado capaz de funcionar en Irak. Tenemos que dominar la guerra psicológica tanto como nuestro enemigo. Siempre que sea posible, debemos sembrar la discordia y la disidencia en Al Qaeda y sus células, no dejar que ellos las siembren entre nosotros. Sólo será posible combatir a este enemigo si tenemos clara su auténtica naturaleza, su adicción a una guerra santa nihilista. No vamos a aplacarle con pequeñas victorias en España ni en otros lugares.

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