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Tribuna
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La luz al final del túnel

Las elecciones generales celebradas el 14 de marzo nos han permitido entrever que existe una luz al final del túnel. Pero no amanecerá si no estamos preparados para ello. Recuerdo en estos momentos al genial Oteiza, que me dijo en cierta ocasión que cuando vemos una luz, siempre nos cabe la duda de pensar si, efectivamente, es el final del túnel o un tren que viene de frente a toda velocidad.

No es momento de mirar al pasado, aunque podríamos hacerlo con toda la legitimidad. Pero esto no quiere decir que debamos olvidar, porque sólo seremos capaces de recorrer un camino si, como cuando se adelanta en una autopista, antes miramos hacia atrás para comprobar que nadie nos arrollará. Y hay motivos suficientes para pensar que alguien estará pensando en cómo volver a arrollarnos. Sí me parece conveniente reivindicar, en nombre de todas las personas que vivimos en Euskadi, con firmeza y sin espasmos, que nadie vuelva a criminalizar a los vascos y que nadie tenga la tentación de volver a hablar de terrorismo vasco. Euskadi es un país pacífico, plural y democrático, que abomina la violencia y que anhela, como nadie, la paz y la convivencia. El progreso y el bienestar de todos y para todos.

El atentado ocurrido en Madrid y su terrorífico balance de muertos y heridos nos pone sobre la mesa una enseñanza. José Luis Rodríguez Zapatero se ha adelantado a decir que el terrorismo no se soluciona con guerras, sino profundizando en sus causas. Nada me parece más oportuno en estos momentos que comenzar por coincidir con el que va a ser nuevo presidente español. Y me parece relevante porque es más importante comenzar por exponer los principios que nos unen antes de desgranar aquellas cosas que nos separan. ¿Por qué empeñarnos en abrir un abismo allí donde no lo hay? Frente al terrorismo y la violencia debemos estar todos juntos, al margen de las ideas de cada uno, porque es más lo que nos une que lo que nos separa.

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Me parece importante comenzar también por recuperar el respeto a la pluralidad política e ideológica. Vivimos en un Estado plurinacional. Con naciones e identidades diversas y aspiraciones asimétricas. Nada hay de malo en ello y no debe causar temor alguno encarar las reivindicaciones que democráticamente expongan y decidan los ciudadanos de las mismas. La cohesión de la diversidad debe construirse sobre acuerdos democráticos. Porque todos los sistemas que generan más problemas de los que resuelven, tarde o temprano entran en crisis.

Yo no tengo inconveniente ni problema alguno como lehendakari en decir y pregonar allí donde haga falta que respeto las ideas del señor Rodríguez Zapatero. Que me parece fundamental respetarlas, aunque no las comparta, porque desde el respeto lograremos encontrar puntos de encuentro. Y espero y deseo que -a diferencia de Aznar- el señor Rodríguez Zapatero no tendrá tampoco inconveniente alguno en decir que respeta las ideas del lehendakari, aunque no las comparta, y que -como yo- está dispuesto a sentarse a hablar, porque sólo hablando se entiende la gente.

Creo que es importante que ambos digamos a los ciudadanos que nos respetamos, porque es un principio democrático tan irrenunciable como el de que los poderes del Estado han de funcionar de manera independiente. Esta nueva etapa debería comenzar por recuperar para la convivencia estos principios. A nadie se le puede reclamar ni exigir que deje de ser lo que es o que renuncie a sus legítimas aspiraciones políticas, defendidas y presentadas de forma democrática, y respaldadas con apoyo suficiente por los ciudadanos.

El diálogo es otra de las actitudes que hay que recuperar para la democracia. Ha sido un término político tan demonizado y en desuso que con sólo oírlo ahora genera ya de por sí una enorme ilusión y esperanza. Oír a los responsables políticos algo tan revolucionario como que van a hablar nos produce un tremendo alivio. Es curioso y revelador de hasta dónde hemos llegado. En todo caso, estamos ante una nueva oportunidad. ¡No la desaprovechemos!

En el mes de mayo del año 2001 las elecciones autonómicas vascas abrieron una nueva etapa. En el año 2003, la decisión democrática de los catalanes abrió una nueva etapa. Y en el año 2004, el pronunciamiento democrático de los ciudadanos ha abierto una nueva etapa a nivel de Estado. Creo que se puede cerrar con ello un ciclo madurado durante décadas de incomprensiones e incumplimientos e iniciar un nuevo porvenir político. Sólo la responsabilidad y el reconocimiento de que esto es así nos fortalecerá para buscar una solución compartida entre todos.

Me parece muy pertinente, tras la irresponsable manipulación informativa de la que todos hemos sido objeto, dejar absolutamente claras tres cosas. La primera: la propuesta que he presentado en el Parlamento vasco para su debate y discusión en nombre del Gobierno vasco -las elecciones del domingo nos otorgan el 49,11% de la representación de la sociedad vasca frente al 44% del año 2000- no pretende romper con nada ni con nadie, sino formalizar un pacto para convivir. La segunda: la hemos presentado de manera legítima, legal y democrática en la institución que representa a todos los vascos y vascas. No hay, por tanto, ruptura alguna de las reglas de juego. Otra cosa diferente es que se discrepe de ella, lo cual es absolutamente aceptable. Pero no hemos roto ninguna regla del juego democrático. Es más, está presentada con todos los requisitos exigibles en un país democrático. Y el mismo camino ha emprendido Cataluña y ha anunciado que lo emprenderá Andalucía. La tercera: es una propuesta abierta al diálogo. Desde la primera letra hasta la última letra.

Nosotros, el Gobierno vasco, somos conscientes de que tenemos una parte de la razón, que debe complementarse y enriquecerse con la parte de la razón que tienen los demás. Estamos, por tanto, dispuestos a sentarnos en una mesa con una voluntad abierta y dialogante. Sin actitudes cerradas e intransigentes. Poniendo sobre la misma nuestras ideas y esperando que los que no las compartan expongan en la misma las suyas. Con la misma legitimidad y con los mismos fundamentos políticos y democráticos. Lo que, ya de por sí, me parece un buen punto de partida. Estamos dispuestos, en consecuencia, a debatir todas y cada una de las posiciones políticas que están sobre la mesa. Sin exigencias, sin condiciones y sin posturas cerradas. Y hagámoslo, además, con tranquilidad, porque al final seremos los vascos y vascas quienes tengamos la última palabra, al igual que los catalanes han planteado hacer en Cataluña.

Esta nueva etapa debe normalizar, asimismo, las relaciones institucionales entre Madrid y Vitoria. Porque por encima de las aspiraciones políticas, por encima de los proyectos políticos, está la responsabilidad que ambas administraciones tenemos para solucionar los problemas de los ciudadanos. Hemos reclamado, predicando en el desierto, para que la comunicación institucional se mantuviera. Ha llegado el momento de comenzar a hacer las cosas de manera diferente y de ofrecer signos externos visibles a los ciudadanos de que estamos comprometidos a que la vida política transcurra por cauces distintos.

También la violencia y el terrorismo de ETA deben de acabar para siempre en esta nueva etapa. El terrorismo de grupos violentos y minoritarios del mundo islámico y sus terribles masacres también le afecta a ETA. ¡Y de qué manera! ETA ha cometido tal cúmulo de atrocidades que no existen ya palabras que hagan justicia a nuestros sentimientos. Sólo cabe reclamarles con firmeza que desaparezcan. A los líderes de Batasuna hay que decirles que defiendan lo que deseen defender democráticamente, respetando las ideas de los demás y defendiendo, con los demás, los derechos fundamentales de todas las personas. Yo no les pido que renuncien a sus ideas, pero les exijo con contundencia que las defiendan por cauces pacíficos y democráticos. La memoria de todas las víctimas de ETA debe provocar en todos nosotros una repulsa infinita a la violencia. Sólo una persona descompuesta intelectualmente puede, por lo demás, escribir en un comunicado de la banda que jamás han matado a nadie por sus ideas políticas.

Estamos ante la ilusión que provoca el aire fresco que ventila aquellas casas que han permanecido durante mucho tiempo cerradas a toda influencia exterior. Tenemos mucho trabajo que hacer. Conseguir un acuerdo de convivencia amable entre Euskadi y España, recuperar el prestigio en Europa, aprobar una Constitución para todos los europeos... La receta nos la dio recientemente Kofi Annan, secretario general de Naciones Unidas: "Se puede amar lo que se es sin odiar lo que no se es". Hagamos, entre todos, que la luz que vemos sea el final del túnel. Porque, ¿para qué seguir viviendo a oscuras si nos gusta tanto la luz del día?

Juan José Ibarretxe es lehendakari del Gobierno vasco.

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