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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ronda de lo absurdo

J. Ernesto Ayala-Dip

Una de las virtudes de Un tranvía en SP era la pericia para soldar fragmentos. O mejor dicho, para urdir la ilusión de un libro fragmentario. Los nexos eran fragmentos, y la materia anexada era aquella ilusión narrativa que se leía con la fluidez de los textos "hechos y derechos", que exigía la preceptiva tradicional. La provocación era un relato plebeyo, carnavalesco, para decirlo con palabras de Bajtin, disimulado bajo una capa de trama con principio y final. El pelo de Van 't Hoff sigue en esta línea, sólo que ahora Unai Elorriaga ha privilegiado el fragmento sobre la ilusión de unidad. Lo que antes era costura, ahora se trastoca en apariencia de sustancia. Tampoco hay ahora ilusión de trama, porque lo que ha impelido a su autor marginarla es la construcción de un personaje premeditadamente infantil, un personaje nacido para desprestigiar el lenguaje adulto, en contraposición a un lenguaje (el de esta novela, que no el del protagonista, que se representa con una voz omnisciente) lúdico, invertebrado, entre la gramática surrealista y el homenaje a Gómez de la Serna.

EL PELO DE VAN ´T HOFF

Unai Elorriaga

Alfaguara. Madrid, 2004

211 páginas. 14 euros

El pelo de Van 't Hoff cuenta la historia de Matías Malanda, un hombre en la treintena que lleva una pelota de goma. Juega con ella y con ella se planta ante el mundo a través una misión digna de un relato de Kafka: escribir biografías para un supuesto y kafkiano Ministerio. Dije antes que las costuras pesan más. Y esas costuras son juegos de palabras, greguerías, fogonazos líricos. Pero a medida que avanzamos en su lectura, la sensación que nos va dejando la segunda novela de Unai Elorriaga es la de una insustancialidad narrativa muy bien camuflada. La idea del personaje es buena, un tipo con una pelotita merodeando el absurdo de la existencia humana. La hubiera envidiado hasta el mismísimo Julio Cortázar. A la severa sobriedad de un Kafka, el escritor vasco le opone una cadena de ocurrencias verbales muy bien equipadas y llenas de contagiosa amabilidad. Pero el absurdo sigue rondando por las páginas sin que sepamos nunca exactamente dónde reside su maldad o su banalidad, a diferencia de lo que ocurre en algunos de los cuentos más emblemáticos de Kafka, incluso del ya citado Cortázar. Esto que digo no es para que cunda el desánimo entre sus lectores. La novela tiene buenos momentos, aunque lamentablemente menos buenos y más innecesarios que la primera que publicó. Ahora bien, da la impresión de que Unai Elorriaga se metió en un problema narrativo de complicada salida. Lo que puso en funcionamiento el escritor es su filosofía compositiva, ni mejor ni peor que otras, sobre todo ni peor ya que las defendió con absoluta coherencia. Sencillamente uno se plantea una duda que seguramente no se le habrá escapado a su autor. Y con esta facilidad para encantar serpientes, ¿cree Elorriaga que podrá desentrañar en su próxima novela lo que se esconde detrás del mundo que narra? Lo que está delante parece que con unas buenas greguerías y demás efectos lingüísticos queda retratado, pero lo que está escondido no se desentraña con unas costuras, por más brillantes que sean.

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