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Reportaje:MATANZA EN MADRID | Tanatorio

Seis niños lloran en África

Medio centenar de senegaleses despiden a Sam en el tanatorio de la M-30 de Madrid

Elsa Granda

Era el minuto 31. Zidane empalmó un balón con la zurda y batió al portero del Bayern. Un golazo. En un humilde piso de la calle Retamar, en Torrejón de Ardoz, tres inmigrantes africanos se fundieron en un abrazo. Uno tocó el techo de la alegría. El Madrid era su equipo, y Zizou, su ídolo. Unas 12 horas más tarde, uno de ellos, Sam Djoco, de 42 años, nacido en Guinea Bissau y recriado en el vecino Senegal, moría a bordo de un tren que estallaba en el Pozo del Tío Raimundo.

En Boudhiesamine, un pueblito senegalés, una mujer, Alanso Carreia, y seis hijos que sólo soñaban con la reagrupación familiar, siguen sin comprender cuál fue su delito. Nunca imaginaron que su primera visita a España sería para despedir el cuerpo sin vida de Sam. El cadáver de este fontanero, que llegó a España en 1997, trabajó en Almería como jornalero en los invernaderos de plástico y desde hace tres años como peón en Madrid, fue identificado en la misma mañana del viernes. Tenía la cabeza y parte del cuerpo destrozados.

"Claro que Sam era bueno, si no ¿cree usted que íbamos a estar 50 aquí?"
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Su mujer no podrá verle nunca más. No podrá acariciarle ni cubrirle de besos, como marca la tradición de Senegal. Nadie en su familia podrá hacerlo. Pero a las tres de la tarde de ayer, la sala 26 del tanatorio de la M-30 ya estaba repleta de familiares y amigos. Todos hombres. La población inmigrante procedente del África subsahariana está compuesta prácticamente por varones. Todos silenciosos. Muy pocas lágrimas. Emociones muy contenidas. Muchos de ellos sin papeles. Muchos sin saber una palabra de castellano. Gente acostumbrada a sufrir. La muerte de Sam es para ellos una tragedia añadida al drama de la inmigración y la pobreza. El recelo hacia los periodistas es enorme: "Claro que era bueno, si no ¿cree usted que íbamos a estar 50 aquí?". Respuestas para salir del paso. El eterno miedo del inmigrante irregular.

No tenía que haber cogido ese tren. Pero el jueves día 11 llegaba su hermano de Francia. Iba a pasar unos días a su lado. Y Sam le iba a recoger a la estación de Chamartín. Estaba nervioso. Había mucho de qué hablar. Sam traía noticias frescas de su país. Acababa de llegar de Senegal tras una estancia de varios meses. Incluso se había traído cintas de vídeo con escenas familiares que mostraba orgulloso. Para él, la familia era lo primero. Incluso había conocido por fin a su hijo de tres años, concebido en su anterior visita, en 2000. Era el sexto. El mayor tiene 18 años. Esta madrugada aterrizará con su madre en Madrid para enterrarle en el cementerio de Torrejón. Sam era cristiano.

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"No me lo puedo creer; el sábado estuvimos cenando juntos y ahora todo se ha acabado para él". Keloutang, familiar y amigo, tiene la mirada perdida y balbucea frases incoherentes. No come ni duerme. Apenas logra relatar la vida de Sam. Se pierde: "Le dejé mi teléfono para que su hermano le pudiera localizar en la estación. Y le llamó y le llamó, pero Sam ya había muerto. José Dolé, el fan del Real Madrid que compartió el último partido que vio Sam, le recuerda como una persona entregada a su familia y a sus amigos. Un tipo divertido, chistoso, comunicativo, habitual de las tertulias de inmigrantes de la plaza de España de Torrejón. "Cuando hablaba con su familia por teléfono, tres o cuatro veces a la semana, estaba feliz. "Eso le llenaba mucho". Sam deja seis hijos. Sus amigos sólo esperan que tengan un futuro en España como el que su padre soñó para ellos.

Familiares de una de las víctimas senegalesas en el atentado, en el Tanatorio de la M-30.
Familiares de una de las víctimas senegalesas en el atentado, en el Tanatorio de la M-30.CRISTÓBAL MANUEL

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