_
_
_
_
_
Reportaje:EL PAÍS | Aventuras

'Oliver Twist', de Charles Dickens

EL PAÍS ofrece mañana, a 1 euro, las aventuras de un huérfano en las sórdidas calles del Londres decimonónico

José Andrés Rojo

En Las aventuras de Oliver Twist todo es excesivo. Los malos son verdaderamente malvados y los virtuosos, por cándidos e inocentes, están condenados a los mayores sufrimientos. Luego están los caprichos del azar, y las injusticias, que parecen haberse instalado como una herida incurable en el corazón de la sociedad. En ese marco se suceden las peripecias de un huérfano. Su miserable origen no le pone las cosas fáciles y llega al mundo marcado para ser arrastrado por el fango.

En un día y fecha que Dickens no se molesta en revelar, y en el hospicio de una ciudad que por prudencia no menciona, nace el héroe de la historia, a quien bautizan como Oliver Twist y al que no tardan en someter a las mayores privaciones, pasando sus primeros años en un clima dominado por la indiferencia, el mayor de los desdenes y el sálvese quien pueda. El huérfano es de los que se salva y, ya crecido, no tardan en buscarle colocación. Tras algún intento fallido, encuentra acomodo en el taller de un enterrador. Cosas de la vida: su aspecto melancólico lo convierte en idóneo para acompañar los cortejos funerarios de los que han muerto jóvenes y eso le sirve para ganar puntos con su patrón. Pero la envidia llega y lo fastidia todo. Pelea con otro aprendiz, sufre el castigo inmerecido y decide huir.

Lo trágico y lo cómico, el bien y el mal, la miseria y la riqueza, de todo eso trata

En Oliver Twist todo es excesivo, y por eso hay una despedida lacrimógena en la que participa un compañero de juegos del hospicio, que todo pálido y delgado y enfermo echa los brazos en torno al amigo que se va. Y Oliver parte hacia Londres, donde ha de encontrarse con su destino, a la gran ciudad con sus barrios bajos repletos de ladronzuelos y gobernados por tipos sin alma, sin catadura moral, perversos y aprovechados, ruines y zafios.

Charles Dickens publicó Oliver Twist por entregas en el Bentley's Miscellany, una revista que dirigía él mismo, entre febrero de 1837 y marzo de 1838. Melodrama con vocación de novela de denuncia social, la historia que cuenta se sumerge en las zonas más sórdidas de la ciudad inglesa, en ese territorio donde el crimen y la violencia son el telón de fondo cotidiano y donde la supervivencia pasa por un veloz aprendizaje de las múltiples maneras de saltarse la ley y de salvarse de los esbirros que vigilan su cumplimiento. Los personajes son en buena medida caricaturas, todo es excesivo en Oliver Twist, pero luego está la mirada distante del narrador que va comentando los propios excesos de la historia que cuenta y explicando los trucos para subrayar la tensión, para prolongar la curiosidad, para aliviar a través de recursos cómicos las aristas más trágicas del dramón. En un buen melodrama con asesinato, escribe Dickens, se suelen presentar "las escenas trágicas y cómicas en alternancia tan regular como las vetas de magro y blanco en una loncha de tocino entreverado". Y explica: "El héroe se desploma en su camastro de paja bajo el peso de sus grillos y desgracias, y en la escena siguiente su fiel escudero, que lo ignora, regala al auditorio con una canción cómica".

Lo trágico y lo cómico, el bien y el mal, la miseria y la riqueza, de todo eso trata Oliver Twist. El joven huérfano llega a Londres con los pies destrozados después de una agotadora caminata. El movimiento de la ciudad lo cautiva. No tarda en conocer a Jack Dawkins, y con él las puertas de las zonas más peligrosas de la ciudad se abren para el recién llegado. El nuevo amigo de Oliver "era chato, cejihundido y carivulgar de sobra, y mozo tan sucio como pudiera desearse, pero tenía aires y maneras de hombre". Dickens continúa: "Llevaba el sombrero tan mal calado en la cabeza, que amenazaba con caérsele continuamente, y se le habría caído a cada momento si el portador no hubiera tenido el tic de dar de vez en cuando un súbito meneo con la cabeza que volvía a ponerlo en su sitio".

Con ese "caballerete tan farruco y presumido" se inicia una nueva etapa en la vida del huérfano. Conoce al judío Fagin, el pérfido adulto que inicia en el robo a un grupo de jovenzuelos, y al malvado Sikes. A Nancy, la chica perdida que conserva un buen corazón, pero también descubre la generosidad del señor Brownlow. El destino tiene reservada una sorpresa a Oliver, pero mientras tanto debe saber del asesinato y del vicio, de lo sórdido y cutre, del miedo y la humillación.

El viejo Fagin les contaba a sus pupilos "historias de robos que había cometido en sus años jóvenes, mezcladas con tantas cosas amenas y curiosas, que Oliver no podía evitar reír con ganas y exteriorizar que aquello le divertía a pesar de todos sus mejores sentimientos". Todo es de verdad excesivo en Oliver Twist, pero con Dickens ocurre como el escritor decía de su personaje: que cuenta tan bien las cosas que no hay manera de dejar la historia, definitivamente rendidos a su maestría como narrador.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_