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No todos estaban equivocados respecto de Irak

"Todos estábamos equivocados", dijo recientemente el jefe de los buscadores de armas enviados por el Gobierno de Bush a Irak, David Kay, a los miembros del Congreso después de reconocer que probablemente no hubiera armas de destrucción masiva en Irak, algo que contradecía las afirmaciones hechas por el presidente Bush antes de la guerra. A pesar de la muerte de 525 militares estadounidenses en Irak, David Kay insistió en que la culpa de no encontrar las armas esperadas no es del presidente y de su Gobierno, que apoyaron implacablemente la guerra, sino de los servicios de espionaje estadounidenses, que, de acuerdo con Kay, habían proporcionado evaluaciones incorrectas. Los comentarios de Kay parecen un intento de difundir unos datos peligrosos en potencia, de forma que supongan una ventaja política para el presidente. La decisión de Bush de crear una "comisión independiente" para investigar los errores de los servicios secretos no hace sino reforzar esta sospecha, dado que a dicha comisión sólo se le ordenaría examinar los datos de inteligencia, y no las políticas y los procesos de toma de decisiones que hicieron uso de esos datos. Más inquietante es que las conclusiones de la comisión propuesta se retrasarían hasta finales del otoño, después de las elecciones presidenciales que se celebrarán en noviembre de 2004.

El hecho es que, independientemente de los resultados a los que llegue cualquier comisión, no todos estaban equivocados. Yo, por ejemplo, no lo estaba, e hice todo cuanto estuvo en mi mano por pedir al Gobierno de Bush hechos que respaldaran sus alegaciones no constatadas respecto de las armas de destrucción masiva en Irak; al no conseguirlo, hablé y escribí en todos los foros posibles, esforzándome por mostrar a la opinión pública estadounidense y mundial el peligro que suponía una guerra basada en una amenaza exagerada. No fui el único. Rolf Ekeus, ex presidente ejecutivo de los inspectores de armamento enviados por Naciones Unidas a Irak, había reconocido que, bajo su dirección, Irak había quedado "básicamente desarmado" ya en 1996. Hans Blix, que dirigió las inspecciones de armamento de Naciones Unidas en Irak durante los meses anteriores a la invasión de marzo de 2003, estableció claramente que sus inspectores no habían encontrado indicios de que en Irak hubiera armas de destrucción masiva o programas relacionados con dichas armas. Y funcionarios familiarizados con Irak, como el embajador Joseph Wilson y Greg Theilmann, analista de inteligencia del Departamento de Estado, pusieron de manifiesto el carácter infundado de las alegaciones hechas por el Gobierno de Bush sobre la capacidad nuclear iraquí.

El enigma relacionado con la existencia de armas de destrucción masiva en Irak se podía resolver sin recurrir a la guerra. A pesar de su composición, formado como está por capa tras capa de engaño y ofuscación, existían suficientes elementos básicos de verdad y hechos sustanciales sobre el destino final de los programas secretos de armamento de Sadam Husein como para permitir que cualquiera dispuesto a intentarlo avanzara por esta complejidad similar a la de un nudo gordiano. Tristemente, sin embargo, parece que aquellos a quienes se les había asignado la tarea de resolver el enigma no estaban dispuestos a hacerlo. La decisión que el presidente Bush ha tomado de limitar el alcance de cualquier investigación a los asuntos relacionados con los servicios secretos, obstaculizando de hecho cualquier crítica al uso (o abuso) que su Gobierno ha hecho de la información facilitada por ellos, es absurda, especialmente si se tiene en cuenta que el Gobierno de Bush hablaba de una guerra contra Irak en 2002, antes de que el director de la Central de Inteligencia preparase el Dictamen Nacional de Inteligencia [NIE: National Intelligence Estimate], el documento definitorio sobre un área del mundo particular o sobre una amenaza concreta.

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De acuerdo con un informe clasificado del Departamento de Defensa posterior a la acción, titulado Operación Libertad Iraquí, enseñanzas estratégicas aprendidas, del cual el periódico The Washington Times obtuvo una copia en septiembre de 2003, "el presidente Bush aprobó la estrategia general de guerra contra Irak en agosto del año pasado". La fecha concreta citada era el 29 de agosto de 2002, cuando Bush aprobó las metas, los objetivos y la estrategia para Irak. "Eso fue ocho meses antes de que cayera la primera bomba y seis meses antes de que pidiera al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas un mandato de guerra que nunca consiguió", señalaba The Washington Times. Finalmente, la CIA proporcionó un NIE sobre Irak, pero en octubre de 2002, después de que el presidente Bush hubiera decidido declarar la guerra. El título del NIE en sí, La continuación de los programas iraquíes de construcción de armas de destrucción masiva, refleja una predisposición del análisis que no estaba respaldada por los datos disponibles en ese momento, y no se confirmó con el paso del tiempo.

Stu Cohen, experto de la CIA desde hace 28 años, escribió en una declaración publicada el 28 de noviembre de 2003 en la página de Internet de ese organismo que el NIE emitido por la CIA en octubre de 2002 había "... juzgado con gran confianza que Irak tenía armas químicas y biológicas, así como misiles que superaban el límite de 150 km impuesto por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas... estas opiniones eran esencialmente las mismas conclusiones a las que llegó Naciones Unidas y una amplia gama de servicios secretos, aliados y rivales por igual". Stu Cohen señaló que el NIE de 2002 sobre Irak era políticamente neutral, lo que significa que no proponía una política ni a favor ni en contra de la guerra en Irak. También afirma que ninguno de los que trabajaron en el NIE había sufrido presiones de la Casa Blanca de Bush para cambiar las opiniones presentadas en el documento. Pero Cohen está básicamente equivocado en esa afirmación. El hecho de que una importante decisión política como la guerra contra Irak se tomara sin ayuda de un NIE es, en sí misma, manipulación política. No es necesario cambiar los dictámenes -ni siquiera aquellos tan deficientes como los reflejados en el NIE sobre Irak- para manipularlos. La ocultación de dictámenes, mediante la publicación tardía de un NIE crítico, es igualmente una manipulación.Durante ese tiempo, yo trabajé con Cohen en numerosas ocasiones, y lo considero un hombre razonable. Así que me impresionó que este profesional de los servicios secretos, enfrentado al total fracaso de la CIA para evaluar con precisión la amenaza planteada por las armas de destrucción masiva iraquíes, escribiera que estaba "... convencido de que ninguna persona razonable hubiera podido revisar la totalidad de la información que los servicios secretos tenían a su disposición -literalmente, millones de páginas- y llegar a una conclusión u opinión alternativas que difiriesen profundamente de aquellas a las que nosotros llegamos". Yo me considero una persona razonable. Al igual que Stu Cohen y los profesionales de los servicios secretos que prepararon el NIE de Irak en octubre de 2002, estaba muy familiarizado con inmensas cantidades de datos de inteligencia recogidos en todo el mundo por numerosos servicios secretos extranjeros (incluyendo a la CIA), y sobre el terreno en Irak por los inspectores de armas de la ONU, por lo menos hasta el momento de mi dimisión de UNSCOM en agosto de 1998. En función de esta experiencia, Arms Control Today, la respetada publicación de la asociación para el control de armas, me pidió que escribiera un artículo sobre el estado del desarme con respecto a las armas de destrucción masiva de Irak. El artículo de Arms Control Today, 'Las razones para el desarme cualitativo de Irak', se publicó en junio de 2000 y recibió amplia cobertura en los medios de comunicación. Sus conclusiones fueron rechazadas por los servicios secretos de Estados Unidos y Gran Bretaña. Pero mi afirmación de que "... gracias al trabajo llevado a cabo por UNSCOM se puede afirmar con justicia que Irak estaba cualitativamente desarmado en el momento en que los inspectores fueron retirados [en diciembre de 1998]" era una valoración acertada del desarme y de la capacidad para fabricar armas de destrucción masiva de Irak, mucho más que el NIE de Irak llevado a cabo por la CIA en octubre de 2002, o cualquier otro análisis realizado por los servicios de inteligencia británicos.

No soy el único que difiere en su análisis. Ray McGovern, que encabeza un grupo llamado Veteran Intelligence Professionals for Sanity (Ex Profesionales de los Servicios Secretos por la Cordura), o VIPS, también se ofende por la afirmación de Stu Cohen de "ninguna persona razonable". "Si

se hubiera tomado la molestia de leer los artículos de opinión y otras cosas publicadas por los miembros de VIPS en los dos últimos años", me informó McGovern, habría descubierto que "nuestros escritos habitualmente contenían conclusiones y puntos de vista alternativos que eran de hecho radicalmente distintos, a pesar de no haber tenido acceso a lo que Stu denomina 'la totalidad de la información'. Y Stu nunca dio señales de creer que no éramos 'razonables', o por lo menos muchos de nosotros trabajábamos por aquel entonces con él en la CIA". El hecho es que Ray McGovern y yo, junto con muchos otros profesionales de los servicios secretos, retirados o aún en el servicio, que estudiamos Irak y su capacidad para fabricar armas de destrucción masiva, somos hombres razonables. Y teníamos razón. La Administración de Bush, con sus prisas para la guerra, hizo caso omiso de nuestro consejo y del volumen de datos fácticos que empleamos, y en su lugar se basó en rumores, especulaciones, exageraciones y falsificaciones para confundir al pueblo estadounidense y a sus representantes electos para que apoyasen una guerra que se está convirtiendo rápidamente en un cenagal. Nosotros sabíamos la verdad sobre las armas de destrucción masiva de Irak. Desgraciadamente, nadie nos escuchó.

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