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Alegrías de la selva

Juan Arias

Podrán un día contarlo bromeando a sus nietos, pero el susto de la familia que habita el número 89 de la calle del Capitán Lemos, en el lujoso barrio de Boa Vista, en Río de Janeiro, fue fenomenal cuando vieron que en el salón de la casa se había instalado un huésped increíble y peligroso: una preciosa serpiente de tres metros, con la piel rayada en verde y amarillo: una boa constrictor. Inmediatamente llamaron a la policía y fueron necesarios ocho miembros de la Unidad Especial del Cuerpo de Bomberos, dirigido por el coronel Marcos Silva, para domar y retirar al animal que tenía el morro lleno de espinas y heridas, probablemente tras haber luchado con algún bicho de la selva. El animal, cuya carne y piel están a precio de oro en el mercado internacional, fue medicado por los bomberos durante una hora antes de entregarla a su lugar natural, la selva de la Floresta de la Tijuca, tan conocida por los turistas de todo el mundo que tienen que atravesarla para subir a visitar el famoso Cristo Redentor. Generalmente los turistas no se quieren creer que Río es la única ciudad del mundo, donde, para visitar la selva, no es preciso salir kilómetros fuera de la ciudad. La selva convive con la ciudad y sus animales: desde monos a serpientes están tan cerca que a veces se confunden de lugar y se adentran en las casas. El alcalde de Río, César Maia, contó que una azafata de la compañía Varig, una mañana mientras se daba una ducha se dio cuenta de que cuatro monos la estaban espiando desde la ventana del baño. Ni cortos ni perezosos entraron en la casa y le pusieron el dormitorio patas arriba. Río también es eso.-

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