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Columna
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La última

Nunca supe escribir cartas de despedida y mucho menos decirle adiós a una columna. En estos casos no puedo evitar acordarme de aquella anécdota, no recuerdo de quién es, en la que una mujer pregunta a su marido cómo quiere los huevos a la hora de cenar. En ese momento, él sale a comprar tabaco, se encuentra con un amigo que le convence de embarcarse hacia las américas para hacer fortuna y por allí anda durante mucho tiempo. Veinte años después regresa al pueblo, llama a la puerta de su casa, abre la mujer y él, sin mover un músculo de la cara, le contesta "hoy los prefiero fritos". La anécdota no cuenta qué hace la mujer con sus huevos, pero me lo imagino fácilmente. Reconozco que esa manera de despedirse me admira, aunque nunca fui capaz de imitarla.

El caso es que abandono este trocito de papel, con todo lo que significa para mí, donde escribo todas las semanas, exactamente 289 sábados desde finales de 1997. Puro narcisismo, pero me hubiera gustado redondear la cifra. Debo dejarlo porque acepté la propuesta para una responsabilidad institucional, y una mínima prudencia y respeto hacia los lectores me aconsejan retirarme del análisis, la crítica y, más importante todavía, el sentido del humor sobre la sociedad y la política. Ahora tengo que poner la cara seria y dedicar todo mi esfuerzo a colaborar en el funcionamiento del sistema universitario valenciano, aunque nada me impedirá seguir escribiendo y sonriendo por dentro.

Permítanme un consejo. Siempre he manifestado mis críticas hacia la situación actual de las universidades, desequilibradas por los cambios continuos de última hora y manipuladas por las ideas brillantes de algún iluminado que lo sabe todo, una crítica por mi parte que sólo está justificada porque me siento muy identificado con ellas. Pues bien, no se les ocurra criticar cualquier institución en la que trabajen o ya ven lo que les puede ocurrir. Terminan diciéndote que si eres tan listillo y sabes tanto, veamos lo que sabes hacer para ayudar a solucionarlo. Eso me pasa por escribir demasiado.

Pero lo importante ahora es decir adiós, despedida y cierre, como dijo un buen amigo en estas mismas páginas y en circunstancias parecidas. Confieso que los viernes por la tarde, a última hora, sentiré una extraña sensación, la adicción de sentarme ante una página en blanco. Estoy seguro de que escribiré una serie de columnas imaginarias y que las guardaré secretamente en el último rincón del computador. Por si me faltaba alguna patología, ahora voy a estrenar una nueva, el fetichismo de la columna secreta y la risa estúpida del comentario ingenioso que pude decir y no dije.

A partir de ahora me paso a su bando, al de los pacientes lectores que sufren, desaprueban, completan o aplauden los comentarios escritos. La experiencia de estos años me obligará a ser amable como lo fueron conmigo, tanto el propio equipo del periódico como todos aquellos que ponían un gesto resignado de fastidio al encontrarse con estas palabras todas las semanas. Pero siempre críticos, la única salvación que nos queda.

Es la última, pero ya me veo dentro de cierto tiempo vagando por las calles como un dibujo de El Roto, extendiendo la mano y diciendo "una columnita por caridad". Suerte a todos.

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