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Reportaje:CICLISMO | El último gran fichaje de la temporada

Un viaje frustrado

Joseba Beloki firmó la semana pasada por el equipo francés La Boulangère después de varios meses de peripecias, de su divorcio de Manolo Saiz y de estar a punto de embarcarse en una aventura con una empresa italiana sin fondos

Carlos Arribas

Como aquella persona que, fascinada por el misterio del dinero, dejó todo de lado un día para intentar descubrir qué había más allá de ese misterio, Joseba Beloki pudo haber terminado su aventura en la nada absoluta.

La búsqueda había comenzado en agosto. La primera semana. La ONCE anunció, de improviso, que cesaba su patrocinio del equipo ciclista. Beloki, entonces un ser doliente en vías de rehabilitación, una cadera y un codo operados tras una terrible caída en el Tour, 30 años, piensa y calcula. Es un hombre Tour. Llega a la conclusión, lógica, de que, a partir de ese momento, su verdadero valor de mercado no se tasará por sus posibilidades reales de ganar el Tour alguna vez -avaladas por sus tres podios: su segundo puesto en 2002, sus terceros puestos en 2000 y 2001-, sino por su capacidad de convertir en equipo Tour, en equipo invitado al Tour, a quienquiera que le fichara. Descubre, como en una revelación, que su figura vale más para cualquier equipo de segunda fila, o proyecto de equipo, que para su admirado Manolo Saiz, aquel que lloró como una Magdalena en la sala de urgencias del hospital de Gap mientras él se sometía a un TAC, una resonancia, un análisis; aquel que quería transformarle, que quería aprovechar sus heridas, su lenta rehabilitación, para cambiar su musculatura.

Generoso, solidario, sueña con un proyecto de amigos en el que es el salvador: una película

Y, sin embargo, el 5 de octubre, horas antes de que embarcara hacia Canadá, hacia los Campeonatos del Mundo de Hamilton, una semana después de que terminara la Vuelta, unos días después de que hubiera empezado a hablar con la gente de Stayer, de que soñara con un proyecto poderoso, Saiz viaja a Vitoria a por el de Beloki. Beloki se lo da. Saiz puede prometer. Cree que Stayer, una misteriosa firma italiana, es un pozo sin fondo que puede rehacer su viejo ONCE.

A Beloki la vida le ha hecho desconfiado. Todos sus cambios de equipo han sido tumultuosos. ha sufrido las maniobras de mánagers y agentes. Tuvo que pagar 450.000 euros para pasar del Festina al ONCE. Sólo se fía de lo que ve escrito, firmado y sellado. Saiz viaja a Canadá y no da señales de vida. Saiz vuelve de Canadá y no abre la boca. Beloki, sí; Beloki, guiado por la urgencia, por la necesidad, empieza a lanzar mensajes, empieza dejarse querer, a guiñar el ojo a otros equipos, a otras posibilidades. Mientras tanto, Saiz suda. Beloki le pide el contrato todos los días, le recuerda que su hermano Gorka tiene que seguir con él. Saiz no puede responderle. Beloki necesita papeles, avales. Mientras tanto, Saiz ve hundirse todo su sueño: Stayer, la supuesta sociedad filantrópica dispuesta a tirar la casa por la ventana, no es nada. Stayer, como también lo sabría Beloki casi un mes después, no es más que una pegatina verde, un triángulo y una cabeza de caballo.

Pero eso no lo sabe Beloki el 30 de octubre, miércoles, el día que se lía la manta a la cabeza. La historia que ve desarrollarse ante sus ojos, la película en que va a convertirse su futuro, es fascinante.

Ese mismo día, Saiz, ya rotas las relaciones con Stayer, había presentado su nuevo proyecto, el Liberty, menos dinero del que había pensado, pero dinero. Un presupuesto en el que no puede cuadrar lo pactado con Beloki, lo pactado con nadie. Hay que apretarse el cinturón. Nada que ver con lo que los promotores del Stayer, que le necesitan para correr el Tour, punto clave de todas las negociaciones, le prometen. Beloki, generoso, solidario, se embarca. Sueña con un proyecto de amigos en el que él hace el papel de salvador. Stayer, dice a sus colegas del ONCE desanimados por la escasa oferta del Liberty, será vuestra casa. Y Abraham Olano, amigo de todos, será nuestro director. Y habrá dinero para todos. Y yo me comprometo por todos, con todos. Haremos algo bonito. Y seremos felices.

Era una película.

Diez días después descubre la verdad. Beloki pide papeles, pide avales, y desde Italia, desde el corso Magenta de Milán, desde donde se cuece el proyecto Stayer, sólo le llegan palabras, promesas. Pregunta a sus amigos. Pregunta a quien pueda saber algo: "Pero estos italianos son de fiar?" Lo pregunta como la novia que la víspera de la boda intuye por algún detalle tonto que el novio no es quien creía.

El 9 de noviembre viaja a Milán, con Olano, con su abogado, y la sospecha se hace evidencia. Descubre que Stayer -fabricante de taladros y sierras eléctricas- es una empresa en crisis, incapaz de aprobar una ampliación de capital de 10 millones de euros y a la que la auditora Deloitte and Touche se niega a aprobar las cuentas. Descubre que detrás de Enrico Bortolo Bergamaschi, el financiero que ostenta la mayoría de las acciones, no está, en contra de lo que hace creer, la Danter Company de Estados Unidos, floreciente multinacional, sino un entramado de financieras de variopintos nombres que nacen y mueren a los dos meses, agotada su necesidad, y un negocio de importación de carne de Uruguay y Argentina. Descubre que este Bergamaschi compró hace un año la Stayer por un euro y un compromiso de asumir una deuda de seis millones. Descubre que alguien se ha enriquecido en septiembre negociando en la Bolsa de Milán con los títulos de Stayer. Descubre que durante unos meses fue accionista el siniestro Giorgio Rubolino, hombre de paja de la Camorra napolitana, implicado en el asesinato del periodista Siani, en un intento de timo a la catedral de Londres, en la emboscada contra Prodi por el caso Serbia Telekom y hasta en la muerte del papa Juan Pablo I. Descubre que este Rubolino murió, supuestamente de un infarto, en agosto, en Roma, y que un mes después la fiscalía ordenó exhumar el cadáver, enterrado en el Vaticano, para someterlo a una autopsia. Descubre que un equipo de baloncesto de Primera, el Viola de Reggio Calabria, había roto en octubre su compromiso con su patrocinador, con Stayer, porque no había recibido ni un euro. Descubre que tampoco Stayer había pagado sus compromisos con el equipo Minardi de fórmula 1. Y lee. Lee en el diario Oggi a Roberto Chianura, consejero delegado de Stayer, desmentir que la empresa hubiera pensado nunca en patrocinar un equipo ciclista o, en contra de lo publicado, que hubiera llegado a algún acuerdo con el equipo Ducatti o la escudería Minardi.

Con las manos en los bolsillos, Beloki regresa el martes. Se sienta en su casa esperando, inútilmente, que le llame Saiz, quien espera, inútilmente, que le llame Beloki. El regreso es imposible. Beloki sigue buscando lo que hay más allá del misterio del dinero. Ficha por el equipo francés La Boulangère. Sólo puede llevarse consigo a su hermano, aunque, buen amigo, también intenta que las bicicletas sean Giant, la marca con la que volaba en el ONCE.

Joseba Beloki (en el centro), junto a los responsables del equipo La Boulangère: Bernaudeau (a la izquierda) y Raimbaud.
Joseba Beloki (en el centro), junto a los responsables del equipo La Boulangère: Bernaudeau (a la izquierda) y Raimbaud.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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