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Los nuevos escritores colombianos reclaman su propio lugar en la literatura

Doce autores debaten en Madrid sobre las huellas del 'boom' y el futuro de las letras de su país

Un grito de independencia se acaba de oír en Madrid. Los nuevos escritores colombianos ya no están bajo la sombra del boom, sobre todo la de Gabriel García Márquez. Lo dicen ellos, lo confirman sus libros y lo reafirman los lectores. Ésta es una de las conclusiones del encuentro La literatura colombiana después del boom, que reunió a 12 de sus más importantes autores esta semana en Casa de América. El vigor y la diversidad de las actuales letras de Colombia fueron analizados con autocrítica y humor. Una pluralidad unida por la búsqueda de nuevas estéticas.

Es una generación que explora y conquista nuevos territorios artísticos

Aunque ninguno reniega del boom y, por el contrario, están agradecidos por lo que significa para la literatura, sí desean que se les reconozca como una generación que explora y conquista sus propios territorios artísticos. "Los editores europeos ya no les piden a los colombianos que escriban de un modo determinado. Y esto vale para toda América Latina. El escritor disfrazado de latinoamericano, feliz de venderle al mundo sueños de exotismo, está por extinguirse", afirma Santiago Gamboa (Bogotá, 1965), conocido por novelas como Perder es cuestión de método (Mondadori) o sus recientes relatos de El cerco de Bogotá (Ediciones B).

Colombia es un delta de corrientes literarias que aloja todos los géneros (realismo sucio, policiaco, fantástico o romántico), con multiplicidad de estilos y estéticas, con pluralidad de temas (desde la recuperación de la historia hasta la violencia de hoy, pasando por obras psicológicas o de mar), con autores de todas las edades (desde los eclipsados por el éxito de García Márquez hasta los más jóvenes). Un delta que ellos saben que está formado por vertientes literarias que proceden de una corriente tan caudalosa como la del boom que dejó un mojón clave como Cien años de soledad, de García Márquez, pero que aguas arriba tiene otros dos hitos que introdujeron el continente en la perspectiva contemporaneidad: el modernismo de los veinte con La vorágine, de José E. Rivera; y antes, el romanticismo del siglo XIX con María, de Jorge Isaacs.

Pero los tiempos son otros. "Hoy la literatura de Colombia se ofrece como una posibilidad de lectura múltiple y de variado registro, y es probable que se escriba y se lea con una conciencia de la anomalía que no estuvo siempre", asegura Roberto Burgos Cantor (Cartagena, 1948), autor de El patio de los vientos perdidos. Burgos se refiere a la situación por la que su país ha sido noticia en las últimas décadas: violencia, guerrilla, narcotráfico y pobreza. Temas presentes de manera real o fantasmal en muchas de las páginas de la actual literatura colombiana como una manera de dar testimonio, de escribir para la memoria o de exorcizar el lado menos agradable de sus vidas.

No niegan esa realidad, pero advierten que no es la única. "Tenemos un país plural, y plural es nuestra creación. Una literatura que no está signada por el realismo mágico y que es mucho más que eso y que la denuncia social", afirma R. H. Moreno Durán (Tunja, 1946), conocedor de la tradición literaria colombiana y autor de la trilogía Femina suite, en la que afloran la parodia y el humor en líneas próximas a las tendencias posmodernas.

Ante el reconocimiento de esa frondosidad de lo real, los autores colombianos quieren huir de etiquetas. "No es un deber escribir sobre la realidad colombiana, pero tampoco es un deber no escribir sobre ella", reflexiona Alonso Salazar (Caldas, 1960), periodista y autor del libro No nacimos pa semilla y La parábola de Pablo, sobre Pablo Escobar.

El país vive un duelo entre Eros y Tánatos. Opone sus fuerzas creativas a las fuerzas violentas, explica uno de los escritores cuya obra indaga en las fronteras de la cordura y la maldad y la locura, del limbo en el que a veces zigzaguea la sociedad, Mario Mendoza (Bogotá, 1964), ganador del Premio Biblioteca Breve 2002 con Satanás (Seix Barral) y que acaba de editar El viaje del Loco Tafur (Seix Barral).

"Tal vez el papel elegido por las nuevas generaciones de escritores sea el de construir una historia, recogiendo testimonios del ciudadano común, escuchando los ritmos que alegran o afligen a los compatriotas pero sin afán redentor, con el deseo de aportarle algo al país", dice Consuelo Triviño (Bogotá, 1956), autora de El ojo en la aguja (Asociación Cultural Mañana es Arte). Ese duelo es la verdadera sombra que planea sobre los creadores y los 42 millones de colombianos. Una especie de maleza y adversidad entre la que se abre paso el arte, "una alta proliferación de manifestaciones artísticas como reafirmación de vida", dice Juan Carlos Botero, autor del libro de cuentos Las ventanas y las voces (Ediciones B), y cuya novela La sentencia (Ediciones B) reinaugura un género poco tratado en español, las novelas de mar.

En medio del optimismo, los escritores no olvidaron señalar lunares: la falta de crítica literaria en Colombia o el deterioro de la lengua a manos de los medios. Ni de reírse de sí mismos a costa de dos de sus etiquetas: que allá se habla el mejor español y que Bogotá es la Atenas suramericana.

Mario Mendoza (izquierda) y Santiago Gamboa, durante el encuentro sobre la literatura colombiana.
Mario Mendoza (izquierda) y Santiago Gamboa, durante el encuentro sobre la literatura colombiana.DIEGO MUÑOZ

Pintura, música y arquitectura

Noviembre en Madrid es para Colombia. Por eso, "el otro cartel, el cartel de la cultura", como llamó la embajadora de Colombia en España, Noemí Sanín Posada, al desembarco de algunos de los más destacados escritores colombianos esta semana en Madrid, no fue sino el comienzo de lo que desean demostrar: que su país antepone el arte y la creación a la violencia. Tras el encuentro de nuevos autores colombianos en la Casa de América y de periodistas de allá con españoles bajo el lema ¿Cómo nos ven, cómo los vemos?, la próxima semana el turno es para los pintores, artesanos y arquitectos.

El martes 18 de noviembre se inaugura la exposición de la XVIII Bienal Colombiana de Arquitectura 2002, en la Escuela de Arquitectura. Al día siguiente, y hasta el 21, se realizará el Festival Gastronómico y Artesanal Colombiano en la plaza de Santo Domingo.

El turno para la música clásica será el 19 y 20 de noviembre, el primer día con un concierto de la pianista Teresita Gómez y el tenor Diver Higuita, en la capilla del Palacio de El Pardo, y el segundo día con el concierto de cantantes líricas como Solange Aroca, en el Museo de América.

Una muestra de los mejores pintores colombianos del siglo XX cierra la presencia del cartel cultural de Colombia en España. Se trata de una exposición, en la galería Fernando Pradilla, que reúne a 15 artistas: el mundo voluptuoso de Fernando Botero, los cuerpos cargados de erotismo de Luis Caballero, los salones caribeños de Enrique Grau, la sencillez y elegancia de las figuras negras y grises de Edgar Negret, el universo alegre y borrascoso de Alejandro Obregón, el cromatismo claroscuro de David Manzur, las figuras realistas de Darío Morales. Y junto a ellos, otros como Débora Arango, Juan Cárdenas, Santiago Cárdenas, Beatriz González, Ana Mercedes Hoyos, Carlos Rojas, Eduardo Ramírez Villamizar y Hugo Zapata.

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