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Reportaje:Signos

Los versos del lobo

Una antología reúne los mejores poemas del gaditano Carlos Edmundo de Ory

A sus ochenta años, el poeta gaditano Carlos Edmundo de Ory abandonó por unos días su exilio voluntario en la localidad francesa de Thézy-Glimont para regresar a su tierra natal. Primero invitado al Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz (FIT), donde afirmó que el teatro es para él, "sobre todo, Shakespeare y Paco Sánchez (director del grupo La Zaranda de Jerez)", y hace dos semanas en Madrid, donde presentó su antología Música de lobo, editada por Círculo de Lectores/Galaxia-Gutemberg bajo el cuidado del catedrático de la Universidad de Lleida Jaume Pont.

Hijo del poeta modernista Eduardo de Ory, este autor tan fascinante como minoritario, inclasificable y rebelde a toda convención, tenía hasta la fecha su dilatada obra dispersa en ediciones menores, la mayor parte de ellas descatalogadas. De hecho, Música de lobo coincide con uno de esos títulos inencontrables. "La música para mí es el éxtasis", afirma Ory. "El lobo, mi animal preferido. El lobo levantando la cabeza para aullar a la luna, es maravilloso, eso soy yo".

En el volumen conviven el Ory místico y el erótico, el existencialista y el vitalista, el espontáneo y el poseedor de un bagaje literario que abarca las vanguardias europeas, el pensamiento oriental, la estética beatnik y la mejor tradición lírica de Hispanoamérica, entre otras muchas influencias. Un arsenal de lecturas que no le impide ostentar airosamente su condición de gaditano y andaluz, a pesar de las décadas de ostracismo.

"El exilio es la condición humana", asegura el poeta. "Todos somos exiliados de la tierra, del mundo, que está cogido por los jefes, los amos, los directores, los presidentes. El exilio es salir, romper el cerco de la rutina, abrir la caja de música de las sorpresas, la búsqueda de lo extraño. Porque lo extraño es importantísimo". Desde sus primeros poemas de juventud, a caballo entre Rubén Darío y Federico García Lorca, y su más reciente poemario, Melos melancolía, pasando por Técnica y llanto, Lee sin temor, Miserable ternura/cabaña, La flauta prohibida, Soneto vivo o el fulminante chispazo de sus Aerolitos, la poesía de Ory despliega un imponente abanico de timbres y matices. "En España me llaman poeta maldito, como a todo el que no es poeta católico", comenta el gaditano con su acostumbrado tono lúdico y provocador.

Al antólogo Jaume Pont no le caben dudas de que "con el tiempo, Ory irá inevitablemente ganando terreno a la posible resistencia que le ha impuesto el canon dominante, totalmente realista", apuesta, y explica que para seleccionar los poemas de Música de lobo "no he pensado en ningún tipo de lector. Sobre todo, he querido respetar la obra de Carlos con dos criterios: aproximarse a un registro lo más amplio posible de sus voces, y que estén ahí sus mejores poemas".

Puesto a imaginar la impresión que el lector menos avisado experimentará al descubrir estos versos, Jaume Pont hace sus cábalas: "Se van a encontrar a un poeta distinto a los que hoy ocupan el espectro general de la poesía española. Disidente, independiente, que escapa a todo tipo de clasificaciones canónicas y no se deja cartografiar fácilmente", dice.

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Mientras Música de lobo veía la luz en la imprenta, Carlos Edmundo de Ory sobrellevaba mal que bien toda la ceremonia que rodea a este tipo de lanzamientos. "No me gustan los fotógrafos. Yo no soy una bailarina", se lamentaba mientras posaba para las cámaras y respondía a las preguntas de los periodistas. Ory eludió hablar del movimiento Postista que fundara junto a Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi, una estética que queda ya muy atrás en el conjunto de su producción, y citó una y otra vez a César Vallejo, a Milton, a William Blake, a Artaud, a Mallarmé y a Dante, entre otros.

Acompañado en todo momento por su esposa, Laura Lacheroy, y por algunos fieles lectores y amigos, Carlos Edmundo de Ory se despidió de España con la promesa de regresar a finales de año. En esas fechas aparecerá en los escaparates, según lo previsto, una nueva edición de sus diarios en tres tomos, publicada por la Diputación de Cádiz.

Sin abandonar su proverbial sentido del humor, el poeta habló de la fama como "una cadena en los pies, una condena a la vanidad y la estupidez. La fama es un mentís a la inteligencia y el buen gusto. Y sobre todo es una tarta de crema", concluyó.

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