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El pintor Xavier Valls publica sus "memorias de la amistad"

El pintor catalán Xavier Valls celebra sus 80 años con la publicación de sus memorias, La meva capsa de Pandora (Quaders Crema), en edición de Julià de Jòdar, y una exposición con una treintena de acuarelas de los últimos tres años, inaugurada ayer en la galería Juan Gris, de Madrid (Villanueva, 22, www.galeriajuangris.com). "No he querido hacer unas memorias de pintor, sino de vivencias y amigos de toda la vida, de la amistad, que es lo más importante", declaró ayer.

Valls vive en París desde 1949 y pasa los veranos en su barrio natal de Horta, en Barcelona. Ahora expone un conjunto de acuarelas, bodegones y paisajes, que se identifican con la pintura realista, como aparece en la colección permanente del Museo Nacional Reina Sofía. "Es una pintura lenta, muy meditada, donde a la hora de la verdad se tienen que juntar lo mental y lo emocional. El artista tiene que tener oficio para que después desaparezca y sólo quede la esencia".

Valls dice que ha tenido una "vida bonita", a pesar del siglo de guerras, violencia y exilios. Las memorias reflejan toda su biografía, con referencias a sus abuelos y padres liberales, con el conocimiento de poetas y escritores en la biblioteca familiar, su "familia de París" y las estancias en Barcelona, Mallorca y Madrid. "Mi padre decía que la mesa era la mejor universidad y desde pequeños asistimos a las conversaciones con los invitados".

A partir de unos apuntes en un carné que escribe desde joven, recuerda su vida cotidiana y sus frecuentes encuentros con amigos (Giacometti, Brossa, Lasso de la Vega, Léger, Cirlot, Klein, Sempere, Balthus, Tàpies, Aragon, Tzara, Clavé, Gállego, Signoret, Luis Fernández, Zambrano, Jaime Valle-Inclán, Carpentier, Pelayo), a los que dedica la segunda parte. En su memoria se deposita la amistad y se alejan los malos recuerdos, incluso las posturas franquistas de Chillida y Palazuelo en el París de 1949.

Militante del arte realista y alejado de los grupos, Valls declara que los años cincuenta y sesenta fueron los peores para el arte, dividido entre los modernos y los pompiers. "Me hacía sufrir y fue otro motivo para ir a París. Los que estaban en Dau al Set o El Paso se creyeron que eran los papas del arte. En París tuve la suerte de que tres artistas que conocía y respetaba, Giacometti, Balthus y Luis Fernández, me decían que siguiera en lo que sabía hacer. Pintores españoles y muy diferentes, como Sempere o Clavé, me animaban a seguir sin miedo". Dice que en Barcelona tiene "excelentes coleccionistas" y críticos interesados en su obra, pero afirma que Madrid siempre le ha tratado mejor.

Se considera un pintor "muy abierto" y busca la buena pintura, ya sea realista o abstracta. "Una obra, además de lo que representa, tiene que tener un misterio, un no sé qué, una poesía, hacer la trampa con la realidad y dar la luz y el alma de las cosas. El objeto más humilde tiene un encanto que trasciende la realidad que estás mirando".

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