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Por un consejo de las artes

La rueda hace ya tiempo que se inventó y sin embargo a los responsables políticos de la cultura catalana las ruedas no les salen redondas, les salen oblongas, y con una preocupante propensión a perder aire. El Museo Nacional de Arte de Cataluña lleva 16 años esperando que le digan lo que tiene que ser de mayor; hubo una bienal de arte joven que se suprimió de golpe justo cuando se estaba consolidando para inventar, años después, una trienal dejada caer sobre la ciudad en un paracaídas que no se abrió, con el consiguiente desastre al tocar el suelo; antes del verano el Departamento de Cultura de la Generalitat anunció a bombo y platillo un plan de centros de arte, cinco en concreto, repartidos por Cataluña, creados cada uno de ellos con lo que cuesta un piso normalito en Barcelona (300.000 euros) y con un presupuesto de funcionamiento anual equivalente al precio de un autobús municipal (60.000 euros). Y así vamos. Sería injusto insinuar que hay mala fe en todo esto. No la hay. Lo que sí hay es una monumental desorientación y falta grave de conocimiento de la materia. Permítanme un ejemplo. El mercado del arte en el Estado español sufre de anemia crónica. Tratándose de una cuestión de mercado, dadas sus supuestas virtudes reguladoras y la bondad intrínseca del sistema capitalista, estamos en el territorio natural del PP. ¿Por qué entonces, ahora que tienen mayoría absoluta, no sacan una ley de incentivos fiscales diseñada para los ricos que permita deducciones fiscales del 100% del valor de mercado de lo donado, sea cual fuere su motivo más allá de los gravámenes de herencia? Las grandes colecciones americanas no son el resultado directo de la riqueza de aquel país, sino de medidas fiscales como la que acabo de citar. Estas medidas tienen una influencia muy saludable en el mercado porque incentivan la compra de algo que más adelante puede resultar muy provechoso donar. Resultado: todo el mundo gana, el comprador, el donante, el galerista, el artista, el museo y la ciudadanía, que se convierte en propietaria de lo donado. Y hay más. El patrocinio directo desgrava igual. Comparen esto con la pifia de ley de mecenazgo que nos han endosado.

Somos ya bastantes los que creemos que es crucial corregir esta característica, tan europea por otra parte, de que todo tenga que caer de arriba como el maná, sin que el beneficiario tenga derecho a decir si quiere maná o pollo en pepitoria. Cuando todas las decisiones se toman sin consultar con la base pero el Estado es ilustrado y el Gobierno igual, o dicho de otro modo, si te cae un Malraux o un Jack Lang, fantástico. Si no, es la travesía del desierto. Es absurdo, entre otras cosas porque los Malraux y los Lang no son la regla. Defiendo a ultranza el compromiso institucional serio con la cultura por razones de elemental salud democrática. Este compromiso, sin embargo, debe materializarse de una manera radicalmente distinta a lo que se nos tiene acostumbrados. En líneas maestras, tenemos que pasar de la verticalidad política a la horizontalidad cívica. Tenemos que convencer a la clase política de que es interés suyo que las políticas culturales, por falta de mejor término, no las diseñen ni las dirijan ellos, sino los que hacen cultura en todos los campos artísticos, junto con los que teorizan, historian, investigan, gestionan y comercian con todo ello. Una producción que cuanto más valiente y arriesgada sea, más riqueza acabará produciendo. No hay nadie que vaya a Nueva York a tomar el sol. Dicho todo esto, permítanme que muy someramente exponga lo que proponemos desde la Associació d'Artistes Visuals de Catalunya (AAVC). Pedimos, ni más ni menos, una muestra de coraje democrático y de confianza en la competencia y capacidad creativa de la ciudadanía de este país. Proponemos urgentemente a los ganadores de las próximas elecciones autonómicas la creación de un consejo de las artes, inspirado en el British Arts Council y adaptado, por descontado, a la realidad de nuestro país. Volviendo a la primera frase de este artículo, la rueda ya está inventada. Dicho consejo debe de estar dotado de plenos poderes y autonomía, con todos los controles de gestión económica que exige la administración de dinero público. Debe estar formado por expertos independientes de todos los campos de las artes y las humanidades, elegidos y ratificados por el Parlament después de haber sido propuestos por los interlocutores sociales y las organizaciones representativas de los sectores implicados. Su composición debe ser renovada periódicamente y la elección de sus miembros debe producirse a mitad de legislatura para evitar convertirse en ficha electoral. Por encima de todo esto y como característica definitoria de su función, el consejo de las artes debe tener la capacidad de establecer sus propias prioridades, estrategias y objetivos a corto, medio y largo plazo, y sus iniciativas juzgadas en función de los resultados después de un periodo de tiempo ajustado al objetivo. Valga como ejemplo la regla no escrita de no pedir balance de gestión a un director de museo hasta al cabo de cinco años en el puesto. Hay que tener claro también que los frutos de algunas decisiones no se evidencian hasta al cabo de una década o más. No entender esto es entender poco. Las dificultades técnicas durante la constitución del consejo y su implantación inicial no serán pocas, por ejemplo su encaje con el Departamento de Cultura o su coordinación, importantísima, con el de Enseñanza, así como su relación con el área de cultura de las diputaciones provinciales y ayuntamientos. En cualquier caso nada debe ser un obstáculo insalvable, teniendo en cuenta que otros ya lo han hecho antes.

Hace unos meses, hablando de este asunto con un cargo político cuyo nombre y partido no citaré, me respondió que el país no estaba preparado para algo así. ¡Caramba!, pensé, yo daba por supuesto que los políticos tenían que ser los primeros en creer en su país. Supongo que algunos habrá que lo hagan; si no, quedamos el resto. Es a este resto y a los políticos que sí creen en el inmenso potencial creativo de Cataluña a quienes invito a participar en el debate que espero haber abierto con este artículo.

Francesc Torres es artista.

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