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CLÁSICOS DEL SIGLO XX (2)
Columna
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La verdad lejana

Cuentan las malas lenguas que era malísima la lengua de William Somerset Maugham (París, 1874-Cap Ferrat, 1965). "Logré cierta fama de humorista por el sencillo procedimiento de decir la verdad", dice el narrador de El filo de la navaja (The razor's

edge, 1944), que se llama precisamente Maugham, personaje discreto, de buena memoria y buen receptor de confidencias: a los escritores, gente de poca monta, uno les puede contar sus asuntos. Maugham sabía escuchar y observar: había sido espía, funcionario del servicio secreto británico en 1917 (hay quien fabula con que tramó en Petrogrado el asesinato de Lenin y Trotski) y, gracias a su experiencia, inventó al escritor y agente Ashenden, semilla de la que surgirían Eric Ambler y John Le Carré e incluso Ian Fleming. Curtido en cien travesías, Maugham poseyó capacidad de juicio y poder lingüístico para las batallas de salón: el tacto no era incompatible con el ingenio feroz.

Más información
'El filo de la navaja', de W. Somerset Maugham

A los setenta años publicó El filo de la

navaja, su visión de los americanos en Europa durante el periodo de entreguerras, hasta los primeros efectos del hundimiento de la Bolsa neoyorquina en 1929. Maugham, el narrador, aclara que, a lo sumo, llegamos a entender a nuestros compatriotas, pues los individuos son también el ambiente en el que se criaron, y sólo quien vivió las mismas cosas alcanza a conocerlos en profundidad. ¿Podía Maugham retratar con exactitud a sus amigos de América? Fue un espléndido escritor viajero, inglés nacido y muerto en Francia, con un instinto especial para captar la esencia de lo extraño. Y, además, entre sus americanos, un muchacho le atrae especialmente: Larry Darrell, el héroe místico de El filo de la navaja.

Conocemos a Darrell en 1919, a sus 19 años, aviador en la Primera Guerra Mundial, recién licenciado con honores. Tuvo una conducta lamentable: falsificó su edad para ir a la guerra. Ahora no tiene ocupación, ni intención de buscarla: ha decidido no hacer nada. Fue herido dos veces, sufrió alguna experiencia que lo transformó, y es una especie de monstruo: un joven normal debería ser trabajador, sobre todo en 1920, una época llena de oportunidades. Acabada Europa, se está forjando la nación más rica y poderosa del mundo, los Estados Unidos de América, pero Larry es un desertor, un traidor a su patria intrépida y apasionante.

Quiere hacer algo más emocionante que vender acciones, la profesión que le ofrecen. El dinero no le interesa. Ha conocido la muerte en los cielos de Francia y todo le parece sin sentido. Quiere leer y vivir a su aire, conocer el significado de la vida. Maugham sigue la historia a través de encuentros fortuitos y conversaciones con Larry e Isabel, la novia. El teatro le había dado sus primeros triunfos a Maugham, hábil dialoguista, entre Oscar Wilde y Noel Coward, con buen ojo y buen oído para la comedia social, siempre que los protagonistas sean hermosos: "Uno de mis defectos es que no he podido acostumbrarme a la fealdad humana", dice en El filo... En esta novela casi todos son atractivos, Larry y sus oponentes, el espíritu contra la materia, pues un héroe se merece adversarios de su talla: la novia que no le quiere pobre y el jefe de la familia de la novia, el gran y ridículo Elliott Templeton.

"Llegamos a intimar sin ser nunca amigos", dice Maugham a propósito de Templeton, el mayor personaje de la novela, un escalista que hizo fortuna traficando con arte entre aristócratas arruinados y millonarios emergentes, genial experto en la vida mundana. Convertido al catolicismo, religión regia, el Papa acaba de concederle un título nobiliario inmediatamente después de que los consejos del Vaticano lo salvaran de la ruina en 1929. Isabel, sobrina de Templeton y novia del holgazán Larry, es una belleza americana, dotada de fuertes principios y una percepción natural del poder del dinero: la obligación de un marido es ganarlo para su mujer y sus hijos. Abandonará a Larry para casarse con su mejor amigo, el bolsista Gray Maturin, uno de los jóvenes más ricos de Chicago. La catástrofe económica de 1929 está a punto de producirse.

Larry prefiere buscar la Verdad. ¿Existe Dios? ¿Por qué existe el Mal? ¿Tenemos un alma imperecedera? Puerilidades de colegio, a juicio de Isabel, peligrosa materialista y dueña de un amor propio asesino. Larry rastrea las huellas de la Verdad más allá de Europa. Su odisea, su viaje quijotesco, lo conducirá hasta la India de los santones. Pudiera pensarse que Larry se anticipaba al futuro, a la generación beat y los hippies. Pero esas tribus místicas, peregrinas a Oriente en busca de sentido, sólo masificaban actitudes exquisitas de la última época dorada de Maugham, que entendió siempre la ficción como una forma de crónica y autobiografía. Coetáneos de Larry y más jóvenes que Maugham, ya Aldous Huxley y Christopher Isherwood descubrían en Hollywood, hacia 1940, la sabiduría de los vedas y los upanishad en pos de la realidad fundamental. Creo que Bertrand Russell comentó a propósito de Huxley: "¿Para qué habla de la realidad fundamental? ¿No son todas las realidades igual de reales?".

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