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Reportaje:

Veinte años sin Ocaña

Nazario y sus amigos recordaron al artista en el aniversario de su muerte y criticaron el olvido del Ayuntamiento hacia su obra

Con un sencillo homenaje, Nazario y sus amigos conmemoraron anteanoche, en la plaza Reial de Barcelona, el 20º aniversario de la muerte del artista Ocaña, protagonista destacado de la contracultura de los setenta con sus cuadros ingenuos y coloridos, sus vírgenes de papel maché, sus desnudos festivos y sus jolgorios callejeros. Según manifestó Nazario, el Ayuntamiento se había comprometido dos años atrás a montar en la Virreina una gran exposición del artista fallecido, pero hace unas semanas alegaron que no había ni espacio ni tiempo.

José Pérez Ocaña, nacido en Cantillana (Sevilla) en 1947, falleció el 18 de septiembre de 1983, a los 36 años, como consecuencia de las quemaduras causadas por el incendio del disfraz de papel que se había puesto para participar en las fiestas de su pueblo. Ocaña se disfrazó de sol y dispuso en su atuendo unas bengalas que fueron las que, al encenderse, originaron el fuego. La trayectoria de Ocaña fue la típica de un artista hecho a sí mismo. A los 12 años empezó a pintar con brocha gorda y a los 24, en 1972, emigró a Barcelona, donde dio rienda suelta a sus fantasías homosexuales, a su pintura y a su sentido de la fiesta. Su aparición en La Rambla disfrazado con faralaes y rodeado de toda una troupe de amigos originaba siempre el consiguiente jolgorio.

Ocaña dejó un buen recuerdo de su sentido del espectáculo en escenarios como Canet Rock, las Jornadas Libertarias del Parc Güell y las fiestas de Gràcia. En 1977, la galería Mec Mec le montó una exposición en la que quedó claro que, además de un showman, Ocaña era un buen pintor. Tanto sus acuarelas como sus vírgenes y sus altares tenían un tono naïf que conectaba con el público. El realizador Ventura Pons lo convirtió en protagonista de Ocaña, retrat intermitent, película de 1977, y también apareció en Manderley, de Jesús Garay.

En 1984, durante las fiestas de la Mercè, se celebró en Barcelona un divertido homenaje a Ocaña en la plaza Reial, que vio decoradas sus palmeras con guirnaldas y por la que desfilaron travestidos con trajes de faralaes. En 1985, se celebró en el Museo Español de Arte Contemporáneo, en Madrid, una exposición de sus cuadros, y en 2000, la galería Cavecanem, de Sevilla, expuso obras del pintor tras 16 años de olvido.

Ocaña vivía en el corazón de Barcelona, en el número 12 de la plaza Reial. Ante la placa que se colocó en su recuerdo fue donde el miércoles por la noche Nazario y sus amigos le rindieron homenaje, decorándola con claveles rojos. A su muerte, dejó más de 3.000 cuadros, que se conservan en la casa de una sobrina en su pueblo de Cantillana. Su amigo Nazario había pensado, para la exposición de la Virreina que al final no se ha organizado exponer una galería de retratos de Ocaña realizados, entre otros, por los fotógrafos Colita, María Espeus, Marta Sentís y Manuel Esclusa, y una muestra de su última obra, hecha con pintura acrílica sobre papel de embalar. "Para mí", comenta Nazario, "los acrílicos son mejores que sus óleos. Tiene unas 40 obras, de las que yo expuse dos en mi exposición de hace unos meses en la Virreina". "Ocaña tuvo un papel importantísimo en la Barcelona de los setenta", señala Nazario. "Supuso una ruptura con lo que se hacía hasta entonces y era conocido en toda la ciudad. Tenía una gracia muy especial. Cuando llegaba a la Boqueria, las vendedoras lo agasajaban y lo llamaban a sus puestos para que montara algún número. La alta burguesía lo utilizó un poco como mono de feria para amenizar sus fiestas aburridas, pero a él le daba igual. Pensaba que de esta manera promocionaba su pintura". "Cada vez era más sólido como pintor", opina Nazario de Ocaña. "Al final era muy interesante, ya que se había liberado de sus influencias y era más independiente. Es una pena que no pueda verse su última obra en la Virreina", concluye.

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