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Crítica:TEATRO | 'El burgués gentilhombre'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Demasiado

Hay tres espectáculos conjuntos, con tanto fastidio que se perjudican unos a otros. Uno es un concierto barroco, el otro una representación de El burgués gentilhombre y el tercero algún monólogo, algún diálogo con intención didáctica. También hay una cena: ver, oír y comer.

La música es lo mejor de todo. Suena bien el barroco, hay dos voces excelentes (el bajo Emilio Gavira, la soprano Cecilia Lavilla) y gustaría escucharles en un local cerrado, sin micrófonos ni altavoces. Y sin necesidad de que alguno de ellos tenga que saltar al escenario a interpretar un papel. La didáctica es lo "menos mejor", digo como eufemismo. Se cuentan cosas de Francia y de España, de la sucesión francesa hasta llegar a la mismísima revolución y hay notas de la Marsellesa muy insistentes: a mí siempre me agradan, claro, y me ayudan un poco en los malos tiempos, pero disuenan en la época de Luis XIV, tanto como algún viva España (por cierto, el programa de mano dice Luis XVI; será una errata pero conviene aclararla para no añadir confusión a la confusión); alusiones al palacio nacional que sirve de fondo auténtico a la representación y, desgraciadamente, parece un mal decorado de color gris pastel; su iluminación se apaga antes de que termine el larguísimo espectáculo).

El burgués gentilhombre, de Molière.

Música de Lully. Intérpretes: Guillermo Amaya, Vanesa Arévalo, Helena Dueñas, Emilio Gavira, Natalia Hernández, José Ramón Iglesias, Trinidad Iglesias, Juan Antonio Lumbreras, Francisco Vidal, Santiago Mendoza, Jorge Merino, Carlos Santos. Cantantes, músicos y bailarines: Cecilia Lavilla (tiple), Emilio Gavira (bajo), Alba Fresno, Álvaro Israel, Natalia Hernández, Bruno Tambascio, César Casares, Jaime Puente. Vestuario y escenografía: Jesús Ruiz. Dirección musical: Alicia Lázaro. Versión y dirección escénica: Gustavo Tambascio. Veranos de la Villa. Jardines de Sabatini.

En el término medio queda la comedia de Molière, el clásico burgués que habla en prosa sin saberlo, el personaje criticado que tiene también resonancias actuales en la nueva clase, en la que luego comparece sin saber que habla en prosa en la Asamblea de Madrid: señorones del suelo de la villa. Demasiado echada hacia la farsa, con Francisco Vidal haciendo el figurón: como todos, por la forma en que está dirigida, y por el idioma que no se aleja tanto del francés como debiera ni se aproxima tanto al buen castellano como sería necesario. Interrumpida por la didáctica y hasta la diastólica, y por la música y las danzas, la obra se pierde. Dígame el director que era así en tiempos de Molière y le diré que ya lo sé, y desde niño. Pero el teatro de hoy no es de los tiempos de Molière, ni el tiempo tiene la misma medida, ni el espectador encuentra demasiado regocijo.

La cena es sólida, pero se necesita también solidez personal para el enorme y tentador plazo de rico chorizo, para la carne -de hebra-bien guisada. Y para las espléndidas croquetas. Aunque el tiempo para comerlas debe ser rápido, porque las noches son frías y el espacio está abierto al viento de la sierra. Conviene llevar una rebequita, y temo que algo más: consúltese el parte meteorológico al salir de casa y sáquese la naftalina del bolsillo de las prendas de abrigo. Aunque aplaudir hace entrar en calor, y así se hizo la noche en que estuve, con algún "bravo" para el bajo, "brava" para la soprano y "bravi" para todos: seguramente con un buen conocimiento del italiano de los buenos argentinos que acudieron a ver la creación de Tambascio.

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