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¿Qué hacer con la basura doméstica?

Las soluciones tradicionales, meter la basura en una bolsa que el Ayuntamiento lleva al vertedero o a la incineradora, son inaceptables. La primera, aparte de exigir disponibilidad de terrenos cercanos a las ciudades, contamina el valle que va rellenando, y esa contaminación se propaga a la tierra y a las aguas freáticas. La segunda lanza dioxinas, furanos y otros elementos contaminantes a la atmósfera que amenazan gravemente la salud con cánceres y otras enfermedades. Que ni una sola colectividad quiera ya en su territorio una incineradora o un vertedero es la prueba más evidente de que la opinión pública está convencida del poder contaminante de las basuras.

Por tanto se requieren otras soluciones y la más obvia parece ser el reciclado, con el fin de transformar la basura y reutilizarla minimizando sus efectos contaminantes. En su modalidad más generalizada ese reciclado se inicia con una "selección previa" que realizan los ciudadanos depositándola en contenedores diversificados según los tipos de residuos. Uno de ellos es la materia orgánica, de la que se puede elaborar compost, de modo que los ayuntamientos, de acuerdo con la Ley de Residuos, están impulsando la selección limpia de la misma. Hay residuos difíciles de eliminar, como muebles y enseres viejos, restos de maderas y materiales de construcción, textiles, aceites usados. Para éstos se han ideado las deixalleries a las afueras de la ciudad o en puntos estratégicos interiores. La selección previa es seguida de un tratamiento que permite la reutilización de una parte de las basuras en forma directa (botellas) o indirecta (papel, plástico, metal, compost, metano, etcétera) en los ecoparques. Todo ello debería reducir al mínimo la materia a quemar o a guardar en vertederos impermeabilizados.

El coste de esta operación es cada día más alto porque la basura sigue creciendo, pero se cree que es un gasto necesario si queremos preservar el medio y la salud en forma adecuada y no se da un consumo diferente. Una parte importante del coste global es la separación, por lo que las administraciones tratan de reducirlo a través de la colaboración de los ciudadanos antes señalada. Pero dicha colaboración no parece fácil, a juzgar por los resultados después de años. En 2000 en Cataluña ésta se acercaba al 30% en vidrio, al 20% en papel y cartón, a menos del 10% en envases, y a porcentajes muy bajos en basura orgánica transformable en compost. Como señala Commoner, "si se trata de dar a la gente un sentido de virtud ecológica, cualquier porcentaje vale, pero si se quiere resolver el problema ecológico hay que superar el 90%". Los ciudadanos son conscientes de que la basura es contaminante y perjudicial, pero reacios a colaborar para disminuir tales efectos negativos. Los expertos que intentan entender las razones de esa contradicción verifican que éstas no son la indiferencia ni la mala voluntad, sino que se trata de dificultades objetivas como la falta de espacio en la vivienda o que ciertos residuos tienen componentes tan diversos que exigen tiempo y paciencia para colocar cada uno en su lugar o que no se dispone de tiempo para llevar ciertos residuos a la deixalleria. A veces uno encuentra los contenedores llenos y rodeados de desperdicios -signo de que la frecuencia de paso de los camiones no es adecuada- y verifica que la mayoría no selecciona, lo que desanima para continuar con las buenas prácticas. Residuos como los aceites usados se convierten en una pesadilla de la que uno no sabe como librarse de forma correcta.

La colaboración ciudadana es un camino coherente, pero debe pedirse en forma racional y tener contrapartidas. En cuanto a estas últimas, la más importante podría ser cobrar menos cuanta menos basura se produzca, disminuyendo las tasas de basuras en los barrios y zonas en los que la selección previa supere un determinado porcentaje. Se debería invertir más en la implantación de la selección previa: en campañas de información y sensibilización, repartiendo bolsas y cubos adecuados (quizá habría que diseñar un juego de cubos integrados para resolver el problema del espacio). Estas y otras fórmulas van a costar dinero que no parece que tengan que pagar los ciudadanos, dado que no son el origen de las basuras sino intermediarios.

En cuanto a la racionalidad de la colaboración habría que simplificar el proceso. Por ejemplo, con dos cubos en casa y dos contenedores en la calle, en un cubo y un contenedor se depositaría la materia orgánica, en el otro cubo y el otro contenedor el resto. Este resto, el volumen mayoritario de residuos, se llevaría a los ecoparques, donde se procedería a la separación con máquinas y mano de obra. Los aceites usados se guardarían en un envase que una empresa, previo concierto, pasaría a recoger una vez cada tres meses.

Esta segunda opción exige colaboración ciudadana, aunque en menor medida, y evita la amenaza que se cierne sobre el otro método en el que si un 60% de los ciudadanos cumplen con su cometido se desbarata el éxito ecológico de la operación, porque el 40% restante deposita la basura mezclada. Puede ser más costosa, aunque cabe considerar que elimina gastos en contenedores y en diversidad de camiones y obtiene valorización de residuos, y será más efectiva.

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Con todo, tampoco es la solución a largo plazo. Entre 1996 y 2001 se han producido 704.925 toneladas más por año en residuos domésticos en Cataluña o, dicho por persona, hemos subido de 1,31 kilos por día a 1,63, mientras que las toneladas tratadas a través del reciclaje y compostaje han pasado de 200.087 a 616.509. La producción aumenta más que el tratamiento. La solución está en otro tipo de producción y de comercialización que reduzca los residuos en origen y aplique una verdadera reutilización en la industria, además de contar con la colaboración ciudadana.

Fausto Miguélez es profesor de Ciencia Política de la UAB

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