Lectura
En la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en el curso sobre El escritor y su obra, Fernando Savater habló, cómo no, del compromiso ético. Siempre lo tiene presente y es muy de agradecer y de admirar. Pero en este caso lo relacionó con una sociedad más lúcida, que es otro tema que también le interesa y que debería preocuparnos, o mejor dicho, del que deberíamos ocuparnos todos. Para practicar la ética hay que comprenderla, y para comprenderla hay que ser lúcido, que no quiere decir especialmente inteligente, sino tener el intelecto correctamente preparado. En Sevilla, por ejemplo: la misma lucidez que hay para las procesiones de la Semana Santa la podría haber para la ética, las ciencias, las humanidades y todos los temas de actualidad. No es cambiar de objetivo sino ampliarlo y enriquecerlo.
El comienzo, la primera piedra para lograrlo, no puede se otra que la lectura y nada más que la lectura, la de siempre, con imágenes o sin imágenes, pero de letras, unas detrás de otras, leídas lo mejor y lo más tempranamente posible. Las palabras se olvidan si no están escritas. Una vez que los niños sepan leer de corrido y comprendiendo lo que leen, podrán conocer y aprovechar los demás conocimientos. Y una vez que puedan contrastar y discutir las ideas de las ciencias y las letras que han conocido serán lúcidos.
Parece fácil, porque no hay más que dedicar especial empeño a que los alumnos aprendan a conocer las letras, las sílabas, las palabras y las frases; hacerles leer en voz alta una y otra vez, aunque se aburran; que tampoco todo tiene por qué ser diversión. Pero alguna dificultad debe haber porque no hay forma de conseguirlo. Me refiero a la generalidad, claro, porque unos pocos no forman la sociedad.
Me parece un tema más importante que todos los escándalos que bebemos en los medios de comunicación. Si queremos que todo marche mejor hay que comenzar por abajo, en todos los sentidos, esforzándose con los niños que tienen más dificultades. Sería magnífico que esta ciudad lograra lo que en otros lugares no se ha conseguido. Entonces podríamos, con razón, mirarnos el ombligo.