_
_
_
_
_
Crónica:ESCENARIOS URBANOS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Viaje al fin de la noche

Doce de la mañana de un domingo cualquiera. Carretera del Saler arriba, camino de Cullera. Coches cargados hasta la baca con sombrillas, tumbonas, lanchas hinchables y chiquillos enhebrados en la histeria de su día feliz pasan camino de la playa. El sol cae sobre los arrozales e incendia el aire de la mañana. Un perro muerto se pudre en la cuneta.

En una de las márgenes de esa carretera, la macrodiscoteca termina de cerrar, pero el aparcamiento sigue lleno. El Virus, jefe del servicio de seguridad, encarga al Pincho la penosa tarea de vaciar la sala. Esperamos a que Noelia entregue al gerente la recaudación de su barra y salimos los tres en busca de mi coche. Aquello es el mismo Serenguetti, con toda su infinita variedad de predadores y de presas. Desde los maleteros abiertos de algunos coches, la música sigue atronando el aire limpio del mediodía. Neveras portátiles llenas de botellas. El piso tapizado de vidrios rotos, paquetes vacíos de tabaco y condones usados. Alrededor de un viejo Dodge rosa con lunares blancos, un grupo de maricas continúa la fiesta. Uno de ellos, lujosamente ataviado con altas botas de plataforma y unos pantalones cortos incrustados de pedrería, baila con los ojos cerrados, los brazos tendidos hacia el sol, en mitad de un ostentoso éxtasis sonámbulo. Cuando pasamos a su lado, el Virus escupe al suelo. Cerca de allí, sentados sobre el capó de un Golf negro con los cristales opacos, un grupo de cabezas rapadas observa la escena. Desde dentro del coche, una obsesiva letanía desgrana su pentagrama de alambres y de plagas. Cada grupo tribal lleva su propia banda sonora. Y la de los calvos es una fanfarria de martillos compulsivos. Acero contra acero, una lluvia de esquirlas incandescentes. En un incansable trajín de mandíbulas torturadas por la anfetamina, se les ve masticar el odio, como si el odio fuera su alimento, un trozo de pan duro, difícil de tragar. Los maricas siguen exhibiéndose como inocentes cervatillos, ajenos por completo a la amenaza. Los camellos rematan su negocio. La parroquia repone provisiones antes de continuar su trashumancia en busca del final de la noche, que es sólo un nuevo día. Manos abiertas por debajo de las cinturas, manos ansiosas detrás de las espaldas, un afanoso trajín de temblorosos dedos, recibiendo el tesoro clandestino. En los asientos de algunos coches, los adictos a la ketamina duermen su gélido sueño de melodías líquidas con los ojos bien abiertos, perdidos en el hondo planeta de la infinita velocidad. En cuclillas, un adolescente vomita. El Virus le golpea el trasero con la suela de su bota. "A potar al salón de tu casa, a ver si le gusta a tu mamá", dice.

"El aparcamiento es el mismo Serenguetti, con toda su infinita variedad de predadores y presas"
"Adictos a la ketamina duermen su gélido sueño de melodías líquidas con los ojos bien abiertos"

Al entrar en mi viejo Renault, Noelia nos pasa un frasco con popper. Aspiro profundamente y un tornado succiona mi cabeza, me siento como un sucio calcetín al que las manos expertas de una lavandera le sacan el revés de un súbito tirón. A los pocos segundos estoy de vuelta. Noelia ha cogido un trozo de papel de aluminio y pone sobre su brillante superficie una raya de caballo. El Virus, para entonces, ya ha hecho un pequeño tubo con un billete. Parecen tenerlo todo bien ensayado, como un ama de casa que lanza la tortilla al aire y la recoge de nuevo en la sartén. Acercan un mechero a la parte inferior del papel metálico y un humo acre comienza a desprenderse de la heroína. Lo aspiramos por turnos, hasta que el polvo blanco queda convertido en oscura ceniza. "¿Adónde vamos?", pregunta Noelia. "Abróchate bien el cinturón. Vamos en busca de la locura, reina", responde el Virus. Yo atravieso los círculos del infierno de Dante. Allí, los condenados cumplen su penitencia de ayuno en la vigilia eterna. Con los ojos abiertos hasta el daño, todos parecen ver balancearse la dorada manzana sobre sus cabezas, inalcanzable y dulce como la miel.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_