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Choque de fuerzas en el Kremlin

El espectro de la guerra civil en Rusia ha sido mencionado por Andréi Ilarionov, asesor ultraliberal -y muy poco escuchado- de Vladímir Putin. "Si intentamos meter mano en las privatizaciones de los años noventa, será la guerra", ha declarado. Ha recibido la clamorosa aprobación de un pequeño equipo de abogados y de algunos ministros jubilados, pero ha hecho reír a toda Rusia. Porque no se acaba de ver quién formaría el nuevo ejército blanco para defender una propiedad adquirida de mala manera y que no deja de irritar a la población. Los oligarcas rusos, que no lo tienen en cuenta, compran yates, organizan fiestas en el extranjero, exhiben en todas partes su nueva riqueza. En 2000, esta arrogancia inconsciente ya obligó a Vladímir Putin a exilar a dos grandes señores que hacían demasiado ruido, Borís Berezovski y Vladímir Gusinski. Ahora, parece decidido a reservar una suerte similar a otros dos oligarcas, Mijaíl Jodorkovski y, al parecer, a Román Abramovich, que vende sus compañías de petróleo y aluminio. Pero esta vez el asunto corre el riesgo de provocar un enfrentamiento de fuerzas en el Kremlin con unas consecuencias todavía imprevisibles. Mijaíl Jodorkovski, dueño de la compañía petrolera Yukos y primera fortuna de Rusia, ha roto supuestamente un pacto tácito entre Putin y los oligarcas al decidir entrar en la escena política. Financió abiertamente la campaña electoral del grupo centrista Iabloko, así como la de la Unión de las Fuerzas de Derecha, formaciones a las que les cuesta superar la barrera del 5% de los votos, necesarios para tener diputados en la Duma. En ese mismo momento, el partido en el poder, Rusia Unida, al no lograr hacerse pasar por un movimiento de oposición, decidió lanzar un ataque contra los oligarcas. Uno de sus diputados, Mijaíl Buguera, es quien acusó a Yukos de fraude fiscal.

Pero el 3 de julio fue arrestado Platón Lebedev, el número 4 de Yukos, acusado de una gran estafa cometida en 1994. La misma suerte corrió Alexéi Pichuguín, responsable de seguridad de la empresa, acusado de haber ordenado el año pasado en Tambov el asesinato de dos personas en conflicto con Yukos desde 1988. El propio Jodorkovski fue convocado por el fiscal general, sin que se conozca el motivo. De repente, el mundo político se animó: el primer ministro, Alexéi Kasianov, de viaje a Irkusk, declaró de inmediato que no era justo encarcelar a alguien por un delito económico. Vladímir Volochín, jefe de la Administración del presidente, advirtió a Putin que los oligarcas podrían bloquear su reelección presidencial en marzo de 2004. Por último, Arcadi Volski, presidente de la Unión de Industriales y Productores, escribió una carta muy dura -pero que no ha sido publicada- pidiendo que se pusiera fin a esta persecución. Kasianov, Volochín y Volski son los tres starokremlovtsy, los "viejos del Kremlin", como se llama a los dirigentes reclutados y protegidos por Borís Yeltsin. Putin nunca pensó en separarse de ellos, ya que él mismo fue colocado en su cargo por el antiguo patriarca. Respondió al triple ataque con ambigüedad, algo muy característico de su estilo; empezó diciendo: "Estoy en contra de los abusos de autoridad y de las celdas de prisión", y terminó con: "Hay que reprimir las violaciones de la ley". Tras lo cual, como si quisiera demostrar que ya no tiene miedo del propio Yeltsin, autorizó que la justicia actuase contra Oleg Deripaska, el rey del aluminio y miembro de la "familia" por matrimonio. Los inspectores del fisco, flanqueados por un fuerte equipo de policías, procedieron a un registro en regla de la sede de Yukos. En 16 horas, se incautaron de varios discos duros de ordenadores y de un gran número de documentos que justificarían la presentación de otras siete querellas, de las cuales cinco eran por atentar contra personas físicas. Los abogados de la empresa se quejaron de la sorprendente agresividad mostrada durante este registro. Desde comienzos de julio, las acciones de Yukos en la Bolsa de Moscú no han cesado de caer, perdiendo hasta el 12% de su valor. Este descenso ha provocado una caída global de la Bolsa que aún continúa.

No obstante, el 11 de julio, Mijaíl Jodorkovski inició un viaje de tres días a Estados Unidos para una conferencia de los representantes del gran capital, tras afirmar en una de sus cadenas de televisión -la de Tomsk- que prefería ir a la cárcel en Rusia antes que emigrar. Además, recordó que sus relaciones con Putin habían sido a menudo tirantes y que temía "por Rusia", y no por él o por su empresa.

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Mientras tanto, otro multimillonario ruso, Román Abramovich, atrajo el interés de los medios de comunicación al comprar el club de fútbol Chelsea, de Londres. Ex socio de Borís Berezovski, Román Abramovich es un hombre discreto que nunca concede entrevistas y evita las cámaras de televisión. Se ha convertido en el gobernador de la región de la Chukotka, en el extremo Norte, cerca de Alaska, pero debe su fortuna -calculada en 5.600 millones de dólares- al comercio de petróleo y, en menor medida, de aluminio. En Reino Unido posee el 80% de las acciones del holding Millhause. ¿Qué tiene de sorprendente que un hombre tan rico se gaste 200 millones de dólares en regalarse un club de fútbol? "Habría podido comprarse el Manchester United, el Real Madrid y la Juventus de Turín a la vez", observa The Guardian, que concluye el artículo con una pregunta en ruso: "Od kuda eti dengi?" ("¿De dónde viene ese dinero?"). Ahí está todo el problema. "¿Cómo puede un hombre gastarse millones de dólares por diversión, mientras que el salario medio en su país no supera los 140 dólares al mes?", afirman todos los periódicos británicos. En Rusia, el presidente del Tribunal de Cuentas, Sergéi Stepachin, preguntó a Román Abramovich por qué no invertía dinero en su propio país. Abramovich sólo tiene 36 años y ni siquiera ha tenido tiempo de acabar sus estudios en el Instituto del Petróleo, porque pudo más su pasión por los negocios. Cuatro años más joven, Jodorkovski tuvo tiempo de ser responsable del Komsomol antes de lanzarse a los negocios. Ambos aprovecharon la decisión de Borís Yeltsin de privatizar el petróleo -que no el gas- y compraron por casi nada pequeñas compañías. Más tarde, en 1996, participaron en la gran venta por liquidación de la totalidad de Rusia (era el precio a pagar para la elección de Borís Yeltsin a la presidencia).El Estado ruso dispone de los informes de cada uno de ellos, que cualquier tribunal imparcial reconocería como procedentes y justificaría unas duras condenas. Jodorkovski dice estar dispuesto a enfrentarse a la justicia. Por el contrario, Abramovich parece dispuesto a vivir en Inglaterra.

Mijaíl Jodorkovski ha perdido un poco el sentido de la mesura y en marzo, en una reunión en el Kremlin, pidió autorización para construir unos oleoductos en dirección a América y China. Putin dijo "niet". Unas semanas más tarde, nos enteramos de que el presidente había encargado a Rosneft, única gran empresa petrolera pública, la construcción de los oleoductos de Jodorkovski. En su entorno, sólo se cita el veredicto de la revista Forbes (la misma que publica la lista de los hombres más ricos del mundo): "En Occidente, un hombre de negocios sólo puede considerar que ha tenido éxito si distribuye riqueza; en Rusia, desde el principio, los oligarcas prosperan robando al Gobierno y a la población". Por tanto, el presidente de Rusia se ha convencido de que un ataque contra estos "malos ricos" sólo puede ser favorable para el partido en el poder.

Lo cierto es que todavía no se decide a depurar el Gobierno y su propia administración de los hombres de la "familia", aquellos que se lo deben todo a Yeltsin, como el primer ministro y otras personalidades con puestos muy altos. De ahí la extraña cacofonía que existe en Moscú, donde da la impresión de que la élite en el poder está más dividida que nunca. Esto es también válido para los propios oligarcas. Varios de ellos no aprecian ni la conducta de Mijaíl Jodorkovski ni sus métodos para amasar su fortuna. Estarían a favor de que se pusiera orden en el sector privatizado, siempre que los antiguos pecados fuesen perdonados. La fuerza de Putin proviene en su totalidad de sus antiguos compañeros de San Petersburgo, ex miembros del KGB al igual que él, y que ocupan más del 25% de los puestos de la Administración gubernamental. Los "demócratas", todos unánimes a la hora de defender a Jodorkovski, están convencidos de ello. Desconfían cada vez más de Putin, que, en vez de alabar el mercado y la democracia, habla demasiado de la especificidad rusa. La suerte todavía no está echada y todo se desarrolla entre bastidores, en el Kremlin, y en las dachas del Gobierno y de los oligarcas. Esta opacidad permite todas las hipótesis, incluso las más absurdas, como la de Andréi Ilarionov sobre la inminencia de una guerra civil.

K. S. Karol es periodista francés especializado en cuestiones del Este. Traducción de News Clips

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