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Columna
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Disparates de verano

El mes de agosto se inició, cuando todos los que podíamos huíamos de vacaciones, con el abandono de su parroquia de Maruri por parte de Jaime Larrinaga. Esa efectiva confluencia entre el terror que provoca ETA y el vacío social, incluso agresión, que es capaz de fomentar, llevar a cabo y presentarlo con pancartas ante la iglesia del pueblo la comunidad nacionalista, es lo que ha hecho abandonar a este cura que llevaba 36 años en ese lugar. En Estella se diseñaron estos vientos y sólo cabe constatar su eficacia a la hora de limpiar el paisaje de personas molestas para el nacionalismo. Constituye toda una prueba de lo que deparará el futuro si el proceso nacionalista prosigue imparable.

Poco cabía esperar de la Iglesia de Vizcaya. Se quita de en medio un problema de confrontación con el nacionalismo. Algunos curas le darán personalmente un poco de calor humano a Larrinaga, pero la Iglesia vasca se plegará a los dictados políticos del nacionalismo porque desde hace años forma parte de él, ajena a todo el proceso político democrático y racionalista que se ha desarrollado en estos últimos 25 años. En estos 25 años se ha dejado arrebatar por el proceso étnico-comunitarista y ha cultivado sus tradicionales reticencias hacia el liberalismo y el laicismo. Y, al fin y al cabo, las constituciones no son más que una convención humana.

Pero no son un capricho. Muchos conflictos y hasta guerras civiles ha sido necesario superar para llegar a estos 25 años de Constitución y 24 de Estatuto de Autonomía. Cualquier pretensión de alterarla, por iluminado que esté su proponente, por cansada que esté la oposición en Madrid de no alcanzar el poder, debiera tener presente que sin un gran acuerdo previo político y social a su modificación se está jugando con el caos, o la vuelta al estado salvaje.

Sin embargo, al nacionalismo poco le importa la carencia de acuerdo previo y el carácter unilateral de sus propuestas; es más, dejarían de ser nacionalistas si no fuesen unilaterales, y tanta reivindicación conseguida le da toda la razón para creer que el proceso es imparable. Aunque cabe plantearse, ante la desmesura de las transformaciones que propone el plan Ibarretxe si el nacionalismo no tiene la esperanza, tal como se están poniendo las relaciones políticas entre el PSOE y el PP, de contar con algún tipo de apoyo a corto plazo. No dejaría de ser una temeridad estar dispuestos a hundir la nave de la política española con tal de alcanzar el poder, porque qué poder se alcanzaría entonces. Pero desde 1812 la historia española está cuajada de disparates y sólo una minoría pueden ser atribuidos a los nacionalismos periféricos.

En vez de pedir responsabilidad y seriedad ante la propuesta constituyente de Ibarretxe, Maragall presenta su propuesta de reforma del Estatuto catalán y los socialistas vascos una revisión del Estatuto vasco. Y es que la culpa de todo la tiene el PP que no ha sido capaz de evitar durante su gobierno que los procesos centrífugos no se acelerarán y que se carezca de un consenso de Estado sobre hechos diferenciales, particulares, historícos y, hasta, soberanías originarias. Mientras tanto un cura de su pueblo tiene que marchar a unas vacaciones definitivas.

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