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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cinco raíces conradianas

Si no me equivoco, ésta es la primera vez que en España se publican estos cuentos bajo el título con el que se publicaron en 1898. Habían aparecido aquí y allá, pero no juntos. Son cinco relatos excelentes todos ellos, del Conrad anterior a Lord Jim. Dos de ellos, La laguna y Karain: un recuerdo, pertenecen a lo que podríamos llamar "época malaya" y en ambos hay esa relación entre mujer, selva y perdición que procede sin duda del mundo de sus dos primeras novelas. Él mismo hace notar en el prólogo que el "motif de la historia es virtualmente idéntico", pero no el conflicto: en el primer caso se trata de una deuda de honor, en el segundo, una traición y su culpa; lo que los asemeja es la presencia de una mujer robada. En cuanto al tercer relato, Una avanzadilla del progreso, el lector de Conrad reconocerá con facilidad ese mundo africano del que surgiría El corazón de las tinieblas; el modo en que el ritmo, el espacio y las costumbres de la Naturaleza salvaje y sus moradores atrapa y degrada a dos occidentales al extremo de hacerles perder la cordura se nos relata con un desarrollo lleno de maestría. Los idiotas es un ensayo sobre la maldición del destino y sobre la desgracia como corrosión: el clima oprobioso que alcanza a crear estremece al lector; se trata, como dice el propio texto, de "una historia terrible a la par que sencilla, como lo son siempre las revelaciones de obscuras tragedias sufridas por almas simples". Pero, siendo todos estos relatos netamente pertenecientes al mundo conradiano de la aventura y las islas, hay uno -que Conrad en cierto modo reprueba o, al menos, del que duda- completamente diferente a sus historias y escenarios característicos y que, en mi opinión, es una obra maestra absoluta. Se trata de El regreso.

CUENTOS DE INQUIETUD

Joseph Conrad

Traducción de Fernando Jadraque

Valdemar. Madrid, 2002

192 páginas. 15,90 euros

Este relato se divide en tres

partes. Una primera narra la vuelta a su hogar, desde la City londinense, de un respetable hombre de negocios, Alvan Hervey. Lo vemos llegar en metro, tranquilamente, satisfactoriamente y, a medida que se acerca a su casa en el West End, vamos conociendo a través de sus pensamientos mientras camina su excelente posición social, su estabilidad matrimonial, el camino que le ha conducido a disfrutar de esa vida con la que soñó y con la que, tras alcanzarla, siempre estuvo de acuerdo, su autoafirmación y su idea de serenidad en la que todo ha de quedar sometido a él.

La segunda parte nos muestra una sorpresa increíble: llega, toma posesión de su casa un día más, la recorre y, en el tocador de su esposa, encuentra una carta de despedida. El mundo se le vuelve del revés, todo desencaja. Al cabo, la esposa regresa con la intención de romper la carta, pues no ha acudido a la cita con su amante. Marido y mujer se enfrentan. Él se alza sobre ella como una sombra todopoderosa, ella se defiende con una línea de vida que, sin embargo, muestra su debilidad ante la cascada de valores jerárquicos representados por la figura del marido. El formidable y detestable ególatra y la esposa herida por su propia cobardía y por la dependencia de él se enfrentan inevitablemente.

Hasta aquí, un relato clásico con escenas portentosas como la de Hervey en el vestidor rodeado de espejos que multiplican su figura mientras da rienda suelta a su indignación. Luego, el movimiento de sensaciones y emociones mientras se enfrenta a la vuelta de su esposa es un prodigio de análisis caracteriológico. El punto más alto de su torpe autojustificación es la idea de que sólo la lascivia puede haber empujado a su mujer a abandonarlo, observación que Conrad utiliza admirablemente como imagen de su personaje y su idea del mundo. Y es prodigioso también el uso del espacio físico -la casa y la posición de los habitantes de la casa según sus actitudes-. Además, los ruidos de la civilización están aquí tan presentes como los rumores y gritos de la selva en la mayoría de sus obras... En fin, un temario clásico expuesto en estado de gracia.

Pero lo mejor está por llegar. El hondo examen psicológico de sus personajes, lo mismo que la ambigüedad que se siente alentar en ellos, parecen remitirnos a alguno de los relatos maestros de Henry James y, ciertamente, es un texto insólito en Conrad. Ahora bien, el golpe de timón que se produce en la tercera y última parte, el intercambio de posiciones entre Hervey y su esposa, la toma de conciencia de aquél y de la verdadera dimensión del conflicto y el modo en que se produce y, no digamos ya, la solución final, son literatura en estado puro. No lo revelaré para que el lector lo encuentre y lo disfrute, pero la audacia de ese cambio en la acción y en la conciencia y la realidad de sus personajes y sus formidables consecuencias es sencillamente inolvidable. Es genial.

Sólo quiero hacer una refe-

rencia, por si se extraña el lector, al envaramiento que produce la traducción. El traductor se empeña en alterar el lugar natural de las palabras en la frase. Por ejemplo en ésta: "Nada en el río todo se movía", en que, además, la infortunada conjunción de todo y nada desconcierta al lector donde debe leer algo tan sencillo como "nada se movía en todo el río". Cuando estas alteraciones se acumulan, el lector lee como caminando por un pedregal. El traductor tiene sus razones y, además, es excelente; véase qué bien resuelve el movimiento de una barca: "y, súbitamente, el largo tramo recto del río pareció girar sobre su eje, describieron las selvas un semicírculo, y con fiero destello hirieron un flanco de la embarcación los rayos oblicuos del atardecer, proyectando las sombras esbeltas y torcidas de la tripulación contra la veteada brillante del río". Mi reproche lo es a su retorcida manera de buscar una suerte de empaque arcaico que endurece innecesariamente la lectura en muchos tramos.

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