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Columna
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Editar

Entre Barcelona y Madrid controlan más del 70% de la producción editorial española. Valencia apenas llega a un modesto 5% y Sevilla se mueve en torno al 2%. Leer es importante, como lo es escribir, y en este tiempo de profusión en los medios de comunicación de masas, la industria editorial marca diversas pautas en cualquier sociedad. La edición arrastra al segundo sector industrial del país por número de empleados (126.629), que es el de artes gráficas y sus manipulados. En este campo la Comunidad Valenciana sale mejor parada con una aproximación al 10%. Las artes gráficas han tenido un fuerte arraigo profesional, gremial y económico en la Comunidad Valenciana.

Vicent Ventura repetía que mientras los ceramistas piensen sólo en la cerámica, los naranjeros en sus naranjas, los industriales de la madera en sus muebles, los del textil en sus productos, los del turismo en sus pernoctaciones y los editores únicamente en sus libros, ni la economía ni la sociedad valenciana alcanzarán su mayoría de edad.

La edición es un sector estratégico que no sólo genera los beneficios de su cuenta de resultados. En primer lugar, un área territorial que dispone de un sector editorial potente tiene una capacidad de poder e influencia en consonancia con él. Y no todo lo que se edita tiene la misma importancia ni el mismo sentido.

Los valencianos debemos plantearnos si es más interesante fortalecer la inversión en equipamiento turístico o fijar los fundamentos de una producción editorial sólida. Los recursos, como es sabido, no son infinitos y tendremos que establecer las prioridades de su aplicación. Saint-Exupéry decía que "una victoria debilita a un pueblo, una derrota despierta a otro". Y Prat de la Riba en La nacionalidad catalana expresaba con voluntarismo (1906) que "el arte, la literatura, las concepciones jurídicas, el ideal político-económico de Cataluña han iniciado la obra exterior, la penetración pacífica de España, la transformación a las demás nacionalidades españolas y al genio del Estado que los gobierna".

Es posible tener más o menos empresarios del textil, del azulejo o del calzado, pero no podemos permitirnos el lujo de abandonar la industria editorial a su suerte, porque nos jugamos el porvenir. Pedro Salinas escribía acerca de las bibliotecas: "En esta Babel de los libros, donde el hombre no sabe cómo entenderse, ¿qué oficio es el de las bibliotecas y con qué beneficios, o maleficios lo desempeñan?".

El libro como los versos son un arma cargada de futuro, en palabras de Celaya, y los premios a la creación literaria no son una banalidad. Por desgracia, la dedicación profesional a la edición no se puede improvisar, ni todos las editoriales son iguales. Editar es, sobre todo, una actividad empresarial inteligente que sólo es posible que se dé ordenadamente en las sociedades maduras. Si uno ha de ocuparse de la supervivencia nunca podrá ser un editor como Dios manda. Es un tema político, pero no de la política de postín y con mayúscula, sino de esa otra de andar por casa, para que las cosas funcionen mientras otros se emperifollan y farfullan. Editar es marcar el territorio con los tonos definitorios de quienes establecen las pautas e influyen. Justo lo que nos hace falta.

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