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¿La Unión Europea, Europa y sus valores?

El calendario de la "ampliación", es decir, la integración de nuevos países miembros, ha ganado una ventaja cada vez más difícil de recuperar respecto al de la "profundización", o sea, establecer unas reglas comunes capaces de dinamizar las instituciones. Es un hecho que sigue pesando de forma dramática sobre la evolución de la Unión Europea. Mientras que la cumbre de Copenhague de diciembre pasado hizo pública la lista de los 10 nuevos miembros que serán admitidos en 2004 en la UE, una Convención para el futuro de Europa acaba de publicar, no sin laboriosos compromisos, un proyecto de Constitución para una Europa de 25 miembros, que la Conferencia intergubernamental deberá aprobar por unanimidad el próximo octubre. Aunque la dinámica de la ampliación es efectiva y todavía no ha suscitado el temido "euroescepticismo" -como acaba de demostrar el resultado del referéndum sobre la adhesión de Polonia-, el compromiso resultante del trabajo de la Convención está lejos de simbolizar un nuevo acto "fundacional" para la historia de la UE. Atrapada entre la huida hacia adelante de la ampliación y unas concepciones antagonistas de la profundización, la UE no podrá por mucho tiempo más oscilar entre las disputas sobre procedimientos y una creciente inquietud frente a unos problemas de identidad reprimidos.

Polémicas sobre los valores. Las recientes polémicas que han dividido a la "joven" y a la "vieja" Europa han tenido el mérito de atraer la atención sobre los valores que subyacen tras el "espíritu europeo". Por otro lado, las perspectivas de una adhesión de Polonia o de Turquía, distintas en lo que respecta al calendario, han suscitado reacciones vivas y apasionadas sobre la religión, los valores cristianos y el islam. Si los valores cristianos son, a todas luces, considerados como más europeos en el caso de Polonia que los valores del islam en el de Turquía, los polacos que opinan, desde Adam Michnik hasta Czeslaw Milosz, se consideran "europeos" por haber contribuido a la desintegración del bloque comunista y a la consolidación del proyecto europeo a través de la acción del sindicato Solidaridad. "Siempre hemos estado en Europa", afirma Bronislaw Geremek. "A lo que nos incorporamos es a la Unión Europea". Por tanto, la voluntad de integración de un país como Polonia (38 millones de habitantes) se apoya en la convicción de que es más europeo que otros debido a su historia y a la lucha contra el totalitarismo. Pero esta convicción se ve acompañada por un sentimiento de inquietud ante la alianza establecida por Francia y Alemania con la Rusia de Putin (Chechenia), pero también por el apoyo no disimulado a Estados Unidos en el plano de la seguridad internacional. Así pues, se trata de unos miembros en potencia de la Unión para quienes la identidad europea no es sinónimo de ruptura con EE UU y que ponen el acento en los problemas de seguridad. Al considerarse europea, al verse muy rápidamente más integrada en la UE que Gran Bretaña, Polonia se niega a elegir entre la UE y EE UU. Pero esto no dejará de tener consecuencias, ya que este futuro nuevo miembro, al igual que España y otros, prefiere una Europa modesta, es decir, sin proyecto político, a una Europa política regida por el club de los grandes, en concreto el núcleo franco-alemán. Frente a una Europa poderosa, la que se corresponde con las ambiciones francesas y que se presenta como un contrapeso a EE UU, reivindican el proyecto más modesto de "vivir juntos en la diversidad".

Las discrepancias entre la joven y la vieja Europa. Planteado en estos términos, el debate se ve obstaculizado al menos por dos razones. En primer lugar, al diferenciar en exceso entre la Europa de los valores y la UE, decir un país muy "europeo" equivale a preconizar una UE que pase desapercibida. En segundo lugar, los partidarios de una Europa poderosa no pueden taparse la cara y esconder una "impotencia de facto" en materia de seguridad internacional. Así pues, ¿deben disociarse arbitrariamente la UE y los valores europeos, o bien retomar con nuevos bríos la reflexión sobre los valores con vistas a dinamizar la UE? Si éste es el caso, es urgente poner en sintonía el espíritu europeo y la UE, relacionar los valores y las instituciones europeas. La UE ya no puede dejarse llevar por una historia destinada a crear un espacio geográfico pacificado en el contexto posterior a 1945 y en el posterior a 1989. Aunque los nuevos miembros hagan coro a una retórica estadounidense maniquea con acentos engañosos de guerra fría, recuerdan a los europeos pacificados que la cuestión de la seguridad es prioritaria. Cuando la UE se dispone a acoger a unos países "europeos", se ve debilitada por la nueva ideología estadounidense y por la transformación del mundo provocada por la globalización. ¿Cómo escapar a una oposición suicida entre los aliados europeos de EE UU y los partidarios de un núcleo duro? Para lograrlo, la UE debe apoyarse en unos valores propios capaces de otorgarle un papel y un sentido en el contexto histórico actual.

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Salir de la guerra fría. Tomar esta decisión permite desmarcarse al mismo tiempo de un planteamiento demasiado marcado por el final de la guerra fría, el de comienzos de los años noventa, y de un planteamiento estrictamente centrado en los procedimientos, aquel que permite a los autores estadounidenses considerar que Europa es un mundo "sin historia" que no termina de "causar problemas" a aquellos que asumen su responsabilidad a escala mundial. En vez de hablar de los valores "europeos" como un plus de espiritualidad que puede dar sustancia a una Europa "indefinida" y "abstracta", en vez de disociar el debate sobre la identidad europea y sobre los valores del debate relativo a la UE, hay que enunciar unos valores europeos, que ya tienen su propia historia, para dar un sentido histórico nuevo a la UE. Si los valores propios de la Europa antinazi y de la Europa antiestalinista correspondieron a fases significativas de la formación de la Unión, si los valores surgidos de estos combates conservan todo su sentido, inscribir a la UE en la historia mundial exige promover unos valores específicos (1) que la diferencian de aquellos que impone desde la otra orilla del Atlántico una estrategia imperial de la posguerra fría. Más allá de los debates relativos a la Convención, no esinútil tomar en consideración aquellos valores que han marcado la historia de Europa, entre otros, la tolerancia, la seguridad y la urbanidad. Es necesario inscribir a la UE en la Europa de los valores para responder a la guerra de culturas, identidades y religiones anunciada por algunos, a la guerra ideológica y estratégica en curso desde el 11 de septiembre de 2001 y a la fragmentación espacial del mundo que progresa en el aspecto territorial.

Inscribir unos valores en la historia actual. Responder a la guerra de identidades y de religiones que se anuncia. No olvidemos que el primer cosmopolitismo europeo es indisociable de la guerra de religiones que devastó Europa. Para Stefan Zweig, Erasmo muestra un espíritu pacífico que es la contrapartida a la violencia de Lutero. Pero uno no puede existir sin el otro y la historia de Europa se presenta como una progresiva aclimatación a la violencia y al enfrentamiento entre identidades y culturas. La civilización de las costumbres de la que habla Norbert Elías corresponde al paso lento y progresivo de una tolerancia pasiva (cujus regio, ejus religio) a una tolerancia activa, la de una "antropología" que considera que la verdad humana es "compartida". Si este valor europeo ya no tiene sentido, más vale convencerse de ello sin dilación y abrazar la ideología estadounidense.

Responder al conflicto estratégico en curso en el plano de las relaciones internacionales. Desde el 11 de septiembre de 2001, y más todavía desde la guerra de Irak, a los europeos les ha llegado la hora de constatar la impotencia de la UE en el plano militar. De ahí la oposición violenta clamada por muchos entre la potencia estadounidense y una Europa reducida al espíritu de los derechos humanos. Más allá de los enfrentamientos recurrentes sobre la Europa de la Defensa y la creación de una política exterior común, los nuevos miembros llaman a Europa a entrar en razón subrayando su falta de poder. Pero, ¿cómo responder? ¿Se puede imaginar hoy en día la formación de un Ejército europeo capaz de evitar la guerra, aquel que no vio la luz en el momento del conflicto de Yugoslavia? No hay nada menos seguro, así que hay que preguntarse si la UE no debe enunciar y poner en marcha una política de seguridad que no se reduzca al mero control del poderío militar. Frente a la concepción estrictamente armada de EE UU, frente a la ideología de la guerra preventiva, nos gustaría escuchar un discurso europeo articulado en torno a este interrogante. La seguridad es legítima, pero hay varias concepciones posibles de una política de seguridad que merecen ser jerarquizadas. La seguridad también pasa por una política de desarrollo a escala planetaria, por un control de la sanidad, de la educación, del medio ambiente, por una regulación de la economía y la lucha contra el dinero negro... Todas ellas condiciones para el desarrollo y para una democracia que no se imponen por decreto. Pero, ¿qué hemos escuchado desde el 11-S en boca de los responsables de la UE? Esencialmente, una queja sobre nuestras debilidades. Sin embargo, Spinoza preconizaba la seguridad en su Tratado político a condición -lo que le diferencia de Hobbes- de que vaya de la mano de un proyecto político, es decir, de una esperanza, es decir, de valores significativos que den sentido a un proyecto histórico y eviten dar la razón únicamente al miedo.

Responder a la fragmentación espacial que progresa. El 11-S no sólo cristalizó los cambios en curso desde comienzos de los años noventa, sino que este "acontecimiento" reveló lo que estaba ocurriendo con el planeta y con la "gramática de las civilizaciones" (Braudel). Si la globalización actual, una mundialización cuya globalización económica representa únicamente una de sus facetas -la más impulsora junto con las revoluciones tecnológicas en curso- es un hecho, se ve acompañada más por una fragmentación territorial que por una democratización del planeta. Lejos de ser un factor unificador, contribuye a separar los mundos. Darle una respuesta en el plano de los valores es un desafío vital, ya que la fragmentación espacial debilita el espíritu urbano y abandona los "lugares" a la lógica de los flujos. Europa, la de Florencia y Maquiavelo, ¿no tiene nada que recordarnos, en cuestión de valores, a propósito de la ciudad y la dimensión urbana que son inseparables de la conflictividad democrática?

Los disidentes de ayer nos recuerdan la idea de una Europa que no debería olvidar que las amenazas, la violencia y la guerra no se volatilizaron milagrosamente. Para ellos, los valores de Europa no se reducen a un arte de los procedimientos y las reglas exigen unas convicciones. Sólo unos valores inscritos en una historia permitirán replicar a un EE UU triunfante, es decir, dar un sentido histórico a los valores europeos, pero también a la UE. La ampliación de la UE exige responder de forma simultánea a estas dos preguntas: ¿Qué Europa? ¿Pero para qué Europa? Las discrepancias entre la "joven" y la "vieja" Europa deberían constituir una ocasión para empezar a ofrecer respuestas. Porque ni la una ni la otra tiene hoy la respuesta adecuada.

1. Sylvie Kauffman, 'Valeurs transatlantiques, pas si communes'. Le Monde, 6 de junio de 2003. Olivier Mongin es director de la revista Esprit. Traducción de News Clips.

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