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Reportaje:LECTURA

La catarsis de una primera dama

La senadora Hillary Rodham Clinton, esposa del ex presidente estadounidense Bill Clinton, cuenta en sus memorias los ocho años que vivió como primera dama de Estados Unidos. Habla del 'caso Lewinsky' y de las razones que la llevaron a seguir con su marido. Simon & Schuster pagó por estas memorias unos ocho millones de euros y su lanzamiento ha causado gran revuelo. Será publicado por la editorial Planeta este verano en España.

'Living history'

Hillary Clinton.

Editorial Simon & Schuster.

El libro siempre justifica el comportamiento político de Bill Clinton, tanto que Hillary llega a incluir sutiles manipulaciones de la realidad
Es en el relato de su primera campaña presidencial donde Hillary comienza a revelar las imparables aspiraciones que compartía la pareja
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La 'historia' de Hillary

Recapitular una vida en forma de memorias permite tantas licencias narrativas como lagunas tiene el recuerdo de lo vivido. Si esas lagunas son selectivas en su contenido y comprometedoras en su naturaleza, el relato se convierte en una simple recopilación de anécdotas extrañamente caritativas con quien las escribe.

En las 534 páginas de Living history, las memorias por las que Hillary Clinton ha cobrado ocho millones de dólares, la ex primera dama de EE UU sólo parece sincera cuando arremete contra sus enemigos. De hecho, el libro entero parece concebido como una vendetta política, un ajuste de cuentas que permite limpiar rencores del pasado en una catarsis que encaja a la perfección -gran casualidad- con el inicio de una carrera política de elevadas aspiraciones.

Sirva como muestra un ejemplo contundente. La carrera política de Clinton estuvo a punto de quedar arruinada, como en tantas otras ocasiones, cuando una tal Gennifer Flowers detalló en un tabloide barato sus 12 años de relación con el entonces gobernador de Arkansas y aspirante a la nominación demócrata en la carrera presidencial de 1992. La mujer, una cabaretera de aspecto tan exuberante como dudoso, contó que su relación extramatrimonial con el joven Clinton comenzó pocos meses después de que éste se casara con Hillary. Aportó grabaciones de Bill en su contestador automático y la factura de un aborto pagado, según decía, por el político que ahora quería ser presidente.

El caso Flowers precipitó una comparecencia de los Clinton en televisión, sentados en un sillón y cogidos de la mano, para ensalzar su fortaleza como pareja y su capacidad para superar ataques de "clara motivación política". La entrevista llegó a convertirse en una demostración mediática del carácter brutalmente político del matrimonio, dispuesto a convertir cualquier acusación en una supuesta conspiración. Unos días después, Bill Clinton, a quien la prensa ya casi descartaba como candidato, logró unos resultados excelentes en las primarias de New Hampshire y logró con ello su apodo favorito, el de Comeback Kid, el chico que siempre se recupera.

Todo esto lo resume Hillary con un asombroso ahorro de tiempo y espacio en su libro: seis palabras. "Me dijo que no era verdad", así zanja la relación de su marido con Flowers. Su marido, dicho sea de paso, reconoció esa relación mucho tiempo después, cuando un fiscal obsesionado con el sexo se lo preguntó bajo juramento.

Super Bill

Nadie esperaba leer grandes intimidades en episodios como éste, pero Hillary ni siquiera se molesta en incluir reflexiones personales que permitan rebatir a quienes acusan a los Clinton de formar un matrimonio de conveniencia política. Al contrario: la autora llega a alimentar esa teoría con detalles tan pastosos como incomprensibles para el lector. Cuenta, por ejemplo, cómo justo antes de comenzar esa entrevista que levantaría la carrera política de su marido, Bill se lanzó a empujar a su mujer al ver que estaba a punto de caerle encima un foco de televisión: "Temblaba de miedo, pero Bill me abrazó fuerte, y me repetía al oído: 'Te tengo. No te preocupes. Estás bien. Te quiero". Quién iba a imaginar que Bill acabaría convertido en Super Bill en las memorias de su mujer.

Con todo, las páginas de este Hillary Potter, como lo llaman en EE UU a la vista de los cientos de miles de copias que ha vendido desde el lunes, permiten echar una mirada ocasional a través de puertas entreabiertas de la Casa Blanca, ayudan a humanizar la vida en el edificio presidencial y ofrecen un anecdotario indiscreto en algunas ocasiones e irrelevante en otras: particularmente, el lector puede llegar a cansarse de Chelsea, la hija de los Clinton.

Es un contrasentido para unas memorias: Hillary explica con detalle cuáles son los pantalones más cómodos cuando se viaja por la India, pero olvida cualquier referencia al último capítulo polémico de la pareja en la Casa Blanca, la concesión de perdones presidenciales a familiares y conocidos.

El libro contiene un relato tristemente aferrado a la cronología, tanto que en ocasiones Hillary parece incluir detalles vividos sólo para contarlos. Los mejores libros de memorias, los que cuentan el pasado con la perspectiva del tiempo, sólo recurren al calendario como referencia imprescindible, pero muchas veces indetectable. En cambio, éste casi parece un diario.

En los primeros capítulos, que contienen una infancia previsiblemente triste y una adolescencia clásicamente incomprendida, la autora se esfuerza por solemnizar sin éxito sus dos primeras décadas de vida. Todas las experiencias parecen ofrecer enseñanzas positivas y todas las personas a las que conoce están dotadas de complejas y profundas personalidades.

En esa primera parte, Hillary describe con admiración el perfil de quien luego sería su marido. Cuando vio a Bill por primera vez en la Facultad de Derecho de Yale, el joven pelirrojo y barbilampiño ya aprovechaba cualquier concentración de estudiantes para dar mítines sobre las virtudes de su Estado, Arkansas. Hillary y Bill intercambiaban miradas en la biblioteca y en los pasillos. Luego comían juntos en la cafetería y paseaban de la mano por los jardines. Ahora sabemos que a él le gustaba cantar en público temas de Elvis Presley y que ella se abochornaba por su falta de sentido del ridículo.

"La gente", escribe Hillary en su libro, "ha dicho que yo siempre sabía que Bill sería presidente y que iba por ahí diciéndoselo a todo el mundo. No recuerdo pensar así hasta unos años después [de la universidad], pero sí tuve un encuentro extraño en un pequeño restaurante de Berkeley. Había quedado allí con Bill, pero tenía mucho trabajo y llegué tarde. No había ni rastro de él, así que pregunté al camarero si había visto a un hombre de su aspecto. Un cliente sentado al lado me dijo: 'Ha estado aquí un buen rato leyendo, hasta que empecé a hablar con él de libros. No sé cómo se llama, pero algún día va a ser presidente".

Cuando acabaron la carrera en 1973, "Bill me llevó a mi primer viaje a Europa". Y por fin, una noticia: cuando Bill pidió a Hillary que se casara con él -"en la orilla del lago Ennerdale", matiza-, ella respondió que no. "Dame tiempo", le dijo. En los meses siguientes, "porque Bill, por encima de todo, es persistente", se lo pidió decenas de veces hasta que finalmente aceptó. No parecía un problema de desamor, sino de estrategia personal.

Una elipsis temporal afortunada permite a la autora y al lector saltar por encima de la etapa que la pareja pasó en Arkansas, que empezó con Bill como fiscal del Estado y acabó el día que se mudaron a la Casa Blanca. Esos 14 años se condensan en 14 páginas.

Es en el relato de su primera campaña presidencial donde Hillary comienza a revelar las imparables aspiraciones que compartían, su seguridad en la fortaleza política de la pareja y la capacidad para superar escándalos y derrotas en su carrera hacia el Despacho Oval. Todo ello alcanza su cenit en esa entrevista en televisión para silenciar el

caso Flowers. Superan esa polémica y Bill triunfa en las primarias, pero ambas consecuencias ya eran obvias para el lector, que, en éste y en otros episodios, no aprende nada nuevo en la lectura de las memorias.

Con Bill y Hillary recién llegados a la Casa Blanca, el libro entra en su parte más agradable, la que pormenoriza la adaptación a la nueva vida como cónyuge del hombre políticamente más poderoso del mundo. Hillary, cuya obsesión por los detalles irrelevantes desvirtúa casi todo el resto del libro, ofrece aquí al lector una mirada inédita a la vida diaria en el edificio presidencial: sus negociaciones con el servicio secreto para evitar que hubiera siempre un agente en la puerta de su dormitorio (no lo consiguió), sus escapadas de incógnito por Washington con gafas y gorro (irreconocible, según ella), el código de gestos con su maquilladora para que se limpiara las manchas de lápiz de labios en los dientes durante los actos públicos, o su obsesión, a veces enfermiza, por dejar su huella en la Casa Blanca. Cambió de lugar el despacho de la primera dama para colocarlo en el ala oeste, en la que trabajaba su marido, lo cual permitió que circulase un sinfín de chistes sobre ella que alimentaron una imagen de mujer controladora, más presidenta que primera dama.

Con Jackie Kennedy

La narración, que gira demasiado hacia el rosa cuando describe centros de mesa o arreglos florales, muestra un cierto empeño por destacar en el estilo y en la estética que quería aportar a su vida presidencial. Es esa fascinación - "y la falta de amigos que comprendieran la experiencia que estaba viviendo", dice la autora- la que lleva a Hillary a contactar con Jackie Kennedy. El encuentro (en el apartamento de Jackie en Nueva York) se convierte en una reunión seductora, llena de consejos sobre cómo sobrevivir al peso de la luz pública y cómo educar a los hijos en semejante circunstancia.

Fue Jackie quien, por razones obvias, convenció a Hillary de que la presencia del servicio secreto era una protección necesaria, no un lastre en su intimidad: "Jackie me habló con franqueza sobre el atractivo peculiar y peligroso que provocan los políticos carismáticos. Me advirtió de que Bill, igual que el presidente Kennedy, tenía un magnetismo personal que inspiraba sentimientos extremos en la gente. Nunca me lo dijo abiertamente, pero quería decirme que Bill también podía convertirse en un objetivo: 'Tiene que tener mucho cuidado', me dijo". A partir de ahí, el libro contiene innumerables menciones a cenas de Estado, a viajes, a vacaciones (en una ocasión con los reyes de España) y a acontecimientos salpicados con reflexiones sobre la actividad política de su marido, a quien retrata como alguien obsesionado por la paz en Oriente Próximo, en Irlanda, en el mundo. Siempre habla del carisma de Bill como su mejor herramienta política; es extraño que Al Gore, su vicepresidente, apenas aparezca mencionado, una decisión narrativa que parece intencionada.

Algún pasaje permite recordar lo deprisa que ha avanzado el tiempo desde entonces y lo distinta que es la política que hoy se hace en la Casa Blanca. Cuando recibieron a Jacques Chirac y a su esposa para una cena de Estado, "Bill trabajó duro para conseguir la cooperación francesa cuando convenció a ese país para que apoyase la campaña aérea de la OTAN para acabar con la limpieza étnica en Kosovo ante la falta de una resolución específica de la ONU".

Era una etapa abiertamente feliz para Hillary. El matrimonio ya estaba acosado por investigaciones fiscales sobre escándalos de todo tipo, incluido el caso Whitewater, pero se enfrentaba a ellas con soltura y sin remordimientos. Todavía disfrutaban tanto de su relación como para bailar en bañador al borde del mar durante unas vacaciones privadas en las islas Vírgenes, una escena inmortalizada por el objetivo de un fotógrafo de France Presse. Hillary asegura que, en contra de lo que sugirió la prensa cuando la foto se publicó, esa instantánea no había sido montada a propósito por ellos para esparcir una imagen de matrimonio enamorado. "Que alguien me diga qué mujer de cincuenta años posaría voluntariamente en bañador con su parte de atrás hacia la cámara. Hay gente que sale bien en las fotos desde todos los ángulos, como Cher, Jane Fonda o Tina Turner. Pero yo, no".

Empieza el 'caso Lewinsky'

Una página después (la 440 del libro) empieza el caso Lewinsky. "En la mañana del 21 de enero de 1998, Bill me despertó temprano. Se sentó al borde de la cama y me dijo: 'Hay algo en los periódicos de hoy que debes saber'. Me dijo que había informaciones que decían que había tenido un affair con una ex interna de la Casa Blanca a quien pidió que mintiera ante los abogados de Paula Jones". El de Jones, por cierto, es otro de los escándalos político-conyugales que Hillary prácticamente ignora en este recuento de su vida.

"Bill me dijo que Monica era una becaria que había conocido dos años antes, cuando trabajó como voluntaria en el ala oeste durante la huelga de funcionarios. Había hablado con ella unas cuantas veces, y ella le había pedido ayuda para encontrar trabajo. Me dijo que ella había malinterpretado su atención, algo que yo había visto ocurrir en decenas de ocasiones anteriores. Era una situación tan habitual que no me costó nada creerme que las acusaciones no tenían fundamento", escribe Hillary.

Cuenta inmediatamente cómo preguntó a su marido multitud de detalles, y cómo él negó cualquier comportamiento "inadecuado", aunque reconocía que su atención pudo haber sido interpretada erróneamente por la tal Lewinsky.

Llega en ese punto de las memorias la única reflexión que se adentra en la "zona de privacidad" que Hillary Clinton ha mencionado como coto cerrado en las múltiples entrevistas que ha concedido desde la publicación del libro: "Nunca comprenderé enteramente lo que aquel día estaba pasando por la cabeza de mi marido. Sólo sé que Bill contó a su equipo y a sus amigos la misma historia que me contó a mí: que no hubo nada inadecuado. Por qué sintió que tenía que engañarme a mí y a otros, es su propia historia, y necesita contarla a su manera". Es un buen principio de campaña publicitaria para el libro que publicará su marido dentro de un año a cambio de 10 millones de dólares.

A lo largo de la narración de los meses posteriores, Hillary evita el fondo del escándalo para arremeter contra la forma, contra la "conspiración de la extrema derecha" que convirtió un asunto privado en un escándalo político. La ex primera dama, dolida como parece en ese capítulo de su vida, transmite la impresión de estar más abochornada por las maniobras políticas de sus enemigos y del fiscal Starr que por los acontecimientos de su propio matrimonio.

Hillary golpea sin pudor a algunos de sus adversarios políticos. Desvela, por ejemplo, que el entonces presidente de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich, con el tiempo convertido en inquisidor moralista e impulsor del proceso de impeachment contra Bill Clinton, se acercó a ella en una cena de gobernadores para susurrarle al oído: "Las acusaciones contra tu marido son absurdas. Es terriblemente injusto que algunos estén intentando convertir esto en lo que no es. Incluso aunque las acusaciones fueran ciertas, no tiene sentido. No van a ningún sitio". Hillary no resiste la tentación de recordar al lector que Gingrich, tan combativo contra ellos unos meses después, era consciente de que en su pasado había también infidelidades matrimoniales que salieron a la luz en ese periodo infausto.

El libro siempre justifica el comportamiento político de Bill Clinton, tanto, que Hillary llega a incluir sutiles manipulaciones de la realidad. Defiende, por ejemplo, la decisión de su marido cuando, justo después de reconocer su relación con Lewinsky, respondió con ataques de misiles al bombardeo de las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania. Hillary habla de "la campaña aérea en Afganistán contra campos de entrenamiento de Bin Laden", y olvida curiosamente que su marido también bombardeó una supuesta instalación de armas químicas en Sudán que era, en realidad, una fábrica de medicamentos.

Con el reconocimiento de culpa llega, en todo caso, el comienzo de la batalla política contra el impeachment, la recuperación de sus relaciones ante un consejero matrimonial y la superación de la desconfianza que generó la mentira de su marido. Dice Hillary que seguir casada con Bill fue una de las decisiones más difíciles de su vida, junto con la de presentarse a senadora por Nueva York. Al lector le queda la sensación de que ambas decisiones estaban estratégicamente tomadas mucho antes de los acontecimientos que se relatan.

Hillary Clinton, en la terraza de la Casa Blanca, en octubre de 1998. La fotografía fue portada de la revista <i>Vogue.</i>
Hillary Clinton, en la terraza de la Casa Blanca, en octubre de 1998. La fotografía fue portada de la revista Vogue.AP

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