La Europa que tendremos
Europa dispone ya de un proyecto de Constitución, de una Carta Magna cuya sola existencia supone el mayor paso dado por los europeos hacia una soñada unión política del continente. Es el saldo de 15 meses de trabajo de la Convención sobre el Futuro de Europa, que ha presidido el francés Valéry Giscard d'Estaing. Pero sobre todo es el complejo resultado de arduos debates de federalistas contra defensores del Estado-nación, países grandes y pequeños, euroescépticos o atlantistas contra europeístas, burócratas contra ciudadanos y hasta naciones ricas contra desfavorecidas. Los grandes, los Estados, los Gobiernos, se han llevado el gato al agua, pero han tenido que ceder bastante en el camino. Como desde su nacimiento, el gran proyecto de Europa avanza, aunque sea poco a poco y en permanente guerra de guerrillas.
El proyecto de Constitución de Europa, redactado por la Convención, supone el mayor paso dado por los europeos hacia su soñada unión política
Los grandes -los Estados, los Gobiernos- se han llevado el gato al agua, pero han tenido que ceder bastante en el camino
Los países medio-grandes, como España y Polonia, pierden buena parte del poder que habían logrado en Niza, en una aparente venganza franco-alemana
El gran logro de los grandes es que las decisiones en el Consejo se tomarán por una mayoría de Estados que representen el 60% de la población
El derecho de veto seguirá vigente en política exterior y defensa, fiscalidad o seguridad social, salvo en contadísimas ocasiones, para satisfacción del Reino Unido
Prácticamente ningún avance en política económica, porque el texto se limita a apostar por la "coordinación" en políticas de empleo y sociales
El reto había empezado a fraguarse en diciembre de 2000, al término de la frustrante cumbre de Niza. Allí se habían reunido los líderes europeos de los Quince para reformar el funcionamiento de la UE con dos objetivos. De un lado, pactar un nuevo reparto de poder para una Unión con 25 Estados o más porque las reglas vigentes habían sido útiles para una Europa con seis socios o 15, pero ya no valían para un club que acogerá en mayo del año que viene a 10 nuevos socios y, en el futuro, a cinco o seis más. De otro, federalistas y europeístas querían aprovechar el momento para avanzar en la unión política, con nuevas cesiones de soberanía de los Estados, como única fórmula para gestionar ordenadamente un proyecto común que ya tenía a las puertas ni más ni menos que una moneda única.
Ambos objetivos resultaron frustrantes para todos. Por tanto, ya en Niza, y por imposición del canciller alemán, Gerhard Schröder, los Quince pactaron repetir el ejercicio. Pero esta vez ya no quedaría sólo en manos de los Gobiernos: antes del visto final de los Estados, el proyecto lo redactaría un foro que decidiría todo por consenso, una asamblea, la Convención, formada por 105 hombres y mujeres que representan a los Gobiernos, los Parlamentos nacionales, la Eurocámara y la Comisión. Estos "padres de la Constitución Europea" han concluido su trabajo y Giscard lo presentará a los líderes de los Quince el próximo viernes en Salónica (Grecia).
Cuatro conclusiones
Aparte del éxito que ya supone haber concluido un proyecto de Constitución, de su contenido se extraen cuatro conclusiones generales sostenidas mayoritariamente: los grandes países, con Alemania a la cabeza, son los grandes ganadores porque aumentan su poder frente a los pequeños y mantienen bajo su control las áreas más sensibles, como la política exterior; los Estados, representados en el Consejo de Ministros, aumentan su peso frente a las demás instituciones, incluida la Comisión, que simplemente mantiene su peso actual; el Parlamento Europeo, en un intento por democratizar la vida diaria de la Unión, multiplica el número de materias en las que colegislará con el Consejo; y los países medio-grandes, como España y Polonia, pierden buena parte del poder que habían logrado en Niza en una aparente venganza franco-alemana tras la grave crisis de la UE a cuenta de Irak.
El proyecto consta de cuatro partes, pero es en la primera, la menos compleja y farragosa compuesta por 59 artículos y dos protocolos, donde se recoge el contenido global de la Constitución, su corazón: objetivos de la Unión, derechos de la ciudadanía, competencias exclusivas o compartidas de la UE, composición y cargos en las instituciones, fórmulas de votación al tomar decisiones, sistema para abandonar la Unión, cláusula de solidaridad...
Esta Constitución nace "de la voluntad de los ciudadanos y de los Estados" (artículo primero), y no "de los pueblos y los Estados" como decía el borrador inicial que repetía la terminología usada hasta ahora, para alegría de nacionalistas y federalistas. Por ello, las competencias que ceden los Estados a la Unión se ejercerán "de modo comunitario", y no "según el modelo federal", un término que hicieron desaparecer Peter Hain y Alfonso Dastis, los representantes de los Gobiernos de Londres y Madrid, que han actuado en coalición en todo el proceso.
En el particular pulso entre Estados y la propia Unión, y una vez dejado claro que el poder de la Unión viene "de los Estados", la Constitución aclara por vez primera (artículo 11 y siguientes) cuáles son las "competencias exclusivas" de la UE: la política comercial común, la política monetaria en la zona euro, la unión aduanera, la política de la competencia y la conservación de los recursos marinos. Pero hay también "competencias compartidas": mercado interior, agricultura, justicia e interior, y "de apoyo": cultura, industria, educación.
Perdida por los federalistas -"han fracasado los que querían un superestado europeo", en palabras del británico Hain-, la dura batalla por las instituciones la salda el proyecto constitucional a favor de los grandes en casi todos sus extremos. De entrada, la Constitución pone fin a las presidencias semestrales porque consagra (artículo 21) la nueva figura de un presidente del Consejo Europeo (conjunto de líderes máximos), pese al rechazo que provocó entre los federalistas, los países pequeños y, sobre todo, en la Comisión, cuyo presidente, Romano Prodi, sigue pensando, con razón, que "habrá competencia entre los dos presidentes".
Ese nuevo presidente será elegido por los líderes para un mandato de dos años y medio, prorrogable una sola vez. Preparará y presidirá las cumbres, aunque no votará, se centrará en lograr consensos entre los líderes y representará a la Unión ante jefes de Estado o de Gobierno. Francia, el Reino Unido y España han sido los máximos defensores de esta figura, a través de la cual los Gobiernos tendrán más influencia sobre la Comisión. Fue uno de los escasos puntos en los que a regañadientes cedió Alemania, el gran ganador de este proyecto al que no le gustaba ese presidente estable.
Pero el gran logro de los grandes se refleja en el artículo 24, según el cual las decisiones en el Consejo (consejos de ministros de la Unión) se tomarán por una mayoría de Estados que representen al menos a dos tercios de la población (el 60%). Así se traducirá el concepto de mayoría cualificada en la UE. "Es una fórmula fácil y sencilla", alega Giscard, el inventor de la propuesta. Sí, pero es la primera vez en la que en esta unión "de ciudadanos y Estados" se tendrá en cuenta a la hora de votar el peso directo de la demografía en un club en el que hay países desde 82 millones de habitantes (Alemania, con el 17% de la población total de la UE ampliada) hasta 430.000 (como Luxemburgo) o 380.00 (Malta, cuando entre el año que viene).
Con el nuevo sistema, los votos de Alemania supondrán el 17% del total de la Unión (en Niza, con 29 votos, era el 8,41%), a buena distancia del Reino Unido (12,3%), Francia (12,3%) e Italia (12%), que en Niza se quedaron con los mismos 29 votos que Alemania. España logró en Niza 27 votos, y, gracias a ellos, podía lograr con facilidad minorías de bloqueo frente a los grandes. Por ejemplo, con Polonia (38,6 millones) y seis o siete medianos y pequeños. Con el nuevo sistema le será casi imposible porque 19 de los 27 países que tendrá la Unión a partir de 2007 tienen menos de 11 millones de habitantes. El peso de todos ellos será muy escaso porque no podrán sumar a sus tesis un número de Estados que representen al 40% de la población de la UE para poder bloquear un pacto de los grandes que girará en torno a la apisonadora franco-alemana. Por eso el Gobierno español no acepta el sistema y mantendrá su posición hasta el último minuto.
Aún es más importante el efecto crucial que supone esa fórmula en la radical ruptura de un principio sagrado sobre el que se fundó el proyecto europeo: el equilibrio de poder entre Alemania y Francia. Aunque ya en Niza quedó mínimamente erosionado (un país podía comprobar que una decisión estaba avalada por el 62% de la población), ese equilibrio salta ahora por los aires definitivamente y Francia lo acepta. Por primera vez en la Unión, queda reflejada en sus términos la Alemania unificada, superando para el futuro el estigma de la II Guerra Mundial. Ha sido el gran triunfo de Joschka Fischer, el superministro verde alemán y uno de los elementos más activos de la Convención.
Límites al derecho de veto
Semejante cambio en las votaciones en el Consejo tendrá sus obvias consecuencias en otro aspecto de la Constitución Europea que supone el mayor avance con respecto a la situación actual: se incrementa de 34 a 70 el número de materias en las que los Gobiernos no podrán utilizar el derecho al veto, la principal rémora en el proceso de construcción europea a la que se agarran los Estados para impedir acuerdos que no desean. Las decisiones sobre inmigración, control de fronteras, política agrícola común (PAC), fondos regionales (a partir de 2013), colaboración judicial y policial o la adopción de nuevas reglas financieras serán decididas por mayoría cualificada, y no por unanimidad. La Comisión y la Eurocámara aún querían ir más lejos, pero el recurso al veto seguirá presente en aspectos sensibles para Londres, entre otros, como la política exterior y la fiscalidad.
La trascendencia de ese avance reside en que, a la hora de legislar, toda materia aprobada por el sistema de mayoría cualificada debe pasar el control del Parlamento Europeo, que por esa vía ve aumentar su poder de forma muy considerable y, de paso, "se democratiza más la vida de la Unión", como señala Íñigo Méndez de Vigo, el líder de la Eurocámara en la Convención. Sólo la PAC y los fondos regionales europeos suponen ya más del 80% del presupuesto anual de la UE, y dejar esos asuntos en manos de la Eurocámara horripila a más de un Gobierno, empezando por el francés.
En ese intento democratizador, la Constitución crea el Consejo Legislativo (artículo 23), en contra del deseo de Londres, Madrid y Dublín. A modo de segunda cámara al estilo federal, será el único con capacidad de legislar, cuando hoy lo hacen todos los demás: los consejos de Agricultura, Transportes, Economía y Finanzas... Todo proyecto legal pasará por ese Consejo, que se fusiona con el de Asuntos Generales, encargado de preparar las cumbres. En la faceta legisladora, sus sesiones serán abiertas al público, y, por tanto, será difundida la posición de cada país en los debates y, lo que es más importante, su voto final.
Pero el derecho al veto seguirá vigente en política exterior (artículo 15) y defensa, fiscalidad o seguridad social, salvo en contadísimas ocasiones para satisfacción del Reino Unido, que había puesto la línea roja precisamente en esos puntos. Por el contrario, ni Giscard ni los 12 miembros del Presídium, el órgano que realmente ha redactado el texto, han cedido ante Londres y han incluido en la Constitución la figura del ministro europeo de Asuntos Exteriores (artículo 27). Lo nombrarán los líderes europeos, presidirá el Consejo de Asuntos Exteriores, tendrá derecho a presentar propuestas y representará a la Unión en las relaciones con ministros de Exteriores de terceros países.
Este ministro europeo "conducirá" y "ejecutará", en este caso junto con los Estados (artículo 39), la política exterior y de seguridad común (PESC), pero siempre bajo las líneas que marque el Consejo Europeo, o sea, los líderes. Dependerá, por tanto, de los Gobiernos, pero a la vez será vicepresidente de la Comisión en una función con doble sombrero que muchos temen que sea de imposible encaje. Ha sido la concesión a la Comisión porque asumirá las competencias actuales de Javier Solana, Alto Representante en el Consejo (en síntesis, diplomacia), y de Chris Patten, comisario de Exteriores (ayuda exterior).
Los socios de la UE "apoyarán activamente y sin reservas" la política exterior común y "se abstendrán de toda acción contraria a los intereses de la Unión" (artículo 15). Haber incluido estas aseveraciones en plena crisis de Irak, la más grave en la historia de la UE, indica el deseo de los Gobiernos de no caer de nuevo en el espectáculo de las divisiones públicas. Pero la coincidencia con esa crisis ha frenado también algunos ímpetus en la materia de alemanes y franceses, que llevaron a la Convención a sus primeros espadas: los ministros Joschka Fischer, aspirante a ministro europeo de Exteriores, y Dominique de Villepin. Fischer se siente "insatisfecho" porque, por los escasos avances en política exterior, "un solo país podrá bloquear una decisión", se queja con motivo.
La Política de Seguridad y Defensa (PESD) "forma parte integrante de la Política Exterior y de Seguridad Común" (artículo 40) y "ofrecerá a la Unión una capacidad operativa basada en medios civiles y militares", algo que propugnan hasta sus últimas consecuencias Francia y Alemania, pero con menos ímpetu el Reino Unido. Pero el objetivo de alcanzar una defensa común está aún muy lejos -cuando "el Consejo lo decida por unanimidad"-, y por eso el proyecto constitucional marca tres fases iniciales: la Unión fijará unos objetivos estratégicos y un listado de potenciales amenazas; los Estados firmarán una Cláusula de Solidaridad (artículo 42) por la que todos se comprometen a acudir, incluso con medios militares, en ayuda del que, "a petición de sus autoridades políticas", haya sufrido un ataque terrorista o una catástrofe natural; los países que lo deseen (un mínimo de ocho) podrán ir más lejos para crear un embrión de defensa común (artículo 43) y hasta podrán firmar una cláusula de defensa mutua.
La Cláusula de Solidaridad y la posibilidad de que fuerzas europeas actúen fuera de la UE ante la amenaza terrorista supone de hecho introducir por primera vez el problema del terrorismo en la política exterior de la Unión. Pero cualquiera de estas iniciativas "respetará" las obligaciones de algunos Estados con la OTAN, y se realizarán "en cooperación estrecha con la OTAN", como se dice en la primera y tercera parte de la Constitución para cumplir con las exigencias del Reino Unido, España y los países candidatos de no deteriorar ni un ápice las relaciones con Washington y alejar cualquier intento de crear una defensa europea autónoma.
Sin embargo, es en defensa donde la Constitución abre las puertas a que un núcleo de países, sin duda liderados por París y Berlín, vayan más lejos y constituyan una avanzadilla. Y lo harán, como amenazó De Villepin, pese a quien pese: "¿Haremos Europa todos juntos en un espacio común, o deben algunos tomar la iniciativa y la responsabilidad de abrir camino? De una u otra forma, os digo que Europa avanzará". Al menos en Defensa, esa avanzadilla sólo será creíble si cuenta con el Reino Unido, la principal potencia militar en Europa.
Prácticamente ningún avance se produce en Política Económica, (artículo 14) porque el texto se limita a apostar por "la coordinación" en políticas económicas, de empleo y sociales, que prácticamente en su totalidad quedan en manos de los Estados con ese simple compromiso de coordinarse. Eso sí, por vez primera se cita en un texto de este nivel al Consejo de Ministros de Finanzas de la zona euro (Eurogrupo), cuyo presidente será elegido entre los ministros para un mandato de dos años: se abre la puerta a Míster Euro.
Pese a los perjuicios que encierra buena parte del texto para los países pequeños y los candidatos, también ellos lo han aceptado gracias a una concesión de última hora. Una vez comprobado que su peso se vería reducido tanto en el Consejo como en el Parlamento por su escasa población, exigieron a toda costa no perder terreno en la Comisión Europea, la institución encargada de defender el interés común, no el de los Gobiernos, y que siempre se ha distinguido por cuidar a los pequeños, que sólo a través del Ejecutivo comunitario pueden hacer frente al dominio que ejercen los grandes en las demás instituciones. En la Comisión, que conserva el derecho exclusivo para proponer nuevas leyes y en la que se adoptan las decisiones por mayoría, hay ahora un comisario por país (los cinco grandes, incluida España, tienen dos). En Niza se pactó que habría sólo uno por país hasta llegar a 27 (en 2007 habrá 27 socios), momento en que habría menos comisarios que países.
El proyecto constitucional inicial señalaba que habrá sólo 15 comisarios con derecho a voto y otros delegados. "Un colegio de castrados", lo define el portavoz de Prodi. Los pequeños siempre sospecharon, con lógica, que a ellos les tocaría ocupar esos puestos delegados y que los grandes coparían las carteras ejecutivas. El proyecto final señala que ambos clases de puestos se ocuparán de forma "rotatoria, equitativa e igualitaria". Ahí se acabaron los problemas de los pequeños, que, de paso, dejaron de apoyar a España en su afán por torpedear el nuevo sistema de voto en el Consejo. Así, España se quedó prácticamente sola, con el único apoyo táctico del Reino Unido.
Otros aspectos destacados del proyecto constitucional son: la mención en el preámbulo a la herencia religiosa en Europa sin citar expresamente al cristianismo, pese a las protestas de la Iglesia católica; la creación de un Fiscal Europeo para perseguir el fraude comunitario; la cláusula de suspensión de derechos a un Estado del club (artículo 58); la fórmula para irse voluntariamente, como reclamaban los euroescépticos (artículo 59); la declaración de la inviolabilidad de las fronteras de los países, como exigieron los españoles del PP; el protocolo sobre los Parlamentos nacionales (un tercio de ellos podrá paralizar decisiones de la Comisión si se sienten lesionados), y la incorporación de la Carta de Derechos Fundamentales de la UE como II Parte de la Constitución.
Nuevas y tortuosas pruebas
Pero el proyecto aún tendrá que superar nuevas y tortuosas pruebas. Una vez que el Consejo Europeo de Salónica dé su visto bueno la semana próxima, el proyecto pasará a manos de la Conferencia Intergubernamental (CIG) que los representantes de los Gobiernos formarán en otoño con derecho a introducir cambios. El proyecto tendrá que ser aprobado ahí por unanimidad, no ya por consenso como en la Convención. Si todo va bien, la Constitución será aprobada formalmente en diciembre en Roma, con la UE bajo presidencia de Silvio Berlusconi.
Después, y a lo largo de un año o más, tendrá que ser ratificada por todos los socios del club, incluidos los candidatos. En varios países, como España, habrá referéndum. Bastará con que uno rechace el texto para que no pueda entrar en vigor. Y si es así, no hay plan B, una vez eliminado un artículo inicial que preveía la salida del club de los díscolos. Sobre todo porque alguien pensó que el díscolo puede ser el Reino Unido a la vista de la furibunda campaña de los tabloides contra el proyecto. O Francia, porque muchos franceses siempre han visto la ampliación como una huida hacia delante que ahora puede ser torpedeada. O cualquiera de los 16 países medianos y pequeños cuyos Gobiernos difundieron el jueves su lista de agravios contra el proyecto de Constitución.
En el mejor de los casos, la Constitución entrará en vigor cuando sea ratificada por todos, pero las reformas institucionales, el nuevo reparto de poder, sólo se aplicaría en 2009. ¿Cómo será entonces la UE? ¿Qué habrá pasado en el mundo para entonces? ¿Estará Turquía (65 millones de habitantes) a punto de entrar en la UE y su peso demográfico variará todos los actuales cálculos? Nadie tiene las respuestas. La única respuesta concreta hoy es que Europa ha decidido tener su propia Constitución. Y ésa es una buena noticia para los europeos.
Principales novedades del proyecto de Constitución europea
Presidente del Consejo Europeo
En lugar de las actuales presidencias semestrales rotatorias. Será elegido por los líderes para un mandato de dos años y medio, renovable sólo una vez. Preparará y presidirá las cumbres, buscará el consenso entre los líderes y representará a la Unión en el exterior ante jefes de Estado y Gobierno. No podrá ocupar un cargo institucional en su país.
Ministro europeo de Exteriores
Será el interlocutor de los ministros de Exteriores ante terceros países. Lo elegirán los líderes europeos. Presidirá el Consejo de Ministros de Exteriores y será vicepresidente de la Comisión. Ejecutará la política exterior y de defensa, pero bajo las directrices de los Gobiernos.
Fronteras inviolables
La Unión "respetará las funciones esenciales del Estado, en particular las que tienen por objeto garantizar la integridad territorial del Estado". Texto introducido a petición española
Cláusula de solidaridad
Si un Estado sufre un atentado terrorista, la Unión movilizará todos los medios de que disponga, incluidos los militares, para asistir al agredido incluso en su territorio a petición de sus autoridades políticas. Se podrán usar esos medios para "prevenir el riesgo de terrorismo".
Núcleo de Defensa
Países con "elevadas capacidades militares" podrán formar un grupo aparte ("cooperación estructurada") para avanzar más hacia una defensa común. Si uno de ellos es atacado, los demás acudirán en su ayuda.
Cláusula de salida
Cualquier Estado socio podrá abandonar el club tras negociar su salida. Inclusio a petición de los euroescépticos.
Fórmula de voto
Las decisiones serán válidas cuando sean apoyadas por una mayoría de Estados que representen al menos al 60% de la población. Beneficia sobre todo a Alemania (82 millones de habitantes) y perjudica a los medio-grandes, como España.
Recorte al veto
La cifra de materias en las que se tomarán decisiones sin poder recurrir al veto sube de 34 a 70. Permanece la unanimidad en política exterior y fiscalidad.
Comisión restringida
Habrá sólo 14 comisarios, y no uno por país. Los países pequeños se oponían, pero lo han aceptado porque las carteras se ocuparán de forma rotativa, equitativa e igualitaria entre todos los países.
El núcleo duro de la Convención
ONCE HOMBRES Y UNA MUJER componen el Presídium, el núcleo duro de la Convención para el futuro de la UE, establecida en marzo de 2002, que acaba de alumbrar el proyecto de la primera Constitución para Europa. A la cabeza de ellos ha estado el ex presidente francés Valéry Giscard d'Estaing. Como vicepresidentes, dos primeros ministros: el italiano Giuliano Amato y el belga Jean-Luc Dehaene. Los 12 son políticos veteranos curtidos en sus respectivas políticas nacionales y en la europea. La edad media de estos padres de la Constitución es de 56,8 años y casi todos ellos tienen amplia formación jurídica. El mayor es Giscard (77 años), y el más joven, el comisario europeo de Justicia e Interior, el portugués António Vitorino (46). Curiosamente, cinco no han nacido en los países a los que representan: hay un francés y una inglesa nacidos en Alemania, un belga francés, un español de Tetuán y un griego de Minnesota.
Los españoles han tenido un peso considerable. Tres han estado en el selecto grupo de los 12: Íñigo Méndez de Vigo, eurodiputado del PP, y el diplomático Alfonso Dastis, que tomó el relevo de Ana Palacio una vez que esta eurodiputada fue nombrada ministra de Exteriores y optó por seguir las negociaciones como suplente en el Presídium, lo que no le ha impedido que siguiera jugando un papel crucial, como han hecho otros ministros y políticos de alto rango, como Joschka Fischer (Alemania), Dominique de Villepin (Francia), Yiorgos Papandreu (Grecia), Peter Hain (Reino Unido), Hans Martin Bury (Alemania), Pascale Andréani (Francia), Danuta Hübner (Polonia), Gijs de Vries (Holanda) y Lamberto Dini (Italia). Una cena semanal, organizada por Méndez de Vigo en Bruselas con estos seis últimos y otros integrantes del Presídium, ha conseguido limar asperezas e incluso forjar amistades entre los padres de la Constitución europea. Determinante, según algunas fuentes, ha sido también el papel del secretario general de la Convención, el escocés John Kerr.
Por parte española, aun sin formar parte del Presídium, han desplegado una importante actividad diputados y eurodiputados del PP (Gabriel Cisneros y Alejandro Muñoz Alonso) y del PSOE (José Borrell, Diego López Garrido y Carlos Carnero). Como observadores participaron, por el Comité de las Regiones, primero, Eduardo Zaplana, hoy ministro de Trabajo, y después, Ramón Martínez, presidente de Murcia. Ambos pasaron sin pena ni gloria, dada su persistente ausencia de las reuniones.
Valéry Giscard d'Estaing
Nacido en Coblenza (Alemania), su estilo presidencialista ha creado tensiones, pero también ha aportado autoridad a la Asamblea. Comenzó exigiendo un sueldo como el del presidente de la Comisión y un palacete para residir en Bruselas; prosiguió poniendo sobre la mesa propuestas escritas por él mismo sin haber sido debatidas. Como presidente francés (1974-1981), fue uno de los principales impulsores de instituciones como el Consejo Europeo. Fundador del conservador Partido Republicano. Su antaño amigo Bokasa, ex emperador de Centroáfrica, empañó su reinado al airear el regalo de 200 diamantes, lo que facilitó su derrota frente a Mitterrand. En 1989 logró un escaño de eurodiputado y redactó un informe a favor de una Constitución europea. "Hay que ir hacia la federación continental". Los mandatarios de la UE le pusieron al frente de la Convención en diciembre de 2001. Tenía en contra su avanzada edad (77 años) y la animadversión de algunos líderes europeos, incluido Chirac, que acabó apoyándolo para alejarlo de la política francesa.
Jean-Luc Dehaene
Este belga nacido en Francia (Montpellier, 1940) se introdujo desde muy temprano en la política a través del partido democristiano flamenco. Primer ministro desde 1992 hasta 1999, perdió la batalla por la reelección debido a la mala gestión de su Gobierno en la crisis de las dioxinas. Su derrota electoral puso fin a 50 años de Gobierno democristiano, lo que no ha empañado la buena imagen que mantiene entre sus conciudadanos. Ha asesorado a la Comisión Europea actual y también al primer ministro belga, el liberal Guy Verhofstadt, para preparar la Cumbre de Laeken, en la que él mismo fue nombrado vicepresidente de la Convención. Es un europeísta realista con la paciencia suficiente para acomodarse a los pequeños progresos con tal de avanzar. Es un aglutinador de ideas que siempre ha estado dispuesto a defender al Benelux. De risa estrepitosa y contagiosa, en Bélgica se le conoce como el artificiero por su fama de buen negociador, capaz de desactivar cualquier conflicto por grave que sea. Ha sido la voz de la derecha en el triunvirato de la Convención.
Giuliano Amato
Dos veces ministro en Italia y otras dos veces primer ministro (1992-1993 y 2000-2001), este turinés nacido en 1938 se inició en la política como asesor del líder socialista Bettino Craxi, cuyo dramático final no empañó su carrera política, y presidió en su país la Autoridad Antimonopolio. Experto en Derecho Constitucional comparado, ha mantenido su actividad académica a pesar de su intensa carrera política. Al igual que Dehaene, formó parte del grupo que asesoró sobre la Declaración de Laeken, que en 2001 concluyó con su propio nombramiento en la Convención. Afrontó importantes reformas en su país, como la fiscal y la de las pensiones, pero su apodo de Doctor Sutileza le viene por su oratoria florentina, lo que les ha resultado agotador y hasta irritante tanto a sus adversarios como a sus correligionarios políticos en la Convención. "Es capaz de defender una cosa y demostrar la contraria en una exposición interminable", dicen. Es la voz de los socialistas en el triunvirato de la Convención.
António Vitorino
Nacido en Lisboa en 1957, Vitorino ha sido magistrado del Tribunal Constitucional y secretario de Estado de Administración y Justicia del Gobierno de Macao. En Portugal llegó a ser vicepresidente del Gobierno socialista de António Guterres, y en el Parlamento Europeo presidió la comisión de Libertades. Es comisario de Justicia e Interior; destaca su brillantez y dominio de los idiomas. Muchos le ven como el futuro líder de los socialistas portugueses o como secretario general de la OTAN. Formó parte de la anterior convención que elaboró la Carta de Derechos Fundamentales de la UE. Ahora le ha tocado desempeñar un papel frustrante ante el desencuentro entre Giscard y Prodi, encastillado en posiciones que Vitorino ha debido defender.
Michel Barnier
Nacido en La Tronche (Isère) en 1951, este francés elegante y apuesto ha sido, junto a Vitorino, la voz de la Comisión Europea en la Convención. Ha ocupado diversos cargos de responsabilidad local y regional en su país hasta que fue nombrado comisario de Política Regional y de Reforma de las Instituciones en 1999. Se dice de él en broma que, al nacer, fue el bebé más joven de Francia porque siempre ha presumido de alcanzar a temprana edad sus logros académicos y profesionales. Es especialmente admirado, junto a su colega Vitorino, por haber mantenido con dignidad, dicen sus colegas del Presídium, la difícil posición de la Comisión Europea, la institución que peor parada sale del borrador de la Constitución.
Alfonso Dastis
Este diplomático, curtido en la ONU y en la política europea, nació hace 48 años en Jerez de la Frontera y ha sido en las últimas semanas la voz del Gobierno español en la Convención como secretario general de Asuntos Europeos, lo que le granjeó, en la recta final, un enfrentamiento con Giscard que le situó en una posición incómoda. No obstante, Dastis considera que el saldo es positivo y que participar en el borrador de la Constitución ha sido una oportunidad de la que se siente honrado: "Me ha venido dios a ver en forma de Ana Palacio". Le Monde lo calificó de "bestia negra" de Giscard, un hecho que le molestó en extremo, a pesar de su carácter poco agresivo.
Íñigo Méndez de Vigo
Nació en Tetuán (Marruecos) hace 47 años y es eurodiputado del Partido Popular. Su participación en la Convención de la Carta de Derechos de la UE, su dominio de los idiomas y su estilo elegante y negociador le granjearon la reputación entre sus pares del Parlamento Europeo, lo que le sirvió para encabezar la representación de la Eurocámara en el Presídium. Su iniciativa de reunir en una cena casi semanal a los pesos pesados de la Convención es un reflejo de su forma de buscar consensos, un rasgo que le valió numerosos elogios de la prensa internacional. Pasó la fase más delicada cuando, en la recta final, la Eurocámara a la que representaba optó por defender que se cambiara el Pacto de Niza, exactamente lo contrario que ha defendido su partido y el Gobierno español, pese a lo cual logró salir airoso de la contradicción.
Yorgos Papandreu
Es el Kennedy de la política griega. Hijo y nieto de primeros ministros con gran predicamento en el país, Gyorgos Papandreu, de madre estadounidense, nació en Minnesota en 1952. Tras haber vivido en el exilio y ocupar diversos ministerios en su país, ha sido, como responsable de Asuntos Exteriores, la voz de Grecia y de la presidencia de turno de la Unión Europea en la Convención. Defendió la figura de un presidente de la Unión Europea elegido por sufragio universal, lo que para algunos era un punto de vista visionario y para otros una idea sin sentido. Giscard ha aplaudido el espíritu conciliador de Yorgos Papandreu, el mismo que le ha llevado a conseguir una distensión sin precedentes en las relaciones tradicionalmente problemáticas de Grecia con Turquía.
John Bruton
Cinco veces ministro y primer ministro de la República de Irlanda, líder durante 11 años del partido Fine Gael, ahora es parlamentario en su país y vicepresidente del grupo del Partido Popular en la Eurocámara. Como primer ministro introdujo un nuevo impuesto sobre empresas que fue la base del progreso económico del país. Nacido en Dublín en 1947, a John Bruton le ha tocado ser la voz de los Parlamentos nacionales en la Convención, y, en línea con las críticas recibidas por los demás, se le acusa de haber defendido más los intereses de su país que los de los Parlamentos. John Bruton se ha interesado con especial intensidad en los asuntos relativos a la defensa europea y a la fiscalidad. Autor de libros y artículos sobre temas políticos y financieros, se le considera un hombre muy trabajador.
Klaus Hänsch
Nacido en Sprottau en 1938, Hänsch fue presidente del Parlamento Europeo entre 1994 y 1997 y ahora, como miembro de grupo socialista en la Eurocámara, ha sido su otro representante, junto al español Méndez de Vigo, en la Convención. Se le critica por ser algo inflexible y no escuchar, lo que se agrava con el serio problema de audición que tiene. Klaus Hänsch, sin embargo, logró hacerse con una gran autoridad dentro de la Convención y ha trabajado profundamente en los temas institucionales, los más espinosos y polémicos porque afectan más al reparto de poder en la Unión Europea.
Henning Christophersen
Es un hombre de condición eminentemente internacional. Nacido en Copenhague en 1939, este político liberal ha trabajado para empresas suecas y austriacas, y ha sido vicepresidente de la Comisión Europea con Jacques Santer. Está considerado como un europeísta convencido, buen conocedor de la política europea y de sus vericuetos en
el terreno práctico. Se considera que Henning Christophersen tiene una opinión equilibrada de los asuntos políticos que trata y que ha logrado, con éxito, convertirse en la voz de los Gobiernos de los países medios y pequeños, que son los verdaderos perdedores del proceso, pese a lograr algunas de las exigencias que se les negaban, como fijar un sistema rotatorio igualitario entre los futuros comisarios.
Gisela Stuart
Esta británica, nacida en Alemania en 1955, ha sido también la voz de los Parlamentos nacionales en la Convención, lo que también ha sido puesto en entredicho por sus compañeros, que consideran que se ha movido en formación militar siguiendo las directrices oficiales de su Gobierno.
Solía acudir a las reuniones acompañada de Roger Liddle, asesor del primer ministro británico, Tony Blair, en asuntos europeos. Como virtud se destaca de Gisela Stuart su discurso directo y simple, que no simplista, para defender sus posiciones.
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