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Tribuna:LA LUCHA CONTRA EL SIDA
Tribuna
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Acerca del G-8

Francia recibirá estos días a los líderes del G-8, esos países cuyo poder económico determina la forma en que vive el resto del mundo. La semana pasada, un miembro del G-8, Estados Unidos, amplió su compromiso y los recursos dedicados a luchar contra el sida, reconociendo que la enfermedad es una importante amenaza para el desarrollo y la seguridad mundiales. Si el resto de los miembros del G-8 adoptaran una medida similar, la perspectiva mundial en lo que respecta al sida se transformaría rápidamente. La reunión del G-8 llega en un momento en el que el destino de los ciudadanos del mundo no sólo está interconectado, sino entremezclado, como demuestra la neumonía asiática, que no es más que la última enfermedad que sigue los pasos de las personas que se mueven por el mundo. Pero paradójicamente, nuestra "aldea global" es también más desigual que nunca. El abismo que separa a las naciones y comunidades que se deslizan en una espiral descendente por la carga del sida y aquellas que tienen recursos para frenarla es un indicador claro de esta creciente disparidad mundial. El sida es preponderante en los países en vías de desarrollo, y sus efectos son más devastadores entre los pobres. Sin embargo, las capacidades económicas, tecnológicas e institucionales para controlar la epidemia se concentran en otra parte: en un puñado de países ricos. Las naciones del G-8 pueden estrechar ese abismo.

Cada vez son más los países en desarrollo que dan ejemplo en la lucha por la salud

Existen tratamientos que prolongan la vida de los enfermos de sida y, lo que es más importante, es posible prevenir la infección por VIH. Onusida se ocupa de coordinar respuestas más eficaces a la epidemia en los países del mundo más afectados, pero se necesita mucho más apoyo. A escala mundial, el sida está estrechando su cerco y se cobra más de tres millones de vidas al año, además de socavar los esfuerzos por alcanzar un mayor desarrollo, el crecimiento económico y la estabilidad social. Si se permite que el sida empeore, todos los objetivos de desarrollo mundial se reducirán a una quimera. No es la primera vez que el G-8 ha oído esta queja. En Okinawa, en 2000, los líderes mundiales se comprometieron a mejorar los sistemas sanitarios y el acceso a las medicinas, incluidas las vacunas, en los países pobres. El G-8 dio impulso a la creación de un Fondo Mundial para la Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria, y en Génova, en 2001, dio su visto bueno, y prometió medidas adicionales para mejorar el acceso de los países pobres a los medicamentos vitales.

En la cumbre del G-8 celebrada el año pasado en Kananaskis, Canadá, los líderes adoptaron un Plan de Acción en África, que reconocía que el sida "pone en peligro todos los esfuerzos para fomentar el desarrollo en África", y prometía apoyar la mejora de la capacidad sanitaria en este continente. Estos compromisos son importantes, pero lo más importante es la acción sobre el terreno. Desde la reunión que el G-8 mantuvo en 2000 en Okinawa, el sida ha matado a unos nueve millones de personas. Se ha avanzado en lo que respecta a emprender las medidas necesarias para reducir esta cifra. El gasto anual contra el VIH/sida en los países en desarrollo se ha duplicado desde comienzos de 2000, alcanzando casi los 3.500 millones de dólares en 2002. El fuerte respaldo inicial al Fondo Mundial para la Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria ha creado una nueva fuente de financiación mundial; y necesita capacidad adicional para seguir aportando fondos a las respuestas contra el sida, al tiempo que otras fuentes de financiación nacionales e internacionales aumentan su esfuerzo. Las inversiones en la lucha contra el sida están dando fruto. Incluso allí donde la epidemia es más grave se han hecho progresos. En Camboya, el comportamiento de alto riesgo ha disminuido, estabilizando la epidemia. Uganda ha experimentado descensos en la incidencia del VIH. Entre uno de los grupos más afectados -las jóvenes de entre 20 y 24 años de las zonas urbanas-, la incidencia del VIH ha disminuido desde más del 33% en 1990 hasta menos del 8% en la actualidad.

Los países en vías de desarrollo son cada vez más los que dan ejemplo en la lucha por la salud y el desarrollo, incluso ante el sida. Pero aunque luchan por alcanzar estos objetivos, muchos países pobres están envueltos en luchas similares a la de David contra Goliat. Economías frágiles, deudas sofocantes, entornos comerciales injustos, debilitamiento de los sectores públicos y un agotamiento de las capacidades institucionales hacen que la lucha contra una epidemia de enorme magnitud como es el VIH/sida eclipse sus mayores esfuerzos. Los países del G-8 pueden y deben nivelar el campo de juego. Ellos controlan los recursos económicos y tecnológicos -y el poder político- para hacerlo.

Se debe establecer un sistema de acceso justo y equitativo a las vitales herramientas de prevención y a las medicinas contra el sida y otros medicamentos esenciales. La declaración hecha en Doha por la OMC, en la que se afirma que los países tienen derecho a proteger la salud pública y a garantizar el derecho de todos a la medicina, apunta a dicho logro; las subsiguientes disputas deben solucionarse rápidamente para poder avanzar en el derecho de la gente de todo el mundo a llevar una vida sana y digna. Se necesita enfocar el desarrollo de nuevas maneras, de forma que los países con escasez de recursos puedan reconstruir sus instituciones públicas, y alcanzar sistemas sanitarios y educativos sostenibles. Es necesario un marco viable para la colaboración y la transferencia tecnológica mundial, al igual que una investigación centrada en las necesidades, que dedique suficientes recursos y atención científica a problemas como el desarrollo de microbicidas y vacunas para prevenir la infección por VIH. Una reducción más amplia y profunda de la deuda podría liberar enormes recursos económicos para el desarrollo. Un sistema de comercio internacional justo aumentaría la capacidad de los países para sostener sus esfuerzos. Todo esto es alcanzable. Sabemos cómo prevenir la infección por VIH y cómo tratar el sida, y así parar la rápida disminución de recursos humanos que produce en buena parte del mundo en desarrollo. Esto quizá sea lo más importante que podemos hacer para reducir las crecientes diferencias entre ricos y pobres.

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