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Tribuna:56º FESTIVAL DE CANNES
Tribuna
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Sendas diferentes

Bélgica, al igual que otros países de Europa, es un país pequeño. Por tanto, es un mercado interior limitado. Por consiguiente, no tiene una industria cinematográfica, sino más bien un artesanado cinematográfico que produce entre 5 y 10 películas (largometrajes de ficción) al año. Las primeras subvenciones que permitieron aumentar la producción de películas (se inició hace unos 30 años) tenían un carácter estatal, tras la recomendación de un comité de selección de películas. Sin estas primeras ayudas públicas nunca hubiésemos podido incrementar nuestra producción cinematográfica y, sin los entusiastas informes de los miembros del comité de selección, tal vez no hubiésemos tenido la confianza en nosotros mismos para lanzarnos a esta aventura. Es cierto que estas ayudas eran insuficientes, pero nos permitieron encontrar los complementos de financiación necesarios, fuesen públicos o privados (en especial en Francia con el Centro Nacional de Cinematografía, Canal + y Eurimages, o en Bélgica con la RTBF). Así pues, a la pregunta de si la ayuda de los Estados europeos a su cinematografía nacional es importante, respondemos con un sí rotundo y sin reservas. Sin ella, jamás hubiésemos podido realizar nuestras películas. Fue y sigue siendo vital.

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Más allá de nuestro caso particular, pensamos que estas subvenciones públicas de los Estados europeos, debido a que no tienen como único criterio prioritario la rentabilidad financiera de las películas, fomentan que el arte cinematográfico se adentre por sendas diferentes y únicas y, en especial, se atreva a inventar a partir de un sustrato local, con unos paisajes y rostros desconocidos, sin renombre, y a crear nuevos modos de filmar, salvajes, inquietos o generosos, poco importa mientras que la mirada de un o una cineasta esté realmente presente.

Establecer las condiciones que permitan que estas miradas de los cineastas no desaparezcan en la vasta industria de los productos audiovisuales es una gran responsabilidad y un verdadero desafío para los ministros de Cultura de los Estados europeos y para el comisario europeo del ramo. Un desafío todavía más real porque no se trata únicamente de repetir que hay que resistir a esta vasta industria que es específicamente estadounidense. Tenemos que ser conscientes de que es sencillamente industrial y, por tanto, también europea, en cuanto en nuestro continente se ponen en marcha unas estrategias de producción, de distribución y explotación de imágenes dirigidas únicamente a tener una rentabilidad financiera, y por tanto, a la búsqueda del más pequeño denominador común de los consumidores y a la desaparición de la diversidad y del carácter único de las miradas de los cineastas.

No se trata de pretender que la industria no es necesaria, sino darse cuenta de que no es suficiente para hacer aparecer y mantener con vida nuevas miradas singulares y, sobre todo, no si esta industria funciona bajo el criterio masivo y exclusivo de la rentabilidad financiera inmediata, como parece hacer en la actualidad.

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