"Tolkien es el Homero de la fantasía", afirma Javier Negrete, autor de 'La espada de fuego'

Negrete, autor de aplaudidas novelas como La mirada de las furias (Ediciones B, 1997; traducida al francés), sobre un agente secreto interplanetario, o Nox perpetua (La Calle de la Costa, 1996), recreación en otro planeta de la conquista del Polo Sur, ha ganado premios como el UPC, el Ignotus o el Gigamesh, y forma parte de la generación de madurez de la ciencia-ficción española. Además, sorprendentemente visto el salto de género, ha sido el finalista del último premio La Sonrisa Vertical con Amada de los dioses, aunque es cierto que La espada de fuego incluye algunas escenas de cierto erotismo atmosférico que revelan su interés por ese otro terreno literario.

Con un gusto especial por la narración de aventuras y un gran cuidado formal en sus historias, especialmente en el lenguaje -en pocas novelas de fantasía se encuentra uno la palabra "apotropaico"-, Negrete ha creado en La espada de fuego un mundo indudablemente tolkiniano, pero con muchas influencias propias. Usa un lenguaje con bastante base fonética griega, ha desarrollado todo un arte esgrimístico, homenajea a Bécquer en alguna escena y, metódico paisajista que hace incluso localizaciones para ambientar sus relatos, ha situado una escena -aunque su mundo es inventado- en el Circo de Gredos.

"La película de El señor de los anillos ha dado un nuevo tirón a la fantasía", reflexiona, aunque recalca que La espada de fuego no ha sido escrita en la estela de ese éxito cinematográfico, sino que es la reescritura de una obra de la que guardaba una primera versión desde hace 15 años. En todo caso, el autor no reniega en absoluto de Tolkien, del que considera que ha quedado ya como una referencia imprescindible, "igual que Homero lo es para la épica". Negrete no cree que la fantasía sea un género más conservador, más cerrado y menos capaz de innovación que la ciencia-ficción. "Cada vez se hacen fantasías más adultas. Todos los géneros y subgéneros tienen sus convenciones; es cierto que la fantasía heroica parece más limitada porque transcurre en el pasado y echa mano de la historia antigua, pero es posible subvertirla en ciertos aspectos, y yo he tratado de hacerlo, huyendo del maniqueísmo y dando la vuelta, por ejemplo, a algunos personajes típicos. También he mostrado una cierta tensión social, con bandoleros, rebeldes y campesinos enfrentados a la aristocracia". Negrete dice que ha tratado de que sus personajes tengan entidad, "dotarlos de motivaciones y anhelos, que sean humanos y no simples réplicas huecas, como ocurre en los subproductos y dragonadas del género".

La trama de La espada de fuego gira en torno a la búsqueda de una poderosa espada escondida ("los objetos de poder, como ya acreditó Vladímir Propp con respecto a los cuentos populares,funcionan muy bien en el género de fantasía", recalca Negrete). Varios espadachines, entre ellos el joven protagonista, compiten para hacerse con el arma atravesando parajes del mundo de Tramórea y enfrentándose entre ellos a mil y un peligros.

La misoginia de Tolkien

Aparecen, como manda el canon, dragones, ejércitos de inhumanos, ciénagas y magos pasados al lado oscuro, pero también unicornios, amazonas, ninfas y sátiros. "El sustrato de mi mundo tiene que ver más con el de la antigüedad que con el medieval de Tolkien; es más deudor de Robert E. Howard, el creador de Conan. Además, Tolkien era misógino y en cambio en mi novela hay personajes femeninos con papel relevante. Mis maestros de la espada tienen algo que ver con los samuráis y su arte con el bushido". Nadie piense que Negrete es un glorificador del mandoble tipo John Milius. "En mi obra, después de la épica el resultado es el dolor. El combate es el pasaje para la gloria, pero trae consecuencias trágicas. Y el poder acarrea siempre destrucción".

"Lo importante no es el género, sino hacer buenas novelas y creer en lo que escribes", señala Negrete, que reivindica a Bécquer como gran autor de fantasía español y recomienda en el panorama internacional Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martin (Gigamesh), y el último descubrimiento del género: Andrzej Sapkowski (El último deseo, Bibliópolis Fantástica).