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Reportaje:La crisis del Barcelona | FÚTBOL

El cilicio azulgrana de Gaspart

El presidente del Barça hace frente al temporal asumiendo sus errores e ignorando las feroces críticas de los nuñistas y la oposición

Àngels Piñol

Cinco largos minutos que para muchos resultaron eternos. La escena, el 15 de diciembre, aún perturba: Joan Gaspart, el presidente del Barcelona, en un gesto bíblico, optó por convertirse en estatua de piedra para combatir los gritos, los pañuelos y la ira por el 0-3 frente al Sevilla. Primero hizo un terrible desaire al estrechar con mala educación la mano de su homólogo sevillista -"por cierto, un señor", remacha alguien que estaba muy cerca- y luego despachó a los directivos que intentaron convencerle de que saliera del palco. Una especie de sacrificio ante la gradería. "Bueno, Gaspart ya había pedido días antes que le pitaran a él", recuerda un socio que prefiere el anonimato, asiduo a un palco cada vez más huérfano de políticos y empresarios. "Estuvo todo el partido nervioso, haciendo gestos. Un sufrimiento inhumano que hacía sufrir. Pudo ser peor: casi le da de lleno una bolsa de agua que cayó de la segunda gradería, pero él se quedó allí, flagelándose. ¿Realidad? ¿Comedia? Creo que había un poco de todo".

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Quizá ésa es la cuestión. Gaspart ha perdido tanto crédito que sus tics de forofo causan ya consternación -"¿cómo nos puede dirigir quien admite sin rubor que ni vio ni escuchó el partido de Mallorca porque se fue a dar una vuelta en coche?", se pregunta un ex jugador mientras el dirigente explica que lo hizo para refugiarse de la tensión- y son el reflejo de lo peor de su mandato. "Todo es teatro", asegura Luis del Val, uno de los ocho directivos del grupo de Joan Castells, que dejó la vicepresidencia en diciembre tras pedir sin éxito a Gaspart que convocara elecciones; "al menos, yo lo he oído de su boca. Fue después del partido en Newcastle. Estábamos repasando una declaración que tenía que hacer sobre la sanción de Competición por el partido con el Madrid y dijo que se había aprendido el guión como un actor". "Me quedó la duda de si era todo verdad o una actuación", comenta Xavier Aguilar, tesorero con Josep Lluís Núñez; "a veces, en las reuniones, me decía: '¡Mira: el pulso me va a 120!'. Pero luego estaba tan tranquilo. Creo que hay muchas lágrimas de cocodrilo". "Es el showman número uno", remacha Antoni Pagès, encendido nuñista; "fue penoso cuando, un día que el Rey estuvo en el palco, apoyó la cabeza sobre su hombro. Lo del Sevilla fue peor que lo del Madrid. Lo que hizo fue provocar a los socios. Competición tendría que haberle inhabilitado por seis meses".

Las críticas son feroces desde todos los sectores. Lluís Bassat, el candidato de la oposición derrotado en 2000, recuerda que Gaspart le combatió en la campaña esgrimiendo sus 18 años de vicepresidente. Pero dice que ese bagaje no le ha servido de mucho: no ha ganado ningún título, ha comprometido seriamente la economía invirtiendo 200 millones de euros en fichajes que han fracasado en su mayoría y ha dañado el prestigio del club.

Las críticas de la oposición eran previsibles, pero casi son más descarnadas las de sus ex compañeros nuñistas o del grupo de Castells. "Yo creía que Gaspart iba a hacer un esfuerzo genuino por cambiar. Sus juntas son monólogos de una hora y media en los que sólo puedes utilizar un párrafo", afirma Gonçal Lloveras, otro ex directivo de Castells que ya se fue hace un año, tras pedir la salida de Carles Rexach, y que ahora intenta reagrupar a la oposición con la plataforma Concòrdia Blaugrana; "cuando yo pedí la salida de Charly en la junta, no me contestó. Luego, se acercó a mí en el aparcamiento y me dijo que no se lo dijera a nadie, pero que estaba de acuerdo conmigo; que lo tenía todo estudiado, pero que no era el momento para decirlo... Y lo del día del Sevilla fue una pose. Estoy seguro que pensó: 'Ya me podéis tirar pañuelos y cacahuetes que de aquí no me muevo".

"Creíamos que sería un mejor heredero de la gestión de Núñez. Su mayor gesto de generosidad sería marcharse", corrobora Aguilar. Y duda un segundo cuando se le pregunta si Gaspart tenía algo bueno como vicepresidente. "Sí..., era un buen portavoz. Sí, como negociador: habla inglés y francés. Pero no tenía firma en los fichajes, estaba fuera de la gestión". Ahora muchos recuerdan que el propio Núñez apartó a Gaspart de las reuniones para fichar tras la espinosa contratación en 1997 del brasileño Anderson.

Impasible, frío, hierático, Gaspart hace caso omiso de las críticas. Mejor dicho: asume sus errores y afirma que todo lo hace por el bien del Barça. Su plan es ganar tiempo, que el equipo reaccione y convocar una asamblea extraordinaria de compromisarios para canalizar las críticas y ratificarse en el cargo. Aguantar. Como dice quien bien le conoce, pedalear y pedalear para que la bicicleta no se caiga. Nacido en 1944, este hijo de hoteleros que heredó el imperio Husa -ha navegado entre sucesivas crisis que causaron la pérdida del hotel Princesa Sofía, su buque insignia-, dio saltos de alegría en 2000 cuando vio cumplido su sueño de ser presidente del Barça y no renunciará a él fácilmente. Su tiempo lo reparte, además, entre la presidencia de Turismo de Barcelona -accedió a ese cargo tras perder las elecciones a la Cámara de Comercio en 1991, lo que compensó integrándose en la candidatura ganadora- y la vicepresidencia del gremio hotelero. Su prestigio en la sociedad civil no es absoluto y su influencia en el mundo financiero, a diferencia de Núñez, es baja. Tampoco es muy alta en los círculos económicos: hace un año ofreció una conferencia sobre el Barça como institución económica en la Cámara de Comercio que defraudó a la audiencia.

Pero, pese a parecer acorralado, aún mantiene apoyos: una junta fiel -en ella sigue Salvador Alemany, director general de ACESA-, reforzada ahora con Sixte Cambra, director del torneo Godó de tenis. Cambra, de Convergència Democràtica, que perdió en las elecciones de 1989 contra Núñez, concita toda la ira de la oposición, que le considera un heredero perfecto para sellar un pacto de silencio en pos de la continuidad. Hace poco admitió que tres de los cuatro ejecutivos que han ingresado recientemente en el club proceden de su empresa de cazatalentos. Gaspart cuenta también con el sutil respaldo de Florentino Pérez, el presidente del Madrid. Pero hasta ese apoyo es acogido con suspicacias por la oposición, que denuncia que Gaspart -se acaba de crear en Madrid una peña, con página web incluida, bajo el nombre VivaGaspart- es perfecto para el Bernabéu.

Mientras tanto, los fieles a Gaspart asisten aturdidos a la lluvia de críticas. Francesc Closa, vicepresidente y primo carnal suyo, rompe una lanza en su favor: "Un club necesita estabilidad y el nuestro ha vivido demasiadas fases inestables. Creo que, por sistema, es bueno dejar agotar las legislaturas. El presidente del Barça merece respeto. Los exámenes no son buenos y cada semana nos someteremos a uno: un paso atrás y otro adelante". Hombre moderado y dialogante, Closa niega la vis cómica de Gaspart -"siempre le he visto sufrir en los partidos. Se iba a Montserrat en finales, hacía unas cosas..."- y apunta los logros de la junta: "Admito que en los fichajes no hemos estado bien, pero en otras cosas sí: se han renovado los estatutos y actualizado el censo, se han impulsado las obras de la ciudad deportiva de Sant Joan Despí, las secciones de baloncesto y hockey funcionan y en su día buscamos la paz social, aunque no se logró".

Joan Molas, otro directivo y amigo personal de Gaspart desde hace 30 años, aboga en la misma línea: "Esta junta no es peor que otras. Pertenezco a ella desde el primer día y pienso seguir. ¡Madre de Dios! ¡Nunca me he planteado irme! Hay un nerviosismo exagerado y prematuro. La situación del equipo en la Liga, que no en Europa, ha focalizado toda la realidad. Deberíamos hacer una reflexión profunda; en 103 años de historia, el Barça ha tenido más de 40 presidentes. No podemos gobernar día a día y a golpe de pañuelo. Me gustaría que desapareciera ya de nuestro vocabulario la palabra oposición. No hacemos política, esto es un club de fútbol".

Molas esperará en vano porque a Gaspart se le crean nuevos frentes a diario. "No se trata de que el balón entre o no. Hay que recuperar el prestigio y la filosofía del club. Lo que hay que hacer es abrir los ojos a los socios", dice Del Val; "voy a presentar una reclamación en la Liga para que reclame a los directivos del Barça el aval sobre el 15% de los presupuestos. Quedaron exentos porque la junta era de continuidad, pero está visto que no lo es. Si hay déficit y no pueden garantizar la salud económica del club, que lo paguen de su bolsillo". No sólo eso: De Val piensa solicitar a Gaspart y sus directivos que financien la convocatoria de la asamblea extraordinaria en la que quiere ratificar a Cambra y los directivos entrantes.

Gaspart, que eludió responder a la llamada de este diario, calla. Ayer volvió al mismo palco en el que hace un mes vio los gestos de rabia y de ira. Un día después, alguien le preguntó como se encontraba anímicamente tras ofrecer su sacrificio a la grada. Y él, hombre profundamente católico, que asume mil veces sus fallos porque cree que recibirá el perdón, impasible, con resignación, respondió: "Estoy bien. Todo esto me viene de arriba y tengo que aceptarlo".

Joan Gaspart.
Joan Gaspart.ENRIC FONTCUBERTA

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