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Una triste historia

Victoria Combalia

La historia del legado de Clarà es triste, pero también representativa de dos modelos de entender la museografía. Uno apuesta por los grandes equipamientos, con grandes gastos y la consecuente rentabilidad política; el otro, sin negar la necesidad de los macromuseos, opta por los pequeños espacios. Éstos suelen proceder de legados de artistas o coleccionistas de los siglos XVIII y XIX, y en general poseen un extraordinario encanto que ningún museo moderno es capaz de recrear: el museo Gustave Moreau, en París, y el Museo Palacio Fortuny, en Venecia, son buenos ejemplos. Por otra parte, es innegable el interés turístico que suscitan las casas de escritores o artistas: la de Kafka en Viena, la de Victor Hugo en París, el taller de Miró en Palma.

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El Ayuntamiento de Barcelona decidió en 1996 cerrar el Museo Clarà alegando "falta de visitantes". Sin embargo, la vida de un museo no sólo depende de la belleza de una colección -en este caso, evidente-, sino de cómo se gestiona, se difunde y se convierte en algo vivo. El pequeño museo Maillol de París, de reciente creación, sería un ejemplo de museo vivo gracias a sus exposiciones temporales, sus publicaciones, su merchandising; todo lo connatural, en fin, a un museo moderno.

El Museo Clarà no se tenía que haber cerrado. Mejor: no se le tenía que dejar morir en el descuido, casi en el abandono. Quienes decidieron su cierre para "racionalizar" la difusión de este legado optaron por una decisión salomónica, del todo o nada. Si se pretendía dar a conocer de una forma más amplia la obra de Clarà, la familia habría aceptado gustosa, seguramente, el préstamo de algunas obras más para el Museo de Arte Moderno.

Porque lo importante no es tan sólo la ubicación, sino cómo se explican las cosas. Ahora, la obra de Clarà se reparte entre el MNAC y el Museo de Olot, adonde fue a parar una parte del legado. Sería óptimo que el MNAC en el futuro dedicara al menos una sala al escultor con sus obras más representativas y que lo hiciera de manera que esta obra sea mejor conocida y apreciada. Pero el tema Clarà es también significativo por otro motivo fundamental: el patrimonio de un país se constituye no sólo con compras, sino también con legados. Es fundamental animar a la sociedad civil a que deposite o legue sus bienes artísticos para disfrute de todos. Como señaló la Audiencia de Barcelona en su momento, "poca confianza puede generar al ciudadano en general un ayuntamiento que incumple los compromisos asumidos". ¿Cómo vamos a convencer a los posibles donadores si no se cumple lo estipulado por el artista o la familia? Donar o no donar siempre es una cuestión de tacto, y no sólo unas negociaciones políticas o económicas.

Victoria Combalía es crítica de arte.

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