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Reportaje:

'¡Que las dejen en paz ya!'

Alcàsser y Catarroja viven con hastío el décimo aniversario del crimen de Miriam, Toñi y Desirée

El monumento a las tres asesinadas aparece como un aerolito frente al visitante del cementerio de Alcàsser. La enorme construcción representa algo así como tres ángeles. Queda un poco como un pegote. Ya quedaba así hace nueve años, cuando se ideó y se construyó. Pero ahora más. Porque, después de tanto tiempo, y de tanta dosis de conmoción y de confusión emocional, en el pueblo no se considera a Miriam, Toñi i Desirée como tres símbolos, sino como tres pobres chicas muertas. Ha hecho falta mucho dolor colectivo y mucho desengaño para ello.

El padre de Desirée ha muerto. Y la madre de Miriam. En cierto modo, parece que Fernando García, el padre de Miriam, también lo ha hecho para sus vecinos. 'No le vemos por el cementerio', dice uno de ellos. 'No le vemos por el pueblo', cuenta otro. No obstante, desde el Ayuntamiento informan que mantiene su piso en la localidad. No hace tanto, él era el rostro de Alcàsser. Ahora, es cualquier cosa menos eso. Se enfrenta a una pena de prisión por calumnias vertidas en Canal 9 contra todos aquellos que investigaron oficialmente el caso. No obstante, ha declarado a reporteros televisivos que considera muerto a Anglés, y que aún no se investiga a los supuestos autores ocultos del crimen. Ha hablado para conmemorar que este miércoles día 13 se cumplen diez años del asesinato de su hija y de sus dos amigas, Toñi i Desirée. Uno de los acusados, Miguel Ricart, sigue en prisión, sin visos de acceder a un permiso. El presunto ejecutor de las muertes, Antonio Anglés, continúa desaparecido. Los padres de Toñi no hacen mención del tema. Rosa Folch, madre de Desirée, pide que nadie olvide la ausencia de Anglés. Fernando García ignora todo esto. Él ya no ejerce de portavoz de los afectados ni de nadie. No hay rastro de la fundación anti-violadores que pretendió instaurar con los fondos cedidos por donantes anónimos. Ahora tiene una tienda de colchones en Catarroja. Está situada en la acera de enfrente de donde vive la familia Anglés. Las relaciones entre ellos no son nada tensas.

Una década después Fernando García tiene un negocio frente a la casa de los Anglés

La mayoría de los hermanos Anglés han cambiado de apellido, y algunos también de nombre. Una de ellas, Kelly, ha contado que se va fuera de España a trabajar. Neusa, la madre de toda la prole, sigue matando aves para subsistir. En Catarroja, la observan a ella y a sus hijos como si no existieran, como si fueran espíritus que deambulan por el pueblo sin influir en él. La mayoría de amigos de Antonio ya no están en este mundo. Muchos de los que aún lo están, lo dejarán pronto. El sida, sobre todo, es lo que se los lleva paulatinamente. Uno de ellos, como puede expresa que Antonio 'era un psicópata, y Ricart paga por él: eso lo saben hasta los perros'. Los que no están tocados por la enfermedad y han dejado la prisión o la vida al límite, se han apartado de la escena. Intentan ser 'normales'. Les cuesta. Pocos lo consiguen.

Catarroja nunca ha recibido bien a los periodistas, pero ahora, directamente, los ignora. '¿Cuándo se cansarán?', se pregunta Carmen, que vive cerca de la plaza de la Región, la zona donde Anglés y Ricart se forjaron como delincuentes. 'Yo voy a enchufarme al vídeo, no quiero ver la tele esta semana', comenta Jesús, que pasea por la calle Colón. La planta baja donde Antonio traficaba y donde intentó matar a una ex novia antes de cometer el triple crimen, ha estado derruida. Ahora es una casa de lujo, construida sobre un solar. Jesús piensa que puede dar mala suerte vivir allí. 'Debe haber mucha energía negativa', opina.

Jesús está cansado de las referencias a Alcàsser que las televisiones van a hacer esta semana. 'Un programa ha anunciado que llevará médiums para contactar con Anglés; creo que esto no se acabará jamás', cree. Es posible. Pero la gente parece realmente cansada.'Yo igual veo qué dice la tele', cuenta una madre que mece a su hijo, 'pero por entretenerme; no me creo ya nada'.

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Esta década no ha alterado determinantemente las relaciones entre Catarroja y Alcàsser. En este último pueblo, los reporteros son recibidos con resignación admirable. Pero con precauciones. Algunos vecinos no quieren ahora ni dar su nombre a la prensa, para evitar suspicacias. Aunque sí su opinión. Uno de ellos, que conoció a las difuntas, dice: '¡que las dejen en paz ya! Esto es lo que piensa el pueblo. Anglés no está. Ellas tampoco'. Y opina: ' diez años son muchos para seguir con la matraca. Son demasiados'.

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