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Columna
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Audacia intuitiva

Un joven autor vasco, Unai Elorriaga, acaba de ganar el premio nacional de narrativa con la novela SPrako tranbia. Desde aquí quiero expresarle mi enhorabuena. Y también me voy a permitir estirar esa felicitación, abrirla, para que nos alcance un poco a todos. Porque ese premio es una excelente noticia nuestra por muchas razones. Porque subraya el arte de nuestra realidad y no la parte-partida-partidismo. Porque habla de otra Euskadi, cultural y creadora. Y ese contraste es aire fresco, imponiéndose al tufo de tanta noticia monotemática, monógama, egocéntrica.

Y también porque, aunque sólo sea por un momento, concentra la actualidad, la atención, los ojos y los oídos en el lenguaje literario, que es el territorio donde las palabras valen y cuentan más; donde más puramente se utilizan: desvestidas, trasegadas; gratuitamente dispuestas a expresar, es decir, a comunicarnos. Nada que ver con el lenguaje político que se ha convertido en la música de fondo de nuestras vidas, en el modelo dominante de discurso, a pesar de que sólo se sirve de palabras vestidas, uniformadas de camuflaje; a pesar de que nunca las usa graciosamente, quiero decir, sin ánimo de lucro.

Pero no quiero amargarme las buenas noticias. Y lo pongo en plural porque hay otra de parecida condición: Bayona y San Sebastián se han sumado esta semana a la conmemoración del nacimiento de Luis Cernuda. Durante cuatro días, en el Museo Bonnat y en el centro cultural Koldo Mitxelena, se ha leído su obra. Releído, más bien, con esta necesidad de hoy y esta mirada.

Y lo primero que se ha visto es que su poesía se ha salido del tiempo. Que se ha metido en la anacronía perfecta de ser presente ahora, y mañana, en cualquier puntualidad imaginable. Y la segunda cosa que ha saltado a la vista es que esa incorruptibilidad poética -su voz y su argumento- nos aviva y nos ampara. Resistimos con ella, que es lo mismo que decir que nos contagia firmeza y rebeldía. Y entonces la pregunta es cómo. ¿Cómo nos fortalece y nos revoluciona? Y yo entiendo que por representación, por concentración, por suma de lo humano. Y por eso de entre todos los versos de Cernuda voy a preferir ahora éste: 'Uno tan solo basta como testigo irrefutable de toda la nobleza humana'.

No sobra ni una sola palabra. Nada falta. Se representa entera la responsabilidad en los sustantivos; íntegra la libertad en los adjetivos. Absolutas en ese uno -simultáneamente femenino y plural- la solidaridad, la empatía, la compasión. El sentido y el gozo de ser una persona. Y yo estoy convencida de que el gozo mayor de ser una persona tiene que ver con la capacidad de inventar y de desear, de convertir de ese modo lo imposible en posible, para acercarlo luego a lo probable, y más tarde cumplirlo. Y consiste también en la capacidad de intuir, que significa saber de antemano, sin patrón y sin freno. Y en la valentía de avanzar al dictado de esa intuición.

Y por eso para titular esta columna, por una vez gozosa, he recurrido a estas palabras de otro poeta de lo esencial, Francis Ponge: 'Se trata de fundar en razones la audacia de nuestra intuición'. Y así intuyo que las soluciones son más sencillas que los enunciados de nuestros problemas. Que hay que buscarlas de abajo a arriba, como buscan los poetas el sentido de las palabras; de lo primero que es la gente, hasta lo último que es el poder. Que nuestra sociedad está hecha de fragmentos, como la novela de Unai Elorriaga, de piezas y de voces. Que hay que acercarse a ellas, como hacen los poetas con las palabras, revelar su capacidad combinatoria, y escucharlas justa y limpiamente, reconociéndoles el corazón y la dignidad. Como en un poema.

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