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París | NOTICIAS
Columna
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¿Una bomba de palabras?

HACE YA nueve años, Olivier Rolin sorprendió con L'invention du monde, un libro concebido como el testimonio genial e imposible del caos del planeta. Quinientos periódicos en 31 idiomas distintos y publicados el 21 de marzo de 1989 sirvieron al autor-Dios para construir esa pintura global del mundo. Ahora, con Tigre en papier, Rolin le pone a su ambición límites humanos. El autor-Dios ya no contempla la esfera terráquea, sino que gira sin cesar por el périph (cinturón periférico), dando vueltas nocturnas alrededor de París mientras evoca para una chica joven, hija de un amigo fallecido, las andanzas militantes de un grupúsculo maoísta, Nouvelle Résistence, brazo armado de la Gauche Proletaire, del que formaba parte el padre de la chica así como el propio Rolin.

Tigre en papier ha caído como una bomba en el París de hoy, tan habituado a conmemorar la revuelta o revolución de Mayo del 68 como el adoquín-party en que se conocieron buena parte de los que hoy mandan, los y las Pilares del Castillo del poder francés. Rolin no se reprocha lo que hizo aunque hoy admite de buen grado que aquello pudiera ser un disparate.

Rolin participó en su día en el secuestro de un general jubilado, intentó hacer lo mismo con Paul Touvier -un antiguo miliciano de Pétain al que distintas complicidades salvaron la vida-, organizó fallidas emisoras-pirata, robó armas e intervino en decenas de manifestaciones más o menos violentas. Había leído el libro rojo del presidente Mao y, como él mismo escribe, se había dejado arrastrar por 'la seducción de la fealdad, el atractivo del pensamiento cero, la voluntad de ser débil e idiota. A base de hartarse de versículos del Gran Timonel, uno tenía el sentimiento confuso de sacrificar la inteligencia'. Como ciertas órdenes monásticas, que hacen incompatible Fe y Razón y quieren que la primera lo ordene todo, los militantes de Nouvelle Résistence querían ponerse al servicio de las 'amplias masas trabajadoras'.

Hijo de un militar resistente, luego muerto en Vietnam, Rolin cree que parte de su biografía y de la de sus compañeros de aventura se explica por su disgusto ante el modelo oficial de intelectual engagé, su repugnancia ante Sartre y tantos otros, que no supieron resistir a los nazis. Rolin rinde homenaje a Jean Cavaillès, 'filósofo, lógico, saboteador, detenido, escritor en prisión de un tratado de epistemología, liberado, de nuevo metido a la dinamita y detenido de nuevo, torturado y fusilado en 1944'. A contracorriente, Rolin reivindica el héroe como 'hombre plenamente humano, lo contrario del actual hombre-mercancía' y a Cavaillès porque 'no se hacía el listo como Sartre, que fundaba grupos de reflexión en Saint-Germain-des-Prés, no, él hacía volar puentes, vestido de mecánico entraba en la base de la Kriegsmarine de Lorient'. Cavaillès, con sus bombas, era un hombre que luchaba contra el destino, que escapaba de los dioses. Un hombre.

En Tigre en papier, Rolin le cuenta a una veinteañera atractiva en qué quemaron su juventud él, el padre de ella y un grupo de personas hartas de vivir una 'época modesta', cansados de tanta abundancia, de un progreso que parecía inacabable y que se medía en televisores, coches y segundas residencias. Rolin y los suyos querían revivir la Revolución Francesa, o la rusa, o la fracasada de los espartaquistas, o protagonizar una gran marcha. Treinta años más tarde, el Citroën DS de Rolin da vueltas entorno a París como un satélite. No ha conseguido escapar a la atracción de la ciudad, el otro gran protagonista de esa rememoración de los 'años Mao'. Y París ha cambiado. Entonces 'Internet no existía, ni los móviles, ni el walkman, ni el cable, ni el contestador automático'.

A Rolin le salvó la belleza. Los maos estaban reñidos con ella, la consideraban sospechosa, fundamento de desigualdades. Para Rolin, las mejores páginas de Victor Serge son aquellas en que, con el fusil al hombro, descubre la blancura de Petrograd desde el techo. El atractivo de la belleza le protegió de las fórmulas vacías del camarada Mao. Pero era también otra belleza que la actual literal celebración del propio ombligo. 'Había que estar en guerra contra lo más íntimo de sí mismo'. Rolin prefiere 'el masoquismo cristiano o el masoquismo revolucionario, la autocrítica' a esa 'beatitud obligatoria y ostentosa de ser uno mismo'.

A diferencia de sus correligionarios italianos o alemanes, los de la Nouvelle Résistence no mataron nunca a nadie, prefirieron la belleza de las palabras a la de las explosiones, la del sueño de un futuro radiante al presente siniestro de Goma 2. La belleza les salvó, al menos a Rolin.

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