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Tribuna:RESPUESTA A PASQUAL MARAGALL
Tribuna
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Confundir molinos con gigantes

El autor defiende la política del Gobierno catalán y mantiene que el PSC es víctima de sus insoportables hipotecas políticas.

Poco a poco, aunque en aceleración constante, Maragall empieza a padecer el síndrome de confundir molinos con gigantes. Como mínimo eso es lo que se deduce a la vista de su deslavazado análisis de la política catalana expresado días atrás en EL PAÍS. Por extraño que parezca en quien pretende ser candidato al Govern de la Generalitat, el país real se le escapa y en su discernimiento las fantasías empiezan a desplazar los hechos. Lo que en un ciudadano normal no tendría otras tristes consecuencias que las personales, se convierte en algo peligroso cuando se aspira a regir los destinos de Catalunya.

No entraré en sus elucubraciones políticas: lo onírico suele carecer de una aséptica explicación racional. Pero sí que procede recordarle con el mayor afecto que las cosas son harto distintas a como las percibe, y ya sabemos el resultado de las hazañas de don Quijote contra las aspas de los molinos manchegos.

Hasta la fecha, y confío que también en lo sucesivo, la política catalana ha centrado sus esfuerzos en la consolidación de Catalunya. Ha procurado aumentar el bienestar de sus ciudadanos, ha mejorado nuestras infraestructuras, ha apostado valientemente por la economía productiva y la competitividad y, en cuanto a autogobierno, ha sido constante nuestra reafirmación nacional y la defensa del reconocimiento que Catalunya merece por su historia, por su cultura y por su voluntad política. Estas prioridades han merecido la confianza de los ciudadanos de Catalunya y creo que el Govern se ha esforzado siempre en cumplir sus compromisos con un éxito notable.

Maragall pretende erigirse en alternativa a este proyecto, pero en parte alguna se vislumbra ni un proyecto alternativo ni menos aún una mínima capacidad para impulsar Catalunya por la senda del progreso emprendida durante todos estos años. Ante ese páramo montaraz y desértico en ideas, un Maragall sin norte y sin proyecto sólo podría truncar las aspiraciones de Catalunya y de sus ciudadanos.

Ya sabemos -y así lo demuestra Maragall en un artículo reciente en esta misma tribuna- que delante de él no hay nada. Lo preocupante es saber que tampoco existe nada detrás de él. Es cierto que ha dedicado a Catalunya algunos fines de semana; sus expediciones a comarcas le han permitido degustar algún plato típico e inmortalizar el evento en algunas fotografías profusamente reiteradas por la escasez del material disponible. Pero el país real va por otros derroteros. Aquí lo que se lleva es el trabajo, la continuidad, la perseverancia.

Tal vez el problema de Maragall radique en una cuestión de tiempo. Desde Convergència i Unió, por ejemplo, se ha sabido fortalecer un proyecto y una visión de país más allá incluso de las personas; se ha procedido a dar continuidad, entidad y contenido a una forma de hacer que garantiza a Catalunya su progreso constante y refuerza su entidad como nación. Por el contrario, el PSC es víctima de sus insoportables hipotecas políticas: Maragall es un político de la transición, cuyo momento de gloria forma parte de las hemerotecas y de las conmemoraciones que en estos días, además de a los Juegos Olímpicos, también se han dedicado a Verdaguer o a Gaudí. Desde su entrada en política hasta la fecha, Maragall no ha sabido articular un proyecto para Catalunya ni conformar un equipo de gente dispuesta a secundarle o a seguir impulsando su alternativa. Aunque es lógico que sea así: en una y otra ocasión desde el PSOE le han recordado que las decisiones del PSC se toman en Ferraz y, por tanto, cualquier esfuerzo para articular un proyecto nacional y propio para Catalunya vendría condenado al fracaso. La Catalunya de Maragall es la Catalunya que comparten PSOE y PP.

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Pero más allá de todo ello, hay algo que deprime en el discurso de Maragall, y seguramente es el horror al vacío que produce. Maragall puede autoproclamarse alternativa a CiU pero su discurso se limita a presentar una Catalunya oscura y agotada, decadente. Una vez más, su análisis se contradice con el país real, pero no creo ni que lo perciba ni que le importe. Y, sin embargo, preocupa que ante ese lóbrego panorama sólo vislumbrado por él y algunos heraldos corifeos, no exista alternativa alguna más allá de unas frases tópicas y de ciertos eslóganes de diseño. Supongamos que es cierta -que no lo es- la Catalunya postrada que aparece en sus visiones: si es así, ¿qué alternativas propone, qué cambios convienen, qué medidas urge adoptar? La respuesta de Maragall es algo peor que el silencio puesto que se funda en la permanente contradicción temporal y espacial, en la falta de visión de país, en el sí a todo y en la oposición desleal y destructiva.

Ni Maragall puede vivir del pasado ni Catalunya puede permitirse vivir sin futuro. Lo que conviene al interés nacional es la aportación constante de proyectos y de esfuerzos que enriquezcan su vida política y dinamicen aún más nuestras enormes capacidades, y en ese sentido sería bueno que el PSC o incluso sus mayores del PSOE, si tuvieren tal sensibilidad, contribuyeran al progreso de nuestro país. Por ahora no parece que sea así.

El único proyecto decadente y sin futuro es el de Maragall. Sólo a él le apresa el tiempo. Si continúa así, si confunde Catalunya con un espejismo, si se aleja de la Catalunya real, tal vez en breve tiempo le sean desfavorables incluso las encuestas hechas sólo entre sus más próximos colaboradores.

Josep A. Duran i Lleida es presidente del Comité de Gobierno de Unió Democràtica de Catalunya y secretario general de la Federación de Convergència i Unió.

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