Las magdalenas de la abuela
La piratería de discos ha venido a corroborar por sus dimensiones que hay una realidad paralela en la que también se falsifican bolsos, relojes, cuadros, productos farmacéuticos, pantalones vaqueros, bolígrafos Bic, puros habanos, fabes de Asturias, pimientos de Padrón y casas rurales. Invité a mi mujer a pasar el fin de semana en una de estas casas, porque creí que eran auténticas, y resultó un fiasco. Cuando nos sentábamos a desayunar, croaba una rana en el jardín. Esto es una pauta, me dije, de modo que al segundo día separé unas ramas que había cerca de la mesa y descubrí un artefacto croador mecánico que se activaba ante la presencia humana.
No dije nada al resto de los huéspedes para no desilusionarles, pues habían pagado lo suyo, pero continué buscando incongruencias y descubrí que las camareras, vestidas del siglo XIX, eran en realidad de éste. Y el pan de leña no era de leña ni las magdalenas del desayuno eran de la abuela, sino las magdalenas Ortiz de toda la vida. Es verdad que yo llevaba un Rolex de imitación y que el bolso de Loewe de mi mujer sólo nos había costado mil pesetas y que mis pantalones Levis no eran unos verdaderos Levis ni mi Lacôste era un verdadero Lacôste, pero late en mi alma un deseo de autenticidad que a veces me impulsa a comprar cosas verdaderas. Por eso adquirí a precio de oro un fin de semana auténtico, ya ven con qué resultados. La casa rural, en fin, no era una casa rural. Ni siquiera estaba en el campo, sino en una imitación de campo que parecía un belén. Ahí no acabó todo, porque intenté visitar las Cuevas de Altamira, que se encontraban a un par de kilómetros, y me dijeron que las verdaderas permanecían cerradas al público y que para las falsas había lista de espera como para los trasplantes de hígado.
Hay dos realidades idénticas, aunque una de ellas con ranas de verdad y pantalones Levis de verdad y discos de Enrique Iglesias de verdad (valga la paradoja), y otra con casas rurales falsas y puros habanos de imitación.
Como ustedes ven, hay dos realidades idénticas, aunque una de ellas con ranas de verdad y pantalones Levis de verdad y discos de Enrique Iglesias de verdad (valga la paradoja), y otra con casas rurales falsas y picassos falsos y bolsos de Loewe falsos. A veces, la frontera entre una realidad y otra es la etiqueta. Quiere decirse que si a un Cohiba falso le pones una vitola verdadera no hay modo de distinguirlo del auténtico. Lo único que sabemos a ciencia cierta es que la realidad falsa está dirigida por la Mafia y la otra por Bush, lo que a la hora de tomar partido entre la mentira y la verdad te crea unas complicaciones morales del carajo.
Aunque lo lógico sería que estas dos realidades permanecieran separadas, mantienen vínculos diplomáticos e intercambios comerciales intensísimos. Piensas en Berlusconi, por citar un caso extranjero que nos hace gracia a todos (de qué nos reiremos), y, aunque estás seguro de que la Italia que dirige es la verdadera, él tiene toda la pinta de proceder de la controlada por la Mafia. Y es que no es raro que los dirigentes de la realidad falsa pasen temporadas en la verdadera para modificar las leyes que les atañen, aunque lo normal es que hagan intercambios, como los estudiantes, al objeto de que cada uno aprenda el lenguaje de los otros y se entiendan mejor a la hora de negociar acuerdos o intercambiar productos.
Antonio Banderas está reuniendo las noticias de prensa en las que se cuentan mentiras sobre él. Al principio le molestaban, pero ahora le divierte observar que hay un Banderas que lleva una existencia paralela a la suya, aunque no es él, sino un Banderas falso creado por la industria de la comunicación para su consumo masivo en las épocas en las que el verdadero proporciona poco material. El actor se lo ha tomado con sentido del humor, aunque el asunto es para cabrearse, porque a veces abres un periódico verdadero y, en lugar de colocarte al verdadero Banderas (un señor respetable que se lo ha hecho a base de talento y trabajo), te colocan al falso, porque les parece más comercial o porque en ese momento no tenían a mano al auténtico. Estamos llegando a un grado de confusión tal que no es que no seamos capaces de distinguir unas Adidas verdaderas de unas falsas, sino que no hay modo de distinguir los bordes de la Mafia de los de la Ley. De momento, si alquilan ustedes una casa rural y escuchan el croar de una rana mientras desayunan magdalenas de la abuela, busquen el artefacto croador y llévenlo a la Oficina del Consumidor; pero a la falsa, porque en la verdadera sólo aceptan ranas de verdad.
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