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Crónica:NUESTRA ÉPOCA | NACIONAL
Crónica
Texto informativo con interpretación

El precio de Perejil

Durante un instante, las cabras de un islote en el Mediterráneo fueron ciudadanas europeas

Timothy Garton Ash

Estamos ante lo que los periódicos británicos califican de época ridícula, y el relato del islote de Perejil se ajusta perfectamente a esa calificación: la heroica conquista de las tropas marroquíes que izaron su bandera en un islote rocoso, reclamado también por España, para celebrar la boda de Mohamed VI con su novia velada, seguido por la heroica reconquista de los comandos españoles que plantaron allí la bandera, acción que ha levantado aplausos patrióticos en Madrid; más la esperpéntica invasión de una isleta aledaña a Ibiza, realizada con un patín acuático a pedales y reclamada para Gran Bretaña por el periodista de The Guardian Stephen Moss. Buen tema para la pluma de Evelyn Waugh o incluso de P. G. Wodehouse. Por lo demás, las víctimas han sido unas cuantas cabras.

EE UU intervino porque no desea una trifulca en el occidente del Mediterráneo y, sobre todo, porque era el único garante solvente para ambas partes
El caso de Perejil incluye en pequeñas dosis los dos asuntos internacionales más serios para Europa: sus relaciones con el mundo islámico y con EE UU
¿Qué credibilidad tiene Europa si no puede arreglar un conflicto trivial a las puertas de su casa? Demasiado para EE UU, el gran factótum de la paz

No obstante, el caso de Perejil (Leila para los marroquíes) incluye también en dosis pequeñas los dos asuntos internacionales más serios a los que se enfrenta Europa en este momento: sus relaciones con el mundo islámico y con Estados Unidos. En ninguna parte están tan próximos ambos mundos como en el angosto estrecho de Gibraltar, que separa España y Marruecos. Durante siglos, los moros ocuparon el sur de España hasta que Fernando e Isabel lograron la reconquista en 1492. Ahora, España se topa de nuevo con la tierra de los moros, Marruecos. Al mismo tiempo, cientos de miles de marroquíes viven en España y muchos más van como emigrantes ilegales, trabajadores temporales o como viajeros.

El Gobierno conservador de José María Aznar ha urgido a Europa para que tome fuertes medidas contra la emigración ilegal, que explícitamente vincula con el aumento de los delitos en España, y acusa a Marruecos de no colaborar en su control. El reciente incidente ha exacerbado fuertemente el sentimiento antimarroquí en España, un país que, por lo demás, se siente justamente orgulloso de no tener un Le Pen o un Haider. El Gobierno marroquí explicó de manera bastante dudosa que su pequeña invasión tenía como objetivo controlar el tráfico de emigrantes y de drogas, un gran negocio que se realiza desde sus costas. Según mis informes, en realidad ha sido la presencia de las cañoneras y soldados españoles la que ha reducido ese tráfico durante un par de semanas. ¿Va a ser así como el islam y Europa van a dialogar, con el lenguaje de las cañoneras?

El problema es muy serio. Históricamente, Europa se fue definiendo como oposición al islam. La primera mención a los 'europeos' (europeenses) se encuentra en la crónica de una batalla contra los musulmanes de 732. Con el papa Pío II, 'Europa' fue tomando forma poco a poco como vocablo para definir a la cristiandad. La palabra árabe-islámica fue 'otro', para usar la espantosa jerga de los estudios sobre las identidades históricas. En la 'guerra contra el terrorismo', declarada por George Bush tras los ataques terroristas del 11-S y apoyada de forma entusiástica por Aznar, ha surgido la tentación de recurrir de nuevo a este concepto definitorio del 'otro'. Pero esto sería ridículo y peligroso para un continente en el que viven no menos de 20 millones de musulmanes, y que necesitará, sin duda, a muchos más inmigrantes para pagar las pensiones de una población envejecida.

¿Servirá esta guerra de opereta para que los habitantes musulmanes de Europa se sientan aquí como en casa? Sin duda que no, sobre todo los marroquíes en España. Lo que debería hacer Europa, primero, es encontrar la manera de que estos musulmanes se sientan más confortables en el continente; segundo, debería desarrollar una política dirigida hacia nuestra zona de interés más vital: el arco de países musulmanes que va desde el Cáucaso, a través del norte de África, hasta... Marruecos. Claro está que es más fácil decirlo que hacerlo, como precisamente se acaba de demostrar.

Otro aspecto desalentador y absurdo de este asunto es que ha precisado la intervención de EE UU para resolverlo. El secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, necesitó varias horas para llegar a un acuerdo por el que España retiraba sus soldados y la bandera, mientras el islote recuperaba su condición diplomática neutra en la que había permanecido en el limbo durante 40 años. Como si Powell no tuviera nada mejor que hacer; por ejemplo, disuadir a su presidente de invadir Irak.

Y aquí estamos en Europa dándonos muchas ínfulas mientras sermoneamos a los estadounidenses sobre su tenaz unilateralismo, su desastroso y parcial enfoque del conflicto palestino-israelí, su desdén por la Corte Penal Internacional y demás monsergas. Proclamamos constantemente que el gran secreto de la nueva Europa radica en que la soberanía nacional ya no es completa, sino más bien compleja, confusa y estratificada. ¿Y qué hacemos durante nuestras vacaciones veraniegas? Primero, un país europeo importante se involucra en una guerrita por la soberanía simbólica completa sobre un puñado de rocas. (Sí, Marruecos empezó todo, ¿pero no habría podido España estar realmente a la altura de las circunstancias del siglo XXI, enviando a sus soldados para desalojar a los marroquíes y arriar su bandera, pero no para izar desafiante la suya?).

Luego, Europa, como potencia internacional, se muestra incapaz de resolver una pequeña disputa a las puertas de su casa. El fallo europeo es significativo. Ante todo, Francia bloqueó una posición europea común a favor de España porque, como antigua potencia colonial, tiene sus propios intereses en Marruecos. El presidente Jacques Chirac tiene fama de jactarse de una relación casi familiar con el rey Mohamed VI, y varias empresas francesas disfrutan de una presencia privilegiada en la economía marroquí. Después, la persona indicada para mediar en la disputa era Mister PESC, Javier Solana, que como español no era la persona idónea para los marroquíes. Siendo socialista, tampoco era de mucha ayuda para el Gobierno conservador español. Solana desempeñó un discreto y útil papel en la penumbra. El presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, formuló un llamamiento a favor del diálogo y del retorno al statu quo previo. Su portavoz, Jonathan Faull, señaló: 'Apoyamos a nuestros amigos españoles. Este asunto concierne al territorio de la UE...'. De esta forma, y por un breve y glorioso momento, las cabras del islote de Perejil se convirtieron en ciudadanas de la UE.

El toro por los cuernos

En el entretanto, EE UU tomó el toro por los cuernos. Intervino en el asunto porque así se lo pidieron; porque no desea una trifulca en el confín occidental del Mediterráneo cuando tiene una patata caliente en el otro extremo; porque España es un aliado europeo importante en su 'guerra contra el terrorismo', y Marruecos, un socio árabe-islámico moderado; por último, y sobre todo, porque era el único garante solvente para ambas partes. Esto me recuerda un poco a las guerras de los Balcanes de la pasada década, en las que la gente comentaba a menudo, a propósito de buscar una salida diplomática: 'Necesitamos que intervenga la comunidad internacional, quiero decir, los norteamericanos' para hacer esto o lo otro.

Y en este punto nos encontramos. Sí, es cierto que la Administración estadounidense posee un récord notable de unilateralismo alarmante, y cuando regresemos de las vacaciones puede que la encontremos calentando motores para iniciar una guerra contra Irak. ¿Pero qué credibilidad tiene Europa como socio y elemento crítico si ni siquiera puede arreglar un conflicto trivial a las puertas de su casa? Demasiado para el gran factótum de la paz y del consenso. El poeta William Blake escribió: 'Contemplar todo un mundo en un grano de arena'. O, en este caso, contemplar un continente desprotegido en un ramito de perejil.

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