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LA PASTORAL DE LOS OBISPOS VASCOS
Columna
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El mal pastor

Antonio Elorza

Hay algo particularmente irritante en el lenguaje de los eclesiásticos cuando deciden abordar una cuestión polémica, sobre la cual tienen una opinión preestablecida, con el objeto de combatir a alguien o a algo al que designan como adversario. No es un rasgo que se manifieste únicamente en el plano político. La reciente pastoral de los obispos vascos me trajo el recuerdo, por la estrategia del discurso empleado, de una de aquellas famosas causas de nulidad matrimonial en que me vi indirectamente implicado hace ya 30 años. Todo estaba claro por el rechazo del matrimonio expresado antes de su celebración por la vía eclesial obligatoria. Pero entró en juego un clérigo muy influyente apellidado Uriarte, algo versado en psicología -seguramente nada que ver con el hombre fuerte del clero vasco-, y puso las cosas en su sitio tras una cascada de palabras evangélicas sobre el bien del sacramento, la objetividad de la justicia eclesiástica e incluso el reconocimiento de la base jurídica de la nulidad. He aquí que el peticionario escribía en Triunfo, y ello era prueba de que se trataba de 'una personalidad dotada de una ira roja', 'encerrada en el molde de piedra de su ideología'. Y se acabaron las flores a María. El derecho dejó de importar. Denegación y a otra cosa.

En estas décadas ese radicalismo formal ha desaparecido, pero no la mala costumbre de tomar posturas sin otro fundamento que el ideológico, con un alto grado de agresividad contenida, todo ello envuelto en el autobombo por las propias buenas intenciones. Pensando en la pastoral de los obispos vascos, hubiese sido perfectamente lícito que tomaran de forma abierta la posición política que de hecho han asumido, en los distintos aspectos del problema vasco, que denunciaran la tortura de existir datos fehacientes y que sometieran a análisis lo ya conocido del proyecto de Ley de Partidos. Es en cambio una maniobra de encubrimiento, aunque ideológicamente muy significativa, empapar el escrito en la palabra 'paz', para rechazar una eventual 'victoria' del Estado contra ETA en nombre de un 'acuerdo' para cuya proposición nada se tiene en cuenta la condena inmediata del terrorismo.

Menos afortunada aún es la deducción de que existe un grave problema vasco sin resolución posible en el marco actual, a partir de la constatación de la pluralidad de identidades en Euskadi: contra lo que los obispos dicen, es en esa mayoría de vascos con identidad dual (dato que omiten) donde reside el soporte sociológico de esa autonomía que tan insatisfactoria les parece. Y todo culmina con la falsa modestia de que ellos no van a meterse a analizar la Ley de Partidos, que ni siquiera importa la relación existente entre ETA y Batasuna, para luego, como en la historia de la sentencia que nos sirvió de prólogo, olvidarse de todas las premisas pronunciando el veredicto contra la ilegalización. Sólo arguyen que se agudizaría la fractura en la sociedad vasca. Me imagino que se refieren a que entonces los concejales de Batasuna dejarían de manifestar su fraterna solidaridad con los amenazados de PP y PSOE y que los padres de los presos (léase terroristas encarcelados) abandonarían su permanente atención cristiana hacia las familias de las víctimas por aquéllos causadas. ¿Es que los obispos no ven las escenas que se suceden en los ayuntamientos después de cada atentado? Preocupación cristiana se opone en este punto para ellos a conciencia política.

Debieran saber también los cuatro obispos que en una argumentación el orden de los factores sí altera el producto. Es terrible que en su 'pastoral', al ordenar jerárquicamente los problemas, la discrepancia entre los partidos se ponga por delante del texto de condena de ETA en donde las lamentaciones alcanzan al desconcierto de los 'activistas'. Consecuencias políticas de este apartado y del lamento por las víctimas, nada. Por supuesto, ningún reconocimiento al valor que pudiera tener el régimen democrático en que vive Euskadi con el Estatuto. Sólo un discurso evangélico que legitima lo que de verdad cuenta: retratarse con claridad, según las palabras de Otegi, contra la ilegalización de Batasuna. Así que los obispos asumen la iniciativa de una movilización social contra la misma. Rara forma de concebir la paz.

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