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Un homenaje a Laín Entralgo se centra en su espíritu conciliador

Pronto se cumplirá un año del fallecimiento del polifacético hombre de ciencias y letras Pedro Laín Entralgo. Este aniversario (el 5 de junio) ha servido para que el Colegio Libre de Eméritos le rinda un homenaje que, por encima de cuestiones de índole política, destaque el 'espíritu conciliador que mantuvo Laín a lo largo de toda su vida', subrayó un amigo suyo que lo fue durante cinco décadas, el académico y profesor José Luis Pinillos.

A Pinillos, que gusta de utilizar símiles taurinos ('estoy esperando que salga el toro', decía antes de empezar su conferencia en el Círculo de Lectores), le tocó ayer inaugurar el homenaje, que durará hasta el 5 de junio. Fiel al aserto de que todos los avatares vitales marcan la forma de ser de un hombre, el profesor recorrió, con distinto grado de detenimiento, la trayectoria de Laín.

Contó que nació en un pequeño pueblo de Teruel, Urrea de Gaen, en 1908. Su padre era médico de pueblo sin muchas cosas que ofrecer a un hijo que se descubrió muy pronto como un lector voraz. 'De ahí se despertó una inmensa afición a las humanidades que le llevaría a ser uno de los grandes médicos humanistas españoles'. Estudió medicina y química; realizó varios doctorados y de la medicina eligió 'la menos corpórea de las especialidades, la psiquiatría, que estudió en Viena', dijo Pinillos. 'Siempre tuvo debilidad por los problemas morales y psicológicos del hombre, por los desórdenes del alma. Fue en esto y, en otras muchas cuestiones, un pionero porque enseguida entendió que los procesos psicológicos son producto de procesos físicos, lo que era la base de la medicina psicosomática'. Volvió de Viena y se casó. Y aprobó casi todas las oposiciones a las que se presentó. Para entonces, ya se había conformado en Laín un espíritu profundamente religioso.

'Poco práctico'

Llegó la guerra civil. Y Laín se adhirió a la Falange. 'Fue producto de las circunstancias, le pilló el toro donde le pilló. En España había muchos problemas y explotó. Él, de buena fe, se enroló allí. A mi padre y a mí también nos quisieron matar las milicias populares', recordó ayer Pinillos (Bilbao, 1919). Destacó del que fuera director de la Academia Española su espíritu poco práctico, dubitativo, su tendencia a la irresolución en diversas cuestiones. 'Probablemento, eso, unido a sus defectos, que los tenía, fue el origen de muchos de sus traspiés y le llevó a cometer errores. Creo que le horrorizaba la violencia. Laín jamás hubiera encajado en ninguna dictadura, ni de derechas, ni de izquierdas, y sé de lo que hablo. Su talante era profundamente constructivo y conciliador, cuando la suerte ya estaba echada, un poco ingenuo, pensó que todavía era posible la reconciliación'.

Del Laín viejo, Pinillos recordó ante unas 200 personas, entre las que se encontraban Milagros Laín, hija del que fuera director de la Academia Española, y Joaquín Ruiz-Giménez, que 'daba ejemplo de actividad y de estar siempre al pie del cañón'. El homenaje continúa hoy con José Gómez Caffarena.

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