El gran seductor
Con Rivaldo lastimado durante toda la temporada, Zidane no se ha encontrado con un rival de sus proporciones en la lucha por el jugador extranjero de la temporada. Podía haber aparecido Figo, designado por la FIFA mejor futbolista mundial del pasado año, pero del portugués no habido noticias en los últimos meses. Si acaso, preocupantes noticias: no sólo ha estado lejos de su mejor rendimiento, y eso ocurrió en sus días dorados en el Barça, sino que ha desaparecido de escena. Habrá que esperar si es por las lesiones, el exceso de fatiga, el hartazgo de fútbol o por esos sorprendentes vericuetos que elige el juego para transformar irremediablemente a un diamante en una vulgar piedra sin brillo. El caso es que el fulgor de Rivaldo y Figo -sin duda los protagonistas extranjeros en el fútbol español durante los últimos años- se ha desvanecido y no aparecía en el horizonte otro nombre que el de Zidane. Nunca un mejor nombre: campeón del Mundo, de Europa, procedente de la Juve, primera referencia del fútbol, fichaje extra caro, famoso, querido, adulado. Difícilmente nadie podía competir con él. ¿Saviola? Esa idea estaba más cercana al márketing del Barça que a la realidad, al menos ahora, cuando a Zidane le avala una larga y provechosa carrera y al delantero argentino le esperaba la condición de vigilante del banquillo: titular en casa, suplente fuera del Camp Nou.
'Le ocurre algo parecido a Laudrup, futbolista con el don para fascinar a la gente, jugara bien o mal'
En una Liga con un declarado acento local -ha sido la temporada de Tristán, Valerón, Baraja, con las habituales aportaciones de Raúl-, Zidane no tenía por qué temer. Al menos por lo que respecta a los aficionados. Podía pensarse otra cosa de los entrenadores, más fanáticos en la atención a los detalles. ¿Por qué no Ayala, eje fundamental del equipo campeón? ¿O Mauro Silva, autor de un año excepcional en la Liga, en la Copa, en la Copa de Europa, en Riazor y donde le hiciera falta al Depor? Y hasta Aimar, el jugador que le cambió el paso al Valencia en el último tercio de la Liga. No, los entrenadores no han atendido a los detalles propios de los entrenadores. Les habrá parecido que jugadores defensivos como Ayala o Mauro Silva merecen una pequeña penalización frente a los creadores. Y seguramente les habrá parecido que un creativo como Aimar no ha disfrutado del recorrido suficiente para competir con Zidane.
Para el Real Madrid y para el fútbol español, ha sido un privilegio la llegada de Zidane, futbolista que se asocia fácilmente al ideal de jugador que se tiene en la Liga. Por eso mismo, a Zidane no se le ha discutido en ningún campo, como si pudiera elevarse más allá de las contingencias de los colores de cada cual. Desde luego le ha ayudado su carácter: no se le ha escuchado una voz más alta que otra, y hasta se diría que no se le ha escuchado, ni en los momentos donde se temió una cacería del francés, ni tampoco cuando atravesó el penoso meritoriaje ante los aficionados y la prensa. Quizá fuera en aquellos difíciles partidos del arranque del campeonato cuando Zidane tuvo más presencia en el Madrid, cuando se le vio más comprometido con el equipo, que fracasaba con una insistencia impensable. Se dijo que Zidane era un problema, pero fue entonces su momento más interesante, hasta el punto de abrirse paso como goleador, cosa que luego no confirmó.
Hubo dos meses maravillosos de Zidane que coincidieron con la crecida del Madrid. Hasta se podría situar su cenit y el del equipo, en aquel partido frente al Deportivo en la víspera de Reyes. Zidane coronó su actuación con un gol formidable, el Madrid se sintió campeón del mundo y nada fue lo mismo desde entonces. Fue peor. Pero esa cuestión rebasa claramente a Zidane, que entró en la dinámica del equipo sin perder lo que verdaderamente le caracteriza: su capacidad de seducción. Le ocurre algo parecido a Laudrup, futbolista deslumbrante que manejaba perfectamente ese don para fascinar a la gente, jugara bien o jugara mal, como si resultara una bajeza criticar a un jugador tan delicado, tan etéreo, tan agradable, tan atractivo. Esta fascinación estética funciona tanto o más con Zidane, futbolista que tiene una cualidad muy superior a Laudrup: conoce las necesidades del juego en todas las zonas del campo. Sin embargo, en el Madrid no ha sido el jugador categórico que marca la diferencia en los partidos. En su mejor versión ha sido el mejor jugador del mundo -frente al Depor, ante la Real, el segundo tiempo contra el Bayern en la Copa de Europa-, pero han sido varias las veces en las que ha parecido taparse y defender su prestigio con sus dotes para la gran escenificación, aunque por debajo de la epidermis no hubiera gran cosa. Probablemente no encontró la ayuda del equipo, que capituló en la segunda vuelta de la Liga con bastante desfachatez, pero también es cierto que Zidane fue mejor en ciertas noches donde el escenario tenía una dimensión mundial que en esas fatigosas tardes del campeonato, mejor para provocar el elogio a 30 metros del área que para jugarse la vida donde comienza el Vietnam de los partidos. Todo sin dejar de ofrecer detalles extraordinarios, los necesarios para provocar la admiración que sólo procuran los seductores incomparables. Y Zidane es uno de ellos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.