La asignatura de religión
El Gobierno del PP, obediente a las autoridades eclesiásticas, con renovado vigor, vuelve a la carga sobre el ya demasiado viejo tema de la enseñanza de la religión en la escuela.
Dejando aparte lo de que ni en la escuela pública de un Estado laico, como es el nuestro, ni en la de uno no confesional, como prefieren decir los adictos a los clérigos, cabe el adoctrinamiento de confesión alguna, la insistencia en que una asignatura de religión católica deba ser optativa y otra deba ser impartida para quienes no opten por ella no es de recibo, ya que, si tal asignatura alternativa fuese útil, debería ser impartida a todos los alumnos y, si no lo fuese, no debería ser impuesta a ninguno.
Pero hay más. En unas escuelas públicas en las que la calidad de la enseñanza se resiente del excesivo número de materias, y a unas que son tan formativas como la música y las artes se les recorta o elimina el tiempo en que ser enseñadas, se debería tener como superfluas o, al menos, mirar con lupa antes de ser incorporadas a los horarios de clase todas las que no tengan apoyatura racional o experimental, dejando, claro está, a las diferentes creencias libertad para, en sus respectivos templos o en lugares adecuados para ello, adoctrinar a sus fieles.
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